sábado, 3 de septiembre de 2011

Tormentaria V: Brícolas, bifas, mangañas, y demás trabucos





Bueno, como hoy está el tiempo tormentoso, qué mejor tema que la tormentaria. Hoy seguiremos con las máquinas de lanzamiento. Así pues, intentaremos dilucidar el mayor número de máquinas de este tipo, que no es moco de pavo, lo juro.

Su nomenclatura, como todo lo que viene de antiguo, es complicada de concretar. Cada autor le daba un nombre, más o menos asociado a la maquinaria capaz de lanzar piedras, pero no había unanimidad a la hora de designarlos. Así, tenemos las siguientes denominaciones, todas haciendo referencia al trabuco: alakation, lambdarea, manganon, manganikon (de donde supongo provendrá mangaña), petrarea, tetrarea y cheiromangana (esta última correspondería a una máquina usada por un solo hombre).
En cualquier caso, sí se especifican algunas denominaciones en función de la morfología en concreto de la máquina. Así, la tracción que tiene el caballete, o sea, la parte opuesta a la viga, en forma de lambda (letra griega con forma de V invertida) puesta en posición horizontal, recibían el nombre de lambdarea o labdarea, y los que lo tenían con forma triangular, como el de la imagen de cabecera, de la Biblia Maciejowski (c.1250), petroboloi, patrerea o sphendone. Bastante lioso, ¿no?
Y si tomamos la nomenclatura europea medieval, apaga y vámonos, porque si abundante era la tipología y denominaciones de los griegos, aún más larga es la lista de nombres dados en Europa a todo este tipo de máquinas. Los estudiosos en la materia no han logrado aún poner forma a cada nombre, por lo que imagino que a la misma máquina la llamaban de diferentes formas según en qué sitio, o incluso puede que con el mismo nombre se denominasen máquinas distintas según la zona o país o incluso el cronista. Un ejemplo de dos cronistas de la corona de Aragón: Bernat Desclot usa el término trabuquet para el fundíbulo . Sin embargo, Muntaner lo denomina trabuc.  En fin, la lista (sólo pongo los principales nombres) es pelín desconcertante: blida, bifa, brícola, carabaga, couillard, tribulus, tribuculos y tripantium. Acojona, ¿eh? Bien, como del principio de funcionamiento de estas máquinas ya se habló en la entrada del fundíbulo, no hace falta redundar en eso, así que lo suyo es intentar darle nombre al mayor número posible de máquinas. Prosigamos pues...


Empecemos por los trabucos de tracción manual, inventado por los chinos hacia el siglo IV a.C.. En la ilustración de la izquierda tenemos un modelo básico de los que se usaban en Europa allá por el siglo XI. De la China pasó a Oriente y, de ahí, hacia 1071 a Bizancio para luego pasar a Europa a inicios de la Edad Media. Se tiene noticia de un trabuco de tracción chino manejado por nada menos que 250 hombres, aunque sus resultados no eran precisamente abrumadores. Lanzaron a unos 75 metros un proyectil de apenas alrededor de 60 kilos. Igual es que los chinos no eran especialmente forzudos, vete a saber. En todo caso, queda muy lejos del demoledor poderío de los fundíbulos de contrapeso, capaces de lanzar bolaños hasta diez veces más pesados al triple de esa distancia. Su ventaja radicaba en que ocupaba un espacio reducido, lo que permitía instalarlo sin problemas en el interior de fortificaciones, donde no andaban generalmente sobrados de sitio. Aunque su alcance no era nada del otro mundo, podían lanzar pequeñas vasijas llenas de brea o bolaños de poco peso capaces de causar bastante daño a una hueste atacante o sus máquinas. La primera obra donde se describen estos artefactos es "Los milagros de San Demetrio", escrita por Juan, arzobispo de Tesalónica en la primera mitad del siglo VII, lo que indica que, ya en aquella época, era una máquina de uso común. Este tipo correspondería al conocido como mangaña, y por la forma del caballete podríamos asimilarlo al lambdarea bizantino. Los árabes lo llamaban algarrada.


A la izquierda tenemos un trabuco híbrido, el cual fue ideado mucho más tarde que el anterior. No fue hasta el siglo IX cuando hizo acto de presencia de manos de los árabes, para poco después generalizarse su uso en toda la ribera mediterránea y, posteriormente, en el resto de Europa. Eran máquinas de tracción que contaban con la ayuda adicional de un contrapeso, pero sin llegar a las enormes masas de los fundíbulos. Valga como ejemplo el trabuco híbrido usado por los cruzados en el sitio de Damieta, que iba dotado de un contrapeso de 300 kilos. Gracias a esa ayuda, podía lanzar bolaños de 185 kilos, lo que era impensable con uno de tracción manual. Por otro lado, según Mateo de Edesa, tenemos noticia de un trabuco híbrido usado en 1054 por el sultán selyúcida Toghrïl ibn Muhammad contra la ciudad turca de Manzikert, en manos bizantinas, que disparó bolaños de entre 111 y 200 kilos de peso.


En cuanto a la brícola, se trataba de un trabuco de contrapeso, pero mucho más ligero que el fundíbulo. En la imagen de la derecha podemos verlo. Parece que su denominación obedece a la peculiar forma de su contrapeso. Como se ve, forma parte solidaria de la viga, o sea, no es basculante. Su extremo bífido tiene una forma como testicular, bi-coleus en latín, de donde parece ser proviene su nombre. Yo no coincido con esa etimología: Más bien me inclino a pensar que proviene de bis coeo: dos juntos. En fin, si alguien domina los latines, que se manifieste.
Esta máquina, al parecer, fue un invento europeo. Se da noticia de ella como algo novedoso allá por 1180, cuando fue usada por los normandos en el cerco a Tesalónica. Se mencionan concretamente una serie de máquinas situadas en el lado oeste de la ciudad y, por su aspecto, no parece que fueran excesivamente potentes.


Por otro lado, tenemos la bifa o biffa que, según como la describió Giles de Roma en su obra "De Regimine Principum Librites" (1275), era un trabuco de contrapeso articulado. tal como aparece en la ilustración de la izquierda, procedente de "Códice Latino 197"  (c. 1421-1441).
Con todo, ningún otro autor ha relacionado este nombre con esa máquina en concreto, de modo que nos tendremos que creer la descripción que nos legó Giles mientras nadie demuestre que estaba equivocado. Merece la pena reparar en que el contrapeso no cuelga, como en el fundíbulo normal, y que la masa del mismo podría ser regulable cargando más o menos el contrapeso, que aparece abierto por su parte superior. Es a todas luces una pieza más pequeña y, por ende, más manejable en todos lo sentidos.
Este mismo autor describió otro más, denominado trabucium, el cual no tenía el contrapeso articulado, sino que iba fijado a la viga, más o menos como aparece en esa ilustración de arriba a la derecha. Y aún mencionó uno más, el tripantium, que era por lo visto una mezcla de ambos sistemas: un contrapeso fijo más uno articulado.



En cuanto al couillard, era un trabuco bastante simple, que estuvo operativo hacia el siglo XIV. En la ilustración de la izquierda vemos como era su aspecto. Como se ve, se trataba de una simple viga que actuaba como una balanza, ya que ambos extremos son casi de la misma longitud. Como contrapeso actúan dos sacos de cuero llenos de piedras o tierra. Posteriormente y a fin de aumentar su potencia, se acortó el lado del contrapeso y se sustituyeron los sacos por dos cajones de madera que, al parecer, podían alcanzar las 2 Tm. de peso, lo que lo hacía casi equiparable a un fundíbulo de los grandes. Su aspecto lo podemos contemplar en la imagen de la derecha. Por cierto que el término "couillard" en francés vulgar hace referencia a unos testículos de generoso tamaño, supongo que en alusión a los dos sacos de cuero que hacían de contrapeso. Podríamos pues traducir el nombre de la máquina como un "cojonudo", vaya...


Para terminar, el trabuco de tracción manual "unipersonal", la cheiromangana. Es aún más simple que lo ya visto: un simple poste asentado sobre una base de madera con una viga articulada mediante un eje. En un extremo, la honda, y en el otro una soga para que el más gordo de la guarnición jale de la misma. La ilustración procede "Códice Latino 197".
Aunque parezca una máquina poco útil, hay que tener en cuenta que precisamente su ligereza le proporcionaba una enorme cadencia de tiro, y que bastaban apenas dos servidores para hacerla funcionar: uno la cargaba y el gordo jalaba. Una batería de una docena de máquinas así podía hacer caer sobre un ejército enemigo una verdadera lluvia de proyectiles de todo tipo, incluyendo las ya existentes granadas que, provistas de una mecha de la longitud adecuada, sembrarían un verdadero caos. O vasijas pequeñas conteniendo fuego griego, diabólica mixtura de la que ya hablaré en su momento y que podía parar en seco a las tropas más decididas.


Concluyo la entrada con una curiosa lámina de una serie de inventos de un tal Toccola, un ingeniero italiano del siglo XV que tenía una inventiva notable. Como vemos en la lámina, se trata de una cheiromangana portátil y provista de un escudo de madera para proteger a su servidor. En vez de honda lleva una especie de rastrillo metálico curvo, muy eficaz para lanzar al interior de una fortificación faginas ardiendo, o bien pellas de estopa impregnadas de brea y azufre. También aparece un curioso soporte para recipientes, con el mismo fin.
Inventos aparte, los proyectiles que usaban eran en todos los casos similares, variando solo el tamaño o el peso en función de la máquina. Añadir solo que estos artefactos estuvieron en uso aún cuando la pirobalística ya dominaba todo lo referente a la poliorcética, ya que incluso el mismo duque de Alba llegó a hacer uso de ellos en pleno siglo XVI. Y ya vale, que esta entrada ha sido asaz laboriosa. Ahí dejo un vídeo que muestra el funcionamiento de un trabuco híbrido. Es pelín cutre, porque la viga es metálica y los servidores, en vez de ir cubiertos por bacinetes o capelinas, llevan cascos de currantes, pero al menos queda patente que, aunque tirado por apenas tres hombres, tenían su potencia.
Hala, he dicho...




Las armas de fuego II: El trueno de mano



Bueno, vamos a descansar un poco de tanta maza, tanta ballesta y tanta espada, y vamos a empezar a estudiar algo sobre las armas de fuego, que ya va siendo hora. Y para ello, como es lógico, empezar por la más primitiva de todas: el trueno de mano. Este rudimentario chisme, a pesar de su imprecisión y de sus efectos más psicológicos que prácticos, fue el primer paso de la revolución que supuso la aparición de la pólvora en los campos de batalla de Europa que, por desgracia, en su historia no ha conocido más de 10 ó 15 años seguidos de paz. Bien, al grano...

Esa ilustración de cabecera, de un manuscrito inglés del siglo XIV, muestra a un soldado, concretamente el segundo por la derecha, empuñando algo así como una cañería atada a un palo. Eso es un cañón de mano. Por cierto, conviene reparar en las saetas incendiarias que disparan los ballesteros, lo que indica que el invento de la pólvora no solo sirvió para hacer ruído, sino también para crear proyectiles incendiarios para las armas convencionales de la época. Vamos a ver los diseños más habituales de estos artefactos.


Ese que vemos a la izquierda corresponde a uno de los más primitivos. Como se ve, consta de un pequeño cañón de no más de 20 cm. de longitud fijado a un armazón de madera mediante dos bridas metálicas. Bajo el armazón lleva un mango usado como pistolete, o sea, una empuñadura para mejorar su agarre y, muy importante, resistir mejor el retroceso del arma, que no por ser tan primitiva no quiere decir que no diera un reculón al disparar. Ojo, el retroceso de las armas de fuego no lo produce la deflagración de la pólvora. Si disparáis una escopeta a la que habéis quitado los perdigones del cartucho, prácticamente no se moverá. Es una mera cuestión de física conocida como principio de acción y reacción. Cuanto más pese el proyectil, más retroceso tendrá el arma aunque la presión en recámara sea la misma. Bueno, prosigo con el chisme ese.
Su cañón es hexagonal, y en la vista inferior se ve el pequeño orificio llamado oído por donde inflamamos la pólvora mediante una mecha. Este orificio tenía forma de cono invertido, con la parte más ancha hacia el exterior a fin de lograr un buen cebado. En el dibujo en sección del centro vemos el interior del ánima. Al fondo de la misma va la carga de pólvora, a continuación de la cual se ponía un taco de estopa o lana para comprimirla y evitar la fuga de gases, lo que restaría potencia al disparo (eso crearía además lo que se conoce como viento balístico, o sea, gases que adelantan al proyectil en el momento de salir por la boca de fuego, restándoles precisión. Pero eso es un concepto moderno del que nuestros ancestros no tenía ni idea). Como ya se puede suponer, las ánimas eran lisas. Eso del cañón estriado tardó aún varios siglos en aparecer. Finalmente, comentar que el calibre de estos truenos era bastante grande, de 2 ó 3 cm., o incluso más. Al carecer de precisión, la mejor forma de hacerlos efectivos era darles un calibre que, en caso de acertar, dejase al enemigo hecho puré, con un boquete enorme en la barriga o media cabeza arrancada de cuajo.


Ese otro es un verdadero alarde de ingenio, ya que es lo que podríamos denominar como "trueno de repetición". A fin de disponer de varios disparos seguidos, ya que el proceso de carga era bastante lento, a alguien se le ocurrió unir varios cañones, como si de un rudimentario revólver se tratara. Así, bastaba ir acercando la mecha oído tras oído para efectuar tantos disparos como cañones había disponibles. Eso sí, tras agotar la carga, mejor echar mano a la espada, porque si recargar uno se llevaba su tiempo, recargar 4, 5 ó 6 aún más. En todo caso, no deja de ser un invento extremadamente útil. Este tipo de trueno, dotados de un mango bastante largo, solía requerir dos hombres para su manejo: uno para sujetarlo y apuntar, y otro para hacer fuego. Imagino que el motivo de hacerle el mango más largo era por la posiblidad de que, al disparar un cañón, el fuego se transmitiese a los demás por los oídos, provocando un disparo simultáneo de todos los cañones (doy fe de que ocurre con más frecuencia de lo que os podéis imaginar). Eso podía incluso hacer reventar el arma, así que de ahí tenerla lo más alejada posible del cuerpo.








Pero no solo era la infantería la que usaba los truenos, sino también los hombres a caballo. Ese que vemos arriba corresponde al tipo usado generalmente por los jinetes. En este caso, no va montado sobre un armazón de madera, sino que es enteramente metálico. La argolla del extremo de la rabera era para colgarlo y, al mismo tiempo, fijarlo a un gancho ubicado en el peto de la armadura, a fin de facilitar su manipulación. Como se ve en la ilustración, en el arzón de la silla portaban una horquilla para apoyarlo. Por lo demás, sus características y funcionamiento son idénticos a los anteriores.



¿Cómo se fabricaban? Habréis observado que los cañones son facetados, de sección hexagonal. Ello era debido a que, en una época en que aún no existían los tornos, a los herreros les resultaba mucho más fácil fabricar caras planas que redondas. Incialmente, se fabricaban mediante forja. O sea, se tomaba un mandril, que era una barra circular que actuaría como "negativo" del cañón, alrededor de la cual se iban añadiendo láminas de hierro y se unían unas a otras mediante forja. Una vez terminado, se retiraba el mandril, siendo el hueco que dejaba el ánima del cañón. Luego se cerraba un extremo, donde quedaba la recámara, y se perforaba el oído. Este sistema, que se siguió usando mucho tiempo para la elaboración de bombardas, no daba la resistencia adecuada, por lo que se recurrió a fabricarlos mediante fundición, bien de hierro o, mejor aún, de bronce, ya que este metal, al tener más elasticidad, resistía mejor las presiones de la pólvora negra. Se tardó más tiempo en fundir bombardas por meras limitaciones técnicas. No era lo mismo fabricar un molde para un cañón de 30 cm. de largo que para una bombarda de 3 metros.


¿Cómo se disparaban? Había dos formas: una, metiendo la rabera del armazón bajo el brazo. El rudimentario pistolete, caso de llevarlo, cosa que no siempre sucedía, se sujetaba con la misma mano y, con la mano libre, se acercaba la mecha al oído. O bien, como vemos la ilustración (Manuscrito Burney, 1469), metiendo la rabera bajo el brazo, sujetando el cañón con la otra mano, y prendiendo el oído con la mano del brazo en cuya axila hemos colocado la rabera. Lógicamente, este sistema no permitía apuntar, así que supongo lo usarían para disparos muy cercanos, casi a bocajarro. El otro sistema, arriba a la derecha, era apoyando el armazón de madera sobre el hombro, y prendiendo la mecha de la misma forma que se ha dicho antes. Hay que concretar que estas armas carecían de elementos de puntería, por lo que se apuntaba a ojo de buen cubero. En todo caso, su escasa precisión no creo que diera para acertar a un hombre a más de 20 ó 30 metros.


A medida que los truenos fueron aumentando de tamaño, su peso hizo necesario el uso de horquillas para poder apuntar, como pasó más tarde con los arcabuces. Dotados de unas culatas que eran de todo menos ergonómicas, era muy difícil hacer puntería con el simple apoyo de un palo metido bajo el brazo o colocado sin más sobre el hombro y, encima, usando solo una mano ya que la otra sujetaba la mecha. Aparte de eso, estas armas alcanzaban pesos notables, de más de 4 ó 5 kilos, cuyo peso además estaba concentrado en el extremo opuesto al tirador.



¿Cómo se cargaban? Para saber la carga adecuada, se solía poner el proyectil en la palma de la mano un poco encogida, como si se sujetara un huevo. Se vertía pólvora encima y, cuando el proyectil quedaba cubierto, esa era la carga adecuada. Si se quería una carga de más potencia, se actuaba igual, pero con la mano totalmente extendida, lo que obviamente requería más cantidad de pólvora para cubrir el proyectil. Como es obvio, tanto preparativo no era posible en plena batalla, así que lo que hacían era verter la pólvora a ojo de buen cubero y santas pascuas. Como ya expliqué, la pólvora negra es muy progresiva, de modo que si el cañón era corto, como es el caso, pues simplemente salía despedida mucha pólvora sin quemar. A continuación se atacaba con una pella de estopa o lana, se metía la bala y, con una pólvora más fina, la llamada polvorilla, se cebaba. A partir de ahí, bastaba acercar la mecha para efectuar el disparo. Más tarde, cuando se desarrolló el arcabuz, sus usuarios sí llevaban las cargas previamente dosificadas, pero de eso se hablará en su momento.
Los proyectiles se fabricaron inicialmente de hierro, mediante fundición. Más tarde se optó por el plomo, más barato, más fácil de manipular y, lo más importante, el mismo soldado podía fabricarse la munición. Si con el arma le entregaban una turquesa (es el nombre de los moldes), en una simple fogata podía fundir plomo, ya que este metal solo requiere una temperatura de 300º para convertirse en líquido. En todo caso, siempre se podía disparar cualquier cosa: piedras, clavos de herradura, fragmentos metálicos...


Concretar algunos datos para dar término a esta entrada. Como ya puede suponerse, no existía un mínimo de estandarización. Cada armero los fabricaba como estimaba más oportuno, no existiendo uniformidad en dimensiones y, mucho menos, en calibres. Eso complicaba bastante la vida a sus usuarios, que en caso de quedarse sin "pelotas", que no era una cuestión testicular, sino como denominaban a los proyectiles de la época, las pasaban moradas para encontrar munición. En el peor de los casos, bastaba con meter una pelota de calibre un poco inferior, ponerle delante un taco de estopa para que no se cayera al suelo y disparar. Obviamente, la precisión de semejante tiro era una birria, pero suficiente para dejar en el sitio a un enemigo situado a pocos metros.
Y como una imagen vale más que muchos peñazos, ahí dejo dos ilustrativos vídeos. En uno, un orondo sujeto dispara un trueno de mano, y en el otro, el mismo sujeto orondo hace fuego con una variante más larga, similar al que muestro para uso de la caballería. ¿Nadie se anima a fabricarse uno? Bueno, en lo que a mi respecta, he dicho...