jueves, 19 de mayo de 2011

Armamento medieval: La cota de malla o lóriga I


Bueno, ya va siendo hora de hablar de lo que durante siglos fue el principal elemento de defensa pasiva de los combatientes. Y no solo de los acaudalados nobles que podían invertir cuantiosas sumas en equiparse, como hablamos en la entrada dedicada al caballero bajo-medieval, sino de hombres de armas o incluso milicianos que, bien porque su señor les proporcionaba una, bien porque habían ahorrado lo suficiente, la adquirían a fin de poder volver vivos de las algaras y aceifas de la época.
La imagen de cabecera corresponde a una de las iluminaciones de la Biblia Maciejowski, una obra creada en Francia hacia mediados del siglo XIII que, con inusual crudeza, nos muestra como se combatía en aquellos tiempos y, lo más importante, nos permite conocer con bastante exactitud el equipamiento que portaban los milites de hace siete siglos. Esa ilustración es perfectamente válida para equipararla con los combatientes de los reinos peninsulares ya que, salvo contadas excepciones, era básicamente el mismo en toda Europa Occidental.
En la península se usaron durante toda la Edad Media, incluso después de generalizarse la armadura de placas, muchísimo más caras y al alcance de pocos. Básicamente era una armadura compuesta de miles de anillos imbricados unos con otros hasta darle la forma deseada. Los artesanos que las fabricaban, llamados maestros lorigueros, las confeccionaban conforme a los deseos del propietario. Desde las más básicas, en forma de camisa sin mangas, hasta las más sofisticadas, con calzas e incluso guantes, con enorme paciencia iban uniendo y remachando anillo tras anillo. Su precio no era barato precisamente. En plena Edad Media, una cota simple costaba el equivalente a siete bueyes. De hecho, muchos caballeros y hombres de armas no pudieron en toda su vida obtener una, teniéndose que conformar, a la hora de protegerse, con perpuntes, brigantinas o gambesones acolchados.
Para la obtención de los anillos, los lorigueros tomaban finas tiras de hierro que iban pasando a través de un mandil con un fino agujero, luego por otro más reducido, y así sucesivamente hasta obtener el grosor deseado, generalmente de entre 1,5 y 2 mm. Tras esa operación, les daban forma, aplanaban sus extremos, los perforaban y, con un diminuto remache, formaban la anilla. Para la fabricación de una camisa de malla, dependiendo de la estatura y corpulencia del sujeto, se precisaban entre 30 y 40.000 anillas,  por lo que podemos hacernos una idea de lo increíblemente laborioso que era confeccionar una. Unos cuatro meses de trabajo eran necesarios para poder terminarla, y obviamente debemos dar por sentado que el loriguero contaba con ayudantes para su tarea.


En la ilustración de la izquierda podemos ver a un maestro loriguero en plena faena. Debemos reparar en los objetos que tiene sobre la mesa, porque esa pequeña panoplia de herramientas era suficiente para su trabajo. En la mano derecha sostiene una especie de tenaza. Con esa herramienta practicaba los orificios en cada anilla para poder pasarles el remache. Junto a la mano, un pequeño yunque, idéntico a los tases que usan los joyeros. En él aplanaba los extremos de cada anilla con el martillo que hay a la derecha. Bajo el martillo, un cono para usarlo como matriz, imprescindible para darle la forma circular a las anillas. En la percha se ve una cota ya terminada.
El diámetro de los anillos era variable, de ahí el cono que el loriguero usa para calibrarlos. A más grande, la cota requería menos anillos, era más ligera pero quedaba menos tupida. A menos diámetro, más anillas, más tupida, más pesada y, obviamente, mayor protección brindaba. El peso medio de una camisa de malla con manga corta oscilaba entre los 8 y los 10 Kg. Si hablamos de una cota que cubriera todo el cuerpo, calzas y almófar incluidos, nos iríamos a casi el doble aproximadamente.

En la lámina de la derecha podemos ver los pasos básicos para la elaboración de las anillas. La figura A muestra la anilla ya perforada y lista para recibir el remache. En la B podemos verla ya remachada. La figura C muestra una imagen en sección de la misma anilla. Como se ve, los extremos quedan solapados. A la izquierda vemos el patrón básico de 1 a 4, o sea, cada anilla iba unida a otras cuatro, si bien también se hacían en una proporción de 1 a 6 y hasta de 1 a 8. Como adornos, podían llevar los bordes de mangas, camisa, etc. rematados con una o varias filas de anillos de bronce o con tiras de cuero.

En la ilustración de la izquierda podemos ver a un loriguero fabricando alambre. Como se ve, va tirando con unas tenazas de una larga tira de metal que ha pasado previamente por un agujero del mandil. Dicho mandil cuenta con varios orificios más de diferentes diámetros, para darle al alambre el calibre deseado. Conviene observar un detalle, y es que el loriguero está sentado en un columpio. Es de suponer que de esa forma podía impulsarse con los pies hacia atrás para hacer más fuerza, cosa que si hiciera en una silla le haría perder el equilibro y caerse de espaldas.
Cuando una cota era terminada, se le hacía pasar por varias pruebas para comprobar su solidez, como dispararles flechas, intentar clavarles un puñal, etc. Si resistían el impacto de un virote o un pasador disparado por una ballesta de torno, se las consideraba resistentes a toda prueba. Estas, evidentemente, eran las más caras y las que estaban al alcance de solo unos pocos. Una vez dada por buena, los maestros lorigueros firmaban sus trabajos, poniendo su marca personal en una anilla, generalmente situada en una axila.Su mantenimiento era bastante simple. Bastaba embadurnarla con manteca de cerdo para impedir la oxidación o, si éste se producía, se bruñía con arena fina hasta eliminar la capa de orín.

Eran fáciles de vestir. Como se ve en la ilustración de la derecha, dos caballeros se las están poniendo ellos mismos, sin necesidad de recurrir al escudero, personaje imprescindible para encajar sobre el cuerpo las complejas armaduras de placas. La figura de la izquierda se la está colocando introduciendo el cuerpo por la parte inferior de la misma. La figura del centro, sentada en el suelo, se está ajustando los perniles.
Esquematizando sus cualidades y defectos, podemos resumirlos de la siguiente forma:

Cualidades:

1.  Como ya se ha dicho, proporcionaban buena protección contra los golpes de filo y corte de espadas, puñales o flechas.
2.  Eran fáciles de reparar. En caso de partirse varios anillos, podían ser rápidamente sustituidos por otros nuevos.   
3.  Al ser flexibles, permitían libertad de movimientos, no siendo tan engorrosas como las posteriores armaduras de placas.
4.  Cuando pasaban de padres a hijos, o bien se adquirían de segunda mano, eran fácilmente adaptables a las dimensiones corporales de su nuevo dueño. Así, por una cantidad razonable, podía uno disponer de una cota en perfecto estado.

Defectos:

1.  No protegían contra los golpes de armas contundentes, que podían causar graves lesiones internas, fractura de huesos, o incluso la muerte. Un golpe con una maza o un martillo podía matarlo a uno sin que se diera cuenta, con un órgano o una víscera reventados, o con una hemorragia interna que lo finiquitaba en dos minutos. Para aminorar los efectos de este tipo de armas, bajo la cota se vestía un perpunte, del ya hablaremos con más detalle, que básicamente era una chaqueta o túnica de tela gruesa acolchada.
2.  Resistían el impacto de una flecha, pero no el de un virote disparado por determinados tipos de ballesta. La tremenda potencia de estas armas hacía preciso la adición de placas que dieron lugar más tarde a la armadura completa.

 En los muchos foros y publicaciones sobre estos temas hay bastantes debates sobre la verdadera resistencia de las cotas de malla. Fabrican réplicas lo más exactas posibles y las someten a pruebas de todo tipo: golpes de filo con espadas, hachas, disparos de arco y ballesta, etc., sin que ni mucho menos haya unanimidad en su capacidad para resistir los ataques de las armas enemigas. Personalmente, pienso que esas pruebas son de una validez relativa y cuestionable por lo siguiente:

1: El alambre usado para las réplicas de esas cotas no tiene nada que ver con el original, ni en su composición ni en la elaboración. Una variación en el porcentaje de carbono del material ya es más que suficiente para cambiar su resistencia, elasticidad, etc.
2: La fuerza y la destreza de los hombres de hoy no es ni remotamente la de los guerreros de antaño, gente dedicada a diario al ejercicio de las armas. Hablamos de hombres que manejaban armas desde críos, así que sabían como golpear y pinchar de una forma mucho más eficiente que un "reenactor" de fin de semana.
3: Parece ser que no tienen en cuenta un detalle muy importante: la agresividad en el combate. Un hombre de aquella época, en plena vorágine de la batalla, rodeado de enemigos, viendo caer a sus compañeros de armas y mirando a la muerte a cada instante, chorrea literalmente testosterona y adrenalina, lo que le hace desplegar una energía que, en condiciones normales, uno mismo se sorprendería de lo que es capaz de hacer ante una situación a la que, como es de suponer, no se ve sometido nadie que se dedique a llevar a cabo ese tipo de pruebas.
4: Si nos ceñimos a la arqueología forense, en las fosas comunes de Wisby y Towton aparecieron en su día decenas de esqueletos que mostraban claramente los efectos de las armas de la época. Uno de ellos en concreto, tiene las piernas cortadas limpiamente unos 25 cm. por debajo de las rodillas. No creo que haya hoy día muchos hombres capaces de cercenar limpiamente dos piernas de un solo golpe (por la posición del esqueleto, etc. se dictaminó en su momento que, en efecto, la amputación había sido realizada de un tajo), así que tampoco debe haber muchos capaces de hacer lo que las iluminaciones de la Biblia Maciejowski nos muestra y que muchos cuestionan.
Pero, la verdad, yo sí lo doy por válido. El hombre que creó esas ilustraciones vivió en aquella época, vió o le contaron de primera mano escenas similares, y nadie puede cuestionar la fidelidad con que muestra hasta el más mínimo detalle, desde los zapatos a un simple cinturón. Aparte de eso, igual que había espadas de una calidad inmejorable, también había cotas capaces de detenerlo casi todo, o cotas que podían ser perforadas de una puñalada. No vestía la misma cota un miliciano pobretón que un noble. En fin, que cada cual llegue a sus propias conclusiones. Abajo dejo otra iluminación que, con su vívido realismo, nos dará que pensar al respecto.