viernes, 20 de mayo de 2011

Armamento medieval: Los escudos III: El escudo de cometa



Este escudo fue muy habitual entre los siglos XI y XII, tanto entre caballeros como tropas de a pie. Su creación se debe a los normandos, parece ser que con el fin de proteger no solo el cuerpo cuando iban a caballo, sino también la pierna izquierda. Aproximadamente en el siglo X, sus belicosos creadores buscaron una defensa más eficaz que las rodelas de madera al uso en la época.  Como podemos ver en la ilustración de cabecera, perteneciente la Tapiz de Bayeux (para los que no lo conozcan, es un tapiz del siglo XI donde, a modo de comic de hoy día, se relata la batalla de Hastings. Al que quiera saber más sobre eso, San Google al canto), su forma es muy similar a las cometas tradicionales, de donde se les ha dado el nombre ya que su denominación original se desconoce, si es que tuvieron una en concreto.

Muestras de su peculiar morfología podemos contemplar en multitud de representaciones de la época, especialmente en capiteles de iglesias y claustros. En ellos aparecen guerreros equipados con estos escudos que, en aquellos tiempos, iban provistos de unas nervaduras, generalmente de bronce, para dar más cohesión a su estructura y servir al mismo tiempo con fines decorativos. Su contorno, como era habitual, iba  cubierto por una lámina metálica para protegerlo de los golpes de filo.

En la lámina de la izquierda podemos ver un ejemplo de los mismos. Estos escudos, de entre 85 y 150 cms. de largo, tenían tamaño suficiente para cubrir el cuerpo y casi toda la pierna de un jinete, lo que permitía cubrir su lado izquierdo, muy vulnerable debido a la dificultad de maniobrar el caballo en un cuerpo a cuerpo con una infantería que, precisamente por eso, atacaba por ese lado para herir o desmontar al jinete (hablamos de un jinete diestro, como es lógico).

Como puede apreciarse, está fabricado con lamas de madera, por lo general de tilo, ligera y resistente al mismo tiempo. También se usaba para la fabricación de escudos el aliso y el álamo. Estas maderas, por las características de su veteado, no tenían la tendencia a abrirse de otras maderas de veta larga, como el pino por ejemplo.  Además, absorbían bastante bien los golpes propinados con armas contundentes.

Su anverso va forrado de piel y pintado. Las pieles usadas eran de asno o de venado. Se solían usar dos o tres paños encolados entre sí, lo que les proporcionaba una resistencia bastante buena. Va igualmente provisto de unas nervaduras de bronce, con el fin descrito más arriba, si bien también solían llevar dos filas de entre cuatro y seis tachones, ambas paralelas y en sentido vertical.

Para sujetarlo dispone de dos correas para embrazarlo, así como una para empuñarlo. Es de común creencia que los escudos se embrazaban en sentido perpendicular, pero eso es erróneo. En primer lugar, y si nos fijamos en el perfil del escudo, estaban levemente combados para ofrecer al enemigo una superficie más apta a la hora de repeler golpes; por otro lado, de esa forma envolvían mejor el cuerpo de su portador. A eso hay que añadir que embrazándolo en sentido longitudinal, el escudo cubriría el cuerpo del jinete al permanecer el brazo en su posición natural al empuñar las riendas, cosa que no sería posible si el embrace fuese transversal.

Aparte de las correas de embrace, va provisto de una correa más larga, llamada tiracol, la cual tenía dos fines: uno, permitir a su usuario portarlo colgado del cuello durante las marchas sin necesidad de llevarlo embrazado, cosa que sería agotadora al cabo de unas horas debido a su peso. La otra, para impedir su pérdida en combate, lo que dejaría al caballero en una situación comprometida.
En el centro lleva un almohadillado de fustán, una tela gruesa de algodón, rellena de crin para amortiguar los golpes sobre el brazo. Estas almohadillas se usaron en todo tipo de escudos hasta su desaparición.

En la lámina derecha podemos ver un escudo similar, pero esta vez dotado de un pequeño umbo en la zona de embrace. Esta pieza metálica servía de refuerzo  para no verse con el brazo atravesado por una saeta disparada por una ballesta. Observando el reverso, vemos que está reforzado por dos flejes de hierro que, unidos al grueso tapizado y al aro metálico que circunda su canto, le dan al escudo una resistencia de primera clase. En esta ocasión, el escudo ya va decorado con un león, símbolo y señal de identificación de su propietario, costumbre que dio pie al nacimiento de la heráldica. Por lo demás, es similar al anterior.

Este tipo de escudo estuvo en uso hasta finales del siglo XII, en que fue sustituido por modelos más pequeños y livianos. Hay que considerar  que un escudo de este tipo debía pesar más de 6 ó 7 Kg., lo que debía resultar bastante engorroso. Además, en una época en que los profesionales de la guerra veían aumentada de forma notable la protección corporal en forma de calzas de malla e incluso las primeras brafoneras, un escudo tan grande ya no tenía mucho sentido. Bueno, ya seguiremos con este tema. Sí, sí, había más escudos...

Hale, he dicho

Partes del castillo: Las defensas exteriores

Por defensas exteriores debemos entender aquellas que están construidas a extramuros del recinto principal con el fin, como ya puede suponerse, de poner más complicado a un posible invasor hacerse con el control de la fortaleza.
Por lo general, este tipo de defensas se construían en castillos susceptibles de ver adosadas en sus muros máquinas de asedio y, en general, aquellos que, salvo que estuviesen en lo alto de un empinado risco, eran relativamente más fáciles de expugnar. Hablamos de los fosos, las falsabragas, las corachas y las barbacanas. En este grupo podrían también añadirse las torres albarranas, pero prefiero estudiarlas en una entrada dedicada exclusivamente a los diferentes tipos de torres. Sí, naturalmente que hay más de uno, ¿qué pensábais? Bueno, al grano. Comencemos con los fosos.


El foso es uno de los elementos defensivos más antiguos que se conocen. Desde los más remotos tiempos fueron usados para dificultar la aproximación de enemigos a las murallas, e incluso las legiones romanas cavaban uno rodeando el campamento cuando se detenían a pernoctar en campo abierto. Así mismo, eran una buena defensa contra el minado en el caso de que el castillo no estuviera edificado sobre una base pétrea.

Básicamente, había dos tipos de fosos, secos e inundables, siendo los primeros los más frecuentes, ya que para los segundos era imprescindible la cercanía de un río del que obtener agua abriendo un canal o alquézar.
El cometido principal del foso era impedir la aproximación de máquinas de asedio a las murallas, así como dificultar al máximo el lanzamiento de escalas por parte de posibles asaltantes. Así mismo, dificultaban el minado de torres o murallas, ya que para alcanzar sus cimientos habría que hacer la mina mucho más profunda. En el plano en sección de la derecha se puede ver un foso convencional con la denominación de sus partes. La escarpa es la parte que queda bajo la muralla y la contraescarpa la del lado de la campaña.
Pero aunque la existencia de fosos fuera una dificultad añadida a la hora de intentar asaltarlo, no por ello el enemigo se echaba para atrás. Éstos podían rellenarlos con fajinas hasta el borde del mismo, nivelar el terreno con tierra y zarzos, que eran unas tarimas de madera ideadas para tal fin, y adosar a la muralla cualquier ingenio. Para ello, los operarios debían trabajar cubriéndose con manteletes que los protegiesen contra las flechas, piedras y demás objetos que les lanzaban desde la muralla.
La mayoría de los castillos que visitéis que tuvieron foso en su día estarán cegados, bien por el paso del tiempo, bien porque una vez perdida su utilidad militar eran más un engorro que otra cosa. Pero aún perduran algunos, como el de la foto superior, que podemos ver en el castillo de San Jorge, en Lisboa.

En cuanto a las falsabragas, también denominadas antemuros y barreras, muchos castillos disponían de una muralla exterior, generalmente de menor altura que la principal. Algunos incluso disponían de dos e incluso tres antemuros, formando así complejos defensivos prácticamente inexpugnables. Al espacio que quedaba entre el antemuro y la muralla, o entre dos antemuros, se le llamaba liza. Éste tipo de fortificación también puede verse en muchas cercas urbanas. La foto de la derecha muestra la falsabraga (a la izquierda de la imagen) y la liza del castillo de Santiago do Cácem. Como se puede apreciar, es un muro de una altura muy inferior a la muralla principal, entre otras cosas para no dismunir el ángulo de tiro de los defensores de la misma. Se puede decir que actuaba como un "foso elevado" o un "foso a nivel del suelo", ya que su finalidad era la misma: impedir la aproximación de máquinas y complicar el minado de las murallas y/o torres del recinto principal.
A veces, la falta de espesor del antemuro impedía circular sobre el mismo, ya que sólo dejaba sitio para el parapeto. A fin de que la guarnición pudiera desplazarse por la muralla, se habilitaban pasarelas de madera. Un claro indicio de este tipo de construcción es la existencia de mechinales que alojaban la viguería necesaria para ello. Lógicamente, ninguna de ellas ha llegado a nosotros.

En cuanto a las corachas, estas consistían en lienzos de muralla  edificados a extramuros con diversos fines, tales como controlar un camino cercano al castillo, cerrar el paso por una zona susceptible de ser un coladero de enemigos al estar situado en un punto muerto de nula visibilidad desde la fortaleza, o descender hasta ríos o fuentes a fin de asegurar la provisión de agua a la guarnición en caso de que los aljibes se viesen agotados o insuficientes en caso de una sequía o un cerco prolongado.
Así mismo, dos corachas podían también servir como un recinto anejo al castillo que podía ser usado para refugio del vecindario en caso de ataque, así como para guardar en ellos ganados, pertrechos, etc., mientras duraba el asedio.

En el croquis de la derecha se verá más claro. En él, vemos un hipotético castillo que defiende un meandro de un río. De sus murallas salen dos corachas provistas de torres de flanqueo que, aparte de proveer de agua al castillo, cierran el espacio comprendido entre ambas, haciendo en este caso el río de foso natural. Ese es el espacio que podría ser usado como albácar para refugio de vecinos, ganados, etc.
También se designaba con el nombre de coracha a pasadizos subterráneos que, desde el castillo, iban en busca de aprovisionamiento de agua, bien a un río cercano, a un pozo, manantial, etc. Estos pasadizos no deben ser confundidos con los túneles de escape que muchas fortalezas contaban para tener una vía de escape en caso de cerco, ya que su cometido era exclusivamente asegurarse la disponibilidad de agua en cualquier circunstancia.
En la foto de arriba vemos los restos de la coracha de la cerca urbana de Mértola que, en este caso, estaba construida para aprovisionar de agua a la población en caso de asedio. Obsérvese la puerta que hay junto al río, que era la salida del túnel que bajaba desde la muralla a la orilla. Añadir que, además, era habitual que las corachas tuvieran sus torres de defensa o, al menos, una torre al final de su trayecto para defender el flanco de la misma.


Y para acabar, hablemos de las barbacanas. Eran pequeñas fortificaciones exteriores destinadas a proteger puertas o puntos débiles del recinto. Podía contar con torres y solían ir unidas al antemuro, aunque también pueden verse en otro tipo de fortificaciones tales como puentes fortificados. Es bastante común que se use el término barbacana para designar a los antemuros o falsabragas. Es un error. Ya se ha explicado en qué consiste cada uno de estos elementos defensivos y, como se ve, no tienen nada que ver. La falsabraga era una barrera que rodeaba todo o casi todo el recinto, mientras la barbacana era una fortificación que defendía un punto concreto del mismo, y que contaba con elementos defensivos como si de un pequeño castillo se tratase.
En algunos casos podemos ver barbacanas que eran un verdadero alarde de ingenio por parte de sus constructores, ya que eran accesos laberínticos con sucesivas puertas, rampas, rampas falsas que no tenían salida, etc.
La foto superior corresponde a los restos de la barbacana del castillo de Portel. Esa puerta daba a un pequeño patio interior que, rodeando la torre que queda a la derecha de la imagen, daba paso al recinto principal. Esa barbacana contaba para su defensa con una pequeña torre cuyo arranque se ve junto a la puerta, a la izquierda de la foto.

Bueno, a esto se resumen las defensas exteriores. Hablamos de las defensas de obra, naturalmente, porque luego están las móviles o de circunstancias, como estacadas, caballos de frisia, gaviones, salchichones, gatas, manteletes, y alguna más que ahora no me acuerdo, pero que ya me acordaré...