domingo, 8 de mayo de 2011

El castillo abaluartado

Castillo de Salses, en el Rosellón. Construido por Fernando el Católico, es un magnífico ejemplo de castillo abaluartado concebido para resistir la artillería pirobalística y, al mismo tiempo, adaptado para su uso. La tormentaria medieval empezaba a pasar a la historia


Según algunos estudiosos, fue en el cerco a la capital de la taifa de Medinat al-Labla, la actual Niebla (Huelva), donde se usó por primera vez la pólvora con fines militares en Europa, allá por el año de 1262. La hueste castellana, al mando de Alfonso X, se quedó un tanto preocupada y más bien acojonada cuando escucharon salir de la muralla el sonido de un trueno horripilante, y eso que no estaba nublado siquiera. Pero el uso de la pólvora aún tardó un tiempo en desterrar de los asedios y los campos de batalla las habituales máquinas neurobalísticas usadas desde tiempos inmemoriales. Tuvo que aparecer la bombarda a finales del siglo XIV para dar a entender a los ingenieros militares que la época de las fortificaciones con altas murallas y ofreciendo al enemigo superficies planas ya llegaba a su fin.

A comienzos del siglo XV, la pirobalística ya estaba generalizada en toda la península. Enormes bombardas, para las que se llegaban a necesitar hasta 22 bueyes para tirar de ellas y que disparaban bolaños de  incluso 250 kilos de peso, hacían ver claramente que las murallas que habían soportado el embate de arietes y bolaños lanzados por manganas y fundíbulos ya habían quedado obsoletas. Se hizo urgente la necesidad de reformar los añejos castillos medievales, así como construir otros nuevos capaces de soportar la devastadora potencia de las bombardas que, aunque pesadas y lentísimas en su recarga, eran capaces de hacer más daño en un par de días que varias máquinas neurobalísticas en un mes. Así nació el castillo abaluartado, o sea, fortificaciones adaptadas al uso de la artillería, y no solo para resistirla, sino también para usarla. Las aspilleras dieron paso a los buzones y las troneras, y las altivas torres de planta cuadrangular se tornaron en macizos tambores, torres circulares más aptas a repeler los impactos de los bolaños.

Así pues, podremos ver castillos medievales modificados para la pirobalística que conserven su trazado y elementos defensivos originales, pero con añadidos aptos para la artillería, como baluartes, troneras en sus torres cuadradas, etc., o castillo edificados bajo un patrón ya plenamente desarrollado para el uso de las nuevas armas, como vemos en el croquis inferior:


Como se ve, ya no son necesarias tantas torres para defender el recinto. En este caso, bastan dos baluartes para cubrir de flanco toda la muralla, así como para disponer de un cono de fuego lo suficientemente amplio como para cubrir toda el terreno que hay ante ellos. Un ancho y profundo foso impide al enemigo intentar minar la muralla, y en el patio de armas ya no se yergue, altiva y desafiante, la torre del homenaje. En su recinto se distribuyen las diferentes dependencias habituales en los castillos, pero ya sin necesidad de que sobresalgan del nivel de las murallas. Es más, ahora ya no son necesarias las murallas de 6 metros y más de altura. Ahora se empieza a buscar que el castillo ofrezca cada vez un perfil más bajo al enemigo, a fin de dificultar la puntería de las aún imprecisas armas de fuego.


En la foto de la izquierda podemos ver uno de estos baluartes. Sus muros son ya de un grosor notable, y las almenas han dado paso a cañoneras para el emplazamiento de bocas de fuego. Su forma redonda es más apta para repeler los impactos de la artillería enemiga. Bastan apenas tres bocas de fuego emplazadas en el baluarte para batir toda la campaña ante ellos, intentando desmontar las piezas enemigas con sus bolaños, así como diezmar a una masa atacante disparando metralla. Como dato curioso, decir que como los calibres de las piezas de artillería no estaban estandarizados, y cada bombarda tenía el suyo propio, era habitual recuperar los proyectiles caídos en terreno propio para reutilizarlos contra el enemigo. Para ello, los ejércitos contaban con canteros que modificaban in situ los bolaños al calibre de sus bombardas (disponían de plantillas de madera para tal fin). En cuanto a la metralla, se usaba lo que se tenía a mano: clavos, piedras, trozos de hierro, herraduras viejas y, en fin, cualquier cosa "disparable".


En la foto de la derecha vemos los buzones situados a diferentes niveles para mejor defensa de la fortaleza. En este caso, dispone de tres para cubrir el flanco de la muralla (la abertura que hay a media altura es una ventana abierta cuando ese castillo pasó a ser residencia real), dos situados dentro del foso, para batir posible enemigos que se infiltren en él a fin de lanzar escalas y tomar el castillo por asalto, y un tercero en la azotea con ángulo de tiro tanto para batir de flanco como para disparar contra la campaña. Como se ve, los buzones eran aberturas con un gran abocinamiento y derrame hacia abajo, a fin de aumentar su ángulo de tiro.


Otro elemento que veremos aparecer en este tipo de fortificación son las troneras, más adecuadas para el uso de los arcabuces que las antiguas aspilleras. Como se ve, es una abertura circular abocinada hacia el interior con una ranura sobre ella, a fin de permitir todos los ángulos de tiro posibles. La de la foto es de las llamadas de cruz y orbe, por la cruz situada sobre la abertura circular, que simularía el orbe. Las había de más tipos, pero eso ya lo veremos con más detalle en el apartado correspondiente.



Y, finalmente, veremos como las fortificaciones medievales reciben nuevos elementos defensivos, más acordes a la pirobalística, y son las murallas formando ángulos capaces de desviar los proyectiles enemigos. En la mayoría de estos castillos suelen tratarse de obras exteriores, como los revellines aparecidos más tarde,  añadidas en reformas llevadas a cabo entre los siglos XV y XVI. En otros, forman parte del recinto a modo de ampliación de los mismos, derribando parte de las antiguas murallas medievales y edificando otras nuevas en las zonas que se consideraban susceptibles de ser atacadas con disparos de artillería por ser el terreno situado ante ellas más adecuado para el emplazamiento de bombardas. Hay que tener en cuenta que estas piezas no eran como los cañones surgidos posteriormente, dotados de cureñas con ruedas que podían emplazarse casi en cualquier sitio. Para poner las primitivas bombardas en posición de tiro era necesario un terreno adecuado, sobre todo si tenemos en cuenta que ni siquiera disponían de ningún tipo de mecanismo para la corrección de tiro vertical. O sea, que había que enfrentarlas a la muralla sin más, y si las condiciones del terreno no se prestaban a ello, había que emplazarla donde buenamente se podía. De ahí que veamos castillos medievales reformados donde solo una parte de los mismos está adaptada a la pirobalística, o sea, la zona del castillo ante la cual era posible emplazar una bombarda.

En todo caso, ya hablaremos con más profundidad de estos artefactos y de la artillería en general en su entrada correspondiente. 

Hale, he dicho

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