viernes, 5 de agosto de 2011

Visitando fortificaciones



Sí, ese sujeto con pinta de armario que se pasea por el adarve es este que escribe. Y por sitios muchísimo más peligrosos he arrastrado mi oronda humanidad, no crean. Afortunadamente, mamá no me ve en semejantes circunstancias, porque si no me vería literalmente apabullado por sus matriarcales reproches alegando, entre otras cosas, "que ya no tengo edad para hacer la cabra por ahí", la cual es quizás la admonición de la que más abomino, porque siempre he tenido una especie de tentación irrefrenable a importarme una soberana higa el peligro.
En cualquier caso, he creído oportuno escribir esta entrada porque puede que alguno que me haya leído sienta curiosidad por ver de cerca alguno de los desafiantes castillos de nuestra geografía. Puede que, tras verlo montones de veces al pasar por la carretera sin prestarle atención, se haya sentido estimulado a conocerlo más a fondo. Si tal es así, doyme por satisfecho, que mi intención desde que empecé con el blog ha sido animar al personal a interesarse por estos añejos edificios.
Yo llevo la tira de años pateando por media Península todo tipo de fortificaciones y, aunque nunca se debe bajar la guardia, sé como moverme por las vetustas piedras. Pero los neófitos, quizás cegados por el descubrimiento, se vean con un tobillo roto o, lo que es peor, en el fondo de un aljibe sin medios para salir y con varios huesos fracturados, siendo candidatos a que los arqueólogos encuentren su osamenta algún día y acabe en un museo. Así pues, y como no quiero sobre mi conciencia accidentes o decesos de castilleros noveles, he aquí una serie de valiosos consejos para impedir que, lo que pudiera ser un fastuoso día de campo, se convierta en un día nefasto y se acuerden de todos mis ancestros por haber hecho que les pique la curiosidad. Sé que el humano, por naturaleza, no suele escarmentar por cabeza ajena, y que más de uno dirá que he visto muchas pelis de Indiana Jones, pero puedo asegurar que toda precaución es poca, y que más de una vez y más de dos me he visto en trances, digamos... un tanto inquietantes. Ya comenté algo de esto en las entradas dedicadas al fuerte de Graça, pero prefiero extenderme en el tema más a fondo. Bueno, a lo que vamos...

1: Aparte de cámara y trípode (viene bien para fotos en sitios con poca luz, que por cierto son bastante abundantes), siempre debemos llevar un bastón. Nos sirve para tantear el terreno, para circular por sitios resbaladizos, para darle un estacazo al chucho asilvestrado que se empeña en darnos el día, para hacer ver a la fauna local que no estamos para tonterías... En fin, es un accesorio bastante útil. Además, a veces hay que darse una caminata para llegar a destino, y no precisamente por caminos despejados.
2: Preferentemente no ir nunca solo por razones obvias. Yo lo he hecho infinidad de veces, y sin siquiera comunicar a nadie por donde iba a moverme. He tenido suerte, pero la suerte es tan caprichosa que a veces nos vuelve la espalda precisamente cuando más la necesitamos. Así pues, no está de más decir en casa en qué sitio vamos a estar, que nunca se sabe...
3: Comprobar que el móvil lleva la batería a tope, aunque, como sale en las pelis, siempre que hace falta estamos sin cobertura, jejeje... Bueno, sería una gafada, pero puede pasar.
4: No está de más llevar encima algún analgésico o pomada para las picaduras de ciertos bichos, y más si somos especialmente sensibles a ellas.
5: Ojo con el calzado. Pasear con chanclas por un adarve es tener todas las papeletas para acabar con la crisma partida. Siempre botas, que tienen buena adherencia y nos protegen de torceduras que, caso de tener el coche a una buena distancia, pueden ser un problema.
6: No está de más llevar agua, y más si es época estival. Y algún caramelo, no sea que nos de un chungo por el esfuerzo, que a veces hay que subir unas cuestas que le hacen a uno escupir el hígado a cachos.
7: A veces tenemos que cruzar por fincas particulares para llegar a destino. Si es posible, pedir antes permiso. Sino, pues para dentro sin más, pero dejando los portillos cerrados, que es a lo que se agarran los dueños para denunciarte alegando que se les ha escapado el ganado. Conviene saber antes si por la finca discurre una cañada o un cordel. Los ecologistas tienen bastante polémica con los dueños de las fincas por esa causa, ya que legalmente no pueden cerrar el paso aunque por ahí ya no pase nadie. Así pues, si consultamos en el Sig-Pac la zona (tienen on-line los mapas topográficos del ejército a escala 1:50.000), sabremos si en un momento dado podemos mandar a callar al airado propietario de turno que alegue que estamos cruzando sin su permiso. Si circulamos por una cañada, aunque hayan puesto siete puertas no pueden legalmente cerrarnos el paso. A lo más, rogarnos que cerremos las cancelas para que no se largue el ganado. Y hablando de ganado, si vemos pisadas o boñigas de vacuno, tener claro que no se trate de ganado bravo, no sea que tengamos que tomar el olivo. Si hay olivo que tomar, claro... Ah, y si hay ganado bovino suele ser habitual que lo guarden enormes mastines que, por lo general, no son nada amigables. Para ello, venden unos sprays de pimienta que pueden sacarnos del brete sin problemas y ahorrarnos un buen susto. Yo he tenido algún encuentro con estos animalitos y no imagináis lo desagradables que se ponen con los extraños, aunque vaya uno en plan tranquilo. Una vez, dos de estos energúmenos me fueron siguiendo dando ladridos más de un kilómetro. Afortunadamente, me separaba de ellos el cauce de un arroyo que iba crecido, pero los puñeteros chuchos parecían que iban buscando donde vadear para merendarme.

Y ya en el castillo, tener en cuenta esta serie de consejos:

1: Sus piedras, a pesar de su aparente solidez, pueden romperse con el peso de una persona normal. Por fuera parecen intactas, pero por dentro puede haber grietas que las han debilitado mucho. Ojo pues al subir por escaleras de torres y adarves. Subir los escalones de uno en uno, tanteando el siguiente antes de dejar caer todo el peso sobre él.
2: Si ha llovido el día anterior, o hay humedad en el ambiente, o es invierno, ojo con los resbalones, que son irritantemente inesperados. Y si dar una costalada en el suelo ya es desagradable, hacerlo desde varios metros de altura debe serlo aún más.
3: Al caminar por los adarves, hacerlo siempre pegados al parapeto. Si no existe, como pasa en la foto de cabecera, circular por el centro, y siempre cuidando de donde pone uno el pié. La confianza mata al hombre, y preferible es ir despacio que a lo loco y acabar descalabrado. A mi izquierda, en esa foto, hay una altura de más de 6 metros, que sería como caer desde la terraza de un segundo piso. Y si no lo tenemos claro, preferible es dar marcha atrás.
4: Mucho cuidado en los patios de armas. A veces, la maleza oculta las bocas de los aljibes. Igual es un simple boquete medio cegado (meter la pata ahí nos puede costar una rotura de tobillo), pero otras veces son simas de varios metros de profundidad de las que, si se sobrevive a la caída, no se puede salir porque no hay escaleras. Si se va acompañado, siempre se debe ir uno pisando sobre el rastro del otro.
5: Al caminar entre la maleza, ir balanceando el bastón por delante nuestra. Eso alejará reptiles de esos que a uno le pican si los pisas. Lo más venenoso que hay en España son las víboras, las cuales muy raramente pueden matar a un hombre sano. Pero del dolor y la inflamación no nos libra nadie, así que ojo. Y por eso recomiendo las botas por encima de los tobillos, así como pantalones largos o, mejor aún, de tipo militar, ceñidos al tobillo. Así evitaremos pinchazos de aulagas, ortigas, bichos, etc. Ah, y cuidado al levantar piedras, que suelen ser el refugio de estos animalitos, los cuales se cabrean bastante si alguien intenta desahuciarlos. Sobre todo, las culebras de escalera son especialmente agresivas. Vamos, que no se largan, sino que te hacen frente las puñeteras. Pueden medir metro y medio, y sueltan unos mordiscos de aúpa. Aún más grandes son las culebras bastardas. Una vez vi una de unos dos metros y medio, y tan gorda como la muñeca de un hombre fuerte. Esas no son peligrosas, pero tienen veneno en sus dientes traseros. No es un veneno mortal ni para sus presas, pero por lo visto duele bastante. Y luego están nuestros entrañables alacranes, que esos sí que pican a mala leche y, según me dicen conocidos a los que les han picado, el dolor es simplemente brutal.
6: En las torres suelen anidar palomas, cernícalos... Así pues, preparados para un repentino aleteo cuando entremos, que más de un susto se lleva uno por eso. Advertencia: es fácil, a finales de primavera, encontrar en el suelo pollos de cernícalo. Están más protegidos que el oro del Banco de España. O sea, que lo mejor, si nos da la vena ecologista, es entregarlos en la Guardia Civil. Como el Seprona te pille con uno o varios en la mochila, te quitan las ganas de salir al campo de por vida en forma de multa suntuaria.
7: Olvidaba la linterna. Siempre viene bien llevar una porque, con seguridad, querremos entrar en sitios bastante oscuros. Yo uso hace la tira de años una Maglite de esas pequeñajas que cabe en un bolsillo, pero dan una luz bestial. Si al entrar vemos dos puntos luminosos, no es un fantasma. Son los ojos de un chucho o un zorro que ha tomado posesión del castillo. Lo lógico es que se larguen corriendo, pero los chuchos a veces se ponen un poco pesados, así que para eso llevamos el bastón.
8: Mucho cuidado al asomarnos al borde de torres,  murallas, etc. desprovistos de parapeto, porque las piedras del filo pueden desgranarse y caernos elegantemente desde varios metros de altura.
9: Al circular por las cámaras de una torre, es preferible hacerlo pegados a las paredes. Ignoramos el estado de las bóvedas, y pasear por el centro es hacerlo por su zona más débil. Nunca se sabe si lo que lleva en pié varios siglos puede darle por caerse justamente con nuestro peso.
10: Sería verdaderamente un milagro encontrar algún objeto, tales como una moneda o algo así en un castillo. Antes de nosotros han pasado por allí tropocientos "piteros" con sus detectores de metales. Pero si tal cosa sucede, simplemente y como mirando al infinito advierto que, aunque parezca absurdo, nos pueden considerar expoliadores si no entregamos la monedita a las autoridades. Legalmente, un hallazgo fortuito debe ser comunicado, y más si estamos en una sitio considerado BIC (Bien de Interés Cultural), y todos los castillos de España lo son aunque solo queden cuatro piedras de ellos. 
11: Conviene estar al tanto de la Ley de Patrimonio Histórico. Más de uno dirá "este tío va de arqueólogo o qué". No, nada de eso. Es que más de una vez he tenido roces con la Guardia Civil por chorradas. Una vez me vinieron dos números a decirme que "estaba contraviniendo la Ley de Patrimonio Histórico" al subirme a una torre a sacar unas fotos. Yo, como ya era perro viejo, me había leído la puñetera ley y se tuvieron que largar muy mohínos sin clavarme la multa de turno porque, de ilegal, nada de nada. Así que mejor ir preparados por si algún celoso miembro de la benemérita se ha levantado con los cables cruzados y se empeña en darnos el día. (Si yo contara mis historias con los guardias...ay... Algunas han sido surrealistas, lo juro).
12: Otro accesorio útil es una navaja o, mejor aún, una navaja suiza. Ojo con que la hoja no pase de 11 cm., no sea que te la quiten. A mi me la han llegado a medir. No es coña. El fulano sacó un metro del bolsillo y midió la puñetera hoja. Así que mejor nada de machetes o cuchillos de monte, porque la ley en ese sentido es tan ambigua que deja al arbitrio de la autoridad estimar si es procedente que lo lleves encima o no, aún estando en mitad del campo. Vamos, que si le da la gana te lo requisa, te jodes y punto.
y 13: Si llevamos críos, casi diría que mejor llevarlos con una correa como un chucho, porque tienen más peligro que un mono con una ametralladora. En fin, todos los que hemos padreado ya sabemos como se las gastan los nenes. Donde más peligro hay, allá que van a galope tendido. Mi recomendación es que, salvo que sean fortificaciones restauradas y adaptadas perfectamente a las visitas al público, mejor dejarlos con los abuelos. Los sustos que me han dado mis retoños han sido quizás lo peor de mis andanzas, así que sé de lo que hablo.

En fin, creo que no olvido nada o, al menos, nada importante. Si alguien tiene alguna duda, pues que pregunte y tal. Puede que alguno se haya quedado un poco acojonado con tanta prevención, pero que nadie tome esta maravillosa afición como un desafío a la muerte. Simplemente se trata de tener un poco de prudencia y sentido común, así como de no echar en saco roto las advertencias de los que saben más, no por más listos, sino por tener más experiencia. Visitar un castillo en ruinas en la gran puñeta tiene un regustillo a aventura de lo más deleitoso, y nos puede hacer pasar un día inolvidable. Precisamente para eso he dado estos consejos, para que sea un día de inolvidable gozo,  no de inolvidable catástrofe, y que al término de la jornada podamos celebrarlo degustando un zumo de cebada como el que muestra mi segundogénito en la foto de abajo, compinche habitual de mis andanzas castilleras. También las comparto con mi querida Pilarita, pero las fotos que tengo de ella en esas situaciones no las puedo poner sin su permiso y yo soy muy mirado para esas cosas.

Ah, por cierto... ahí dejo el enlace con el visor del Sig-Pac. Vienen los mapas topográficos antes citados, así como ortofotos. Es un poco más complicado de manejar que el Google Earth, pero este último no trae mapas. Es muy útil para consultar a la hora de trazar rutas o buscar fortificaciones aisladas. Hale, he dicho...