lunes, 19 de septiembre de 2011

Mitos y leyendas: ¡A la carga!



El cine, propalador de innumerables camelos en vez de ser educativo para el personal, ha hecho creer a la inmensa mayoría de la gente que los ejércitos de todas las épocas se atacaban unos a otros como toros picados por tabanos, corriendo como locos hasta llegar a un brutal contacto que, las cosas como son, quedan muy molones y espectaculares, pero son más falsos que una lima de plastilina. Es mentira. Comencemos por el mundo antiguo, ya que he puesto un fotograma de la conocida película "Troya" como foto de cabecera, en la que el peleida Aquiles rompe la testuda y, al frente de sus mirmilones, se abalanza como un poseso contra los troyanos.


La formación táctica de los ejércitos griegos era la falange, una formación basada en ofrecer al enemigo una masa compacta de combatientes que, avanzando en orden cerrado, intentaría romper sus filas. De hecho, hasta la aparición de las armas de fuego automáticas, todos los ejércitos han basado sus tácticas en la formación en orden cerrado, única forma de resistir los embates de la caballería o la infantería enemigas. Sólo cuando quedó claro que una ametralladora podía aniquilar un batallón entero en cuestión de minutos, como quedó patente en las horripilantes escabechinas de la Primera Guerra Mundial, las tropas optaron por desperdigarse y correr como gamos para evitar caer achicharrados a tiros. Pero hasta que eso tuvo lugar, pasaron siglos y siglos en que la mejor forma de enfrentarse al enemigo era en orden cerrado.

Y para atacar en orden cerrado, obviamente, era necesario mantener una disciplina en la formación, de manera que nadie se adelantase ni se quedase atrás. Era materialmente imposible que un cuadro formado por cientos o miles de hombres corrieran todos a una sin deshacer las líneas. Eso lo aprovecharía el enemigo para exterminarlos sin problemas, ya que una masa de combatientes descompuesta es presa fácil de otra bien organizada. Por otro lado, ya podemos imaginar el estado de agotamiento al que llegarían al contacto tras correr como locos medio kilómetro o incluso más, cargados con 20 ó 25 kilos de armas y equipo. Sin resuello, con la lengua fuera, echando los bofes, serían bonitamente acuchillados antes siquiera de darles tiempo a secarse los sudores. Un ejemplo:


El ejército romano, arquetipo de la disciplina en combate, avanzaba hacia el enemigo con un paso ligero corto. O sea, no iban dando un paseo, pero mantenían un paso que les permitía avanzar con rapidez sin romper la formación. Unos 25 ó 30 metros antes del contacto se detenían y las tres primeras filas lanzaban sus pila, a fin de inutilizar los escudos del adversario y tenerlos a su merced. Luego se cubrían con sus enormes escudos, apretaban filas y proseguían el avance, o esperaban el choque con el enemigo. Tras parar los primeros golpes, sacaban la mano por debajo del escudo y acuchillaban a los situados en primer lugar, y así hasta consumar la escabechina. Solo si se veían rodeados o si, por cundir el pánico ante una manifiesta inferioridad numérica rompían la formación, corrían verdadero peligro.


En la Edad Media pasaba exactamente lo mismo. Las tropas avanzaban en formación, cubriéndose de las lluvias de flechas o virotes que les lanzaba el enemigo a fin de diezmarlos antes del contacto. Solo manteniéndose muy juntos y cubiertos con los escudos podían alcanzar al adversario sin caer como moscas. Y, lo más importante, reservar las fuerzas para un combate que podía durar horas, así que no era plan de quemar energías dando carreras por un terreno irregular, que podía producirle a uno una torcedura o una lesión en los tobillos, una forma bastante absurda de ser posteriormente rematado sin tener siquiera la oportunidad de escapar del campo de batalla. En esa conocida escena de Braveheart, si hubiera sido realidad, los arqueros galeses los habrían exterminado apenas hubieran recorrido un centenar de metros. Hablamos de arqueros capaces de poner tres flechas en el aire (no confundamos esto con la cadencia, que serían las flechas disparadas por minuto, en este caso 12 flechas). O sea, antes de que la primera alcanzase el blanco, dos más ya la seguían por el mismo camino. Quinientos arqueros (que se solían juntar muchísimos más), hacen la siguiente cifra: 500 x 3 = 1.500 flechas volando. Si hablamos de la cadencia, serían bastante más: 500 x 12 = 6.000. Una ametralladora moderna dispara con una cadencia de entre 600 a 1.200 d.p.m., así que haceros una idea de su efectividad contra unos cientos de pardillos corriendo a campo abierto.


Ya en tiempos modernos, no se varió la táctica. En los siglos XVII, XVIII y XIX, los cuadros de infantería seguían avanzando con paso majestuoso y tranquilo, mientras la fusilería enemiga realizaba descarga tras descarga a fin de producirles el mayor número de bajas antes de llegar a la bayoneta. Ciertamente, debían tener la sangre de horchata para avanzar como si tal cosa a pecho descubierto, mientras sus compañeros caían alrededor con sus elegantes uniformes agujereados. Pero era lo que había. Si acaso, unos metros antes del contacto iniciaban una breve carrera para tomar impulso.



Incluso las cargas de caballería se llevaban a cabo con cierto orden, y generalmente manteniendo un galope corto o incluso un trote largo, y esto por dos motivos: uno, no romper la línea. A más compacta, más efectiva y más aterradora para la infantería. Y dos, porque los caballos no son máquinas y se cansan los animalitos, y más si tienen que correr un par de kilómetros con un señor encima que, con su equipo y armas, supera holgadamente los 100 kilos de peso. Lo último que querría ver un caballero medieval era a su carísimo caballo caer reventado de agotamiento. De hecho, según las crónicas, la caballería normanda cargaba en un orden tan cerrado que podías lanzar una manzana contra ellos con la seguridad de que sería ensartada por una lanza (sí, es un poco exagerado, pero incluso en plan metafórico ya es bastante revelador). Y los coraceros del siglo XIX, la caballería pesada, cargaban "estribo contra estribo", siempre con el mismo fin: ser más compactos y eficaces. Y eso solo se lograba manteniendo un ritmo de velocidad adecuado para todos los caballos.

En fin, quede pues manifestado que eso de correr como locos es una de las muchas historias falsas que pululan por ahí. Además, correr cansa tanto... y más si es para ir al encuentro de la muerte, digo yo. Hale, he dicho...