lunes, 13 de junio de 2011

Armamento medieval: Los escudos V: La adarga


Todos hemos leído o escuchado alguna vez lo de "...lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.", ¿no? Y más de uno se habrá preguntado qué era eso de la "adarga antigua". Bueno, pues es el escudo que lleva a la espalda el caballero situado en el extremo izquierdo de la foto de cabecera, procedente de un grabado que reproduce una escena de la guerra de Granada en un relieve de la sillería de la catedral de Toledo. Obviamente, lo de antigua solo hace referencia a que tenía muchos años a cuestas, porque en la época en que el inmortal Cervantes escribió el Quijote ya no se usaban. Aprovecho, aunque no viene al caso, para decir que el astillero era un soporte con forma de grandes alcayatas a fin de que las lanzas reposaran en posición horizontal. Lo digo solo porque, en su día, tampoco sabía que era eso del "astillero". Bueno, a lo que vamos...

Aunque adarga es un vocablo que procede del árabe daraqah, que no significa otra cosa que escudo y por sistema se le atribuye un origen andalusí, más bien parece ser que fueron estos los que la tomaron de las antiguas cetras usadas por los celtíberos, las cuales ya describieron Servio Honorato y San Isidoro de Sevilla como “escudos de cuero sin madera alguna”. Estas cetras eran escudos de cuero endurecido al fuego sin brazales, o sea, debían ir provistas de una manija a la manera de los broqueles para empuñarlas. Todo esto hace cuestionar seriamente su origen andalusí, si bien estos las adoptaron y enriquecieron con elegantes repujados y borlas de seda o crines de colores.
No había un patrón exacto en la elaboración de las adargas, ya que su morfología era bastante variada. Las había ovales, con forma de dos óvalos secantes, de corazón, circulares... lo que sí tenían en común eran su profusa decoración, así como la ausencia en su estructura de cualquier material que no fuese cuero.

En la lámina izquierda podemos ver la apariencia de una adarga convencional. En este caso, es una pieza con forma de óvalos secantes, fabricada enteramente de cuero como se ha dicho, y con dos borlones como adorno. Por el reverso lleva dos brazales y una manija, además del consabido almohadillado de fustán. La  tira larga, como se recordará, es el tiracol, que servía para colgar el escudo del cuello durante las marchas, o impedir su pérdida durante el combate. Ésta se podía regular con una hebilla.

Su uso proliferó enormemente entre la caballería andalusí, ya que su ligereza y manejabilidad se adaptaba a la perfección a sus usos tácticos, basados siempre en una movilidad extrema, al contrario que la caballería cristiana, basada en los conceptos europeos de caballos coraza lanzados en una arrolladora carga en orden cerrado.
Fue precisamente esa movilidad que tan buenos frutos dio a los guerreros andalusíes lo que hizo que, tanto castellanos como aragoneses, empezasen a dejar de lado la tradicional monta a la brida para sustituirla por la jineta, con las piernas flexionadas sobre el estribo. Esto no era válido para una carga con la lanza embrazada, ya que la fuerza del impacto haría salir al jinete despedido de la silla, pero sí para el tipo de guerra que se impuso en la península, basado en algaras llevadas a cabo por pequeñas unidades muy móviles que, internándose en territorio enemigo, estragaban y saqueaban lo que podían para volver a su territorio al cabo de pocos días con el fruto de su rapiña.

Por esta causa, aún cuando la presencia andalusí tuvo término en 1492, el uso de la adarga permaneció entre los jinetes hispanos hasta la desaparición de los escudos. La adarga tenía varias cualidades que la hicieron la favorita entre los demás escudos usados en España. Aparte de su ligereza ya comentada, resistían perfectamente los golpes de filo y punta, y por las características del material con el que estaban construidas, absorbían sin problema los golpes de armas contundentes. Además, tenían un tamaño bastante adecuado para ofrecer una buena protección, entre 60 y 90 cms. midiendo por su lado mayor. Su único punto flaco era que, al ser de cuero, estaban expuestas a deformaciones a causa de la humedad, el sol, etc. Para minimizar en lo posible los efectos del meteoro, se solía pintarlas y/o barnizarlas, costumbre adoptada además por los cristianos para diferenciar su decoración de la usada por los andalusíes, siempre basada, además de lo anteriormente expuesto, en citas coránicas.


En la lámina superior podemos ver varios tipos de adargas:
La A es en forma de corazón, con la parte inferior partida. Va pintada de verde, el color sagrado del Islam, y decorada con dos círculos con inscripciones coránicas en cúfico.
La B es ovalada, y va en su color natural. En el centro luce una cita coránica pintada, y a ambos lados lleva dos tachuelas de bronce del que penden dos borlas, que pueden ser de seda o de crin de caballo teñida.
La C representa una adarga cristiana. Tiene forma de corazón y va pintada con el blasón de Castilla: en campo de gules, un castillo de oro.
Era además costumbre, al igual que en el caso de los broqueles, añadirles una pica en el centro. Este aditamento estaba muy difundido entre los jinetes de ambos bandos, ya que extremadamente útil para quitarse de encima enemigos dispuestos a descabalgarlos. Recibían el nombre de adargas de cuento. 

Con todo, quizás haya sido el escudo que más tiempo ha permanecido operativo, ya que durante los siglos XVI al XVIII se usaron para los juegos de cañas, una reminiscencia de los antiguos torneos y pasos de armas medievales que, al igual que estos, congregaban a multitud de público y permitía a los nobles lucirse en sus habilidades marciales y su destreza como jinetes.
Por otro lado y como se pueden ver en las ilustraciones de la derecha, la adarga siguió formando parte del armamento defensivo de los Lanceros de Cuera, una unidad de guardias fronterizos perteneciente al Real Ejército de California que, a su vez,  dependiendía del virreinato de Nueva España. Curiosamente, y a pesar de datar del siglo XVIII, su armamento es, salvo la espingarda de arzón, medieval. El jinete empuña una corcesca (v. Armas enastadas), y protege su cuerpo con un perpunte acolchado. De la silla pende una adarga decorada con el escudo real de la Casa de Borbón (concretamente el de Carlos IV). El de la lámina superior también va equipado con una adarga, en este caso ovalada.

Han llegado a nuestros días pocas adargas, debido como se puede suponer a lo perecedero del material con que estaban construidas. Las escasas piezas existentes se encuentran en bastante mal estado, deformadas por el paso del tiempo, la humedad y las malas condiciones de conservación que han padecido hasta llegar a nuestros días. Pero, al menos, nos permiten tener una clara idea de su aspecto, fuera aparte de las representaciones gráficas de la época o de las descripciones escritas que podemos contemplar.