miércoles, 4 de enero de 2012

Armas de circunstancias: El lucero del alba o morgenstern 1ª parte


A pesar de su poético nombre, el morgenstern fue una de las armas más contundentes y que más proliferaron en las últimas décadas de la Edad Media. Su origen se remonta a inicios del siglo XIV, en Centroeuropa, como un burdo remedo de las mazas de armas y los manguales usados por los caballeros de la época. Como se ha comentado en entradas anteriores referentes al armamento de circunstancias usados por peones y milicianos, la falta de medios económicos obligaba a la plebe a recurrir a aperos agrícolas o bien, como en este caso, a armas de fácil fabricación, económicas y, quizás lo más importante, que disminuyesen en todo lo posible la enorme diferencia entre las onerosas y eficaces armas de los profesionales de la guerra con las que portaban los milicianos, guerreros de circunstancias que caían como moscas ante hombres de armas y caballeros muy diestros en todo tipo de artes marciales. De esa forma nació el morgenstern, inicialmente una simple clava erizada de púas de hierro que le daban el aspecto de una estrella, de donde tomó su peculiar nombre.


En sus comienzos, como vemos en la foto de la derecha, no era otra cosa que una porra con una gruesa cabeza esferoidal literalmente cubierta de largas y aguzadas púas prismáticas embutidas en la madera, la cual posiblemente era endurecida al fuego para ganar resistencia y contundencia. A la derecha tenemos un ejemplar para infantería, con un mango corto en cuyo extremo se aprecian aún los restos de una envoltura, posiblemente de cuero, para mejorar el agarre e impedir que el arma resbalase por el sudor o la sangre. Así mismo, también es visible un fiador de cuerda. Ante la visión de este tipo de armas no hace falta recalcar su contundencia. Esa bola erizada de largas púas debía ser simplemente demoledora contra enemigos mal protegidos, produciendo heridas abiertas que, por lo general, acababan degenerando en infecciones o tétanos. Aparte de eso, es indudable que debían ejercer un fuerte impacto psicológico. Su fabricación era bien sencilla: bastaba darle forma a una simple estaca de roble y encargarle al herrero unas púas las cuales eran embutidas poniendo el vástago al rojo vivo. Sin embargo, este método no debía darle al conjunto la resistencia adecuada a la hora de golpear contra escudos o yelmos, y bastantes de esas púas debían perderse a lo largo del combate, así que, en no mucho tiempo, se fue perfeccionando dando lugar a armas más complejas que, no por ello, dejaban de estar al alcance de cualquiera.



En la ilustración de la izquierda tenemos un ejemplo. Como se ve, las piezas necesarias son bien escasas y fáciles de elaborar. Por un lado tenemos el cuerpo de arma A, fabricado enteramente de madera y con un mango cuya longitud podía oscilar entre los 50 cm. hasta los 180 cm., con lo que se convertía en un arma de dos manos. Por otro lado, tenemos un nuevo aditamento, la pica B, embutida en la parte superior de la cabeza de armas y con forma prismática o lanceolada. Eso convertía el morgenstern en un arma de dos usos: una maza y una pica, capaz de golpear, de herir de punta o, llegado el caso y con un mango de la longitud adecuada, detener una carga de caballos coraza. Para reforzar el cuerpo del arma tenemos la pieza D, una anilla remachada bajo la cabeza y provista de barretas de enmangue que impedirían que el mango fuese dañado por las armas de corte del enemigo. Finalmente, una simple pletina con cuatro, seis u ocho púas remachadas a la misma y que, a continuación, se enrollaba sobre la cabeza, se soldaba y se unía a la misma mediante clavos. A la derecha tenemos el resultado: un arma con una contundencia devastadora, capaz de herir como una lanza, muy fácil de fabricar y, sobre todo, muy económica.



Su eficacia en combate no tardó en trascender, y rápidamente se extendió a otras zonas de Europa, como Suiza, los Países Bajos, Chequia, Francia e Inglaterra. Y su uso trascendió más allá de los simples peones, llegando a fabricarse en masa para armar a las milicias urbanas en caso de guerra, ya que su módico precio permitía fabricar grandes cantidades de estas armas.

A la izquierda tenemos un ejemplar más elaborado. En este caso, la cabeza la conforma  una esfera ferrada de la que emergen varias púas. El conjunto está rematado en su parte superior por una pica prismática. Su cabeza de armas ferrada le daba más peso, y por lo tanto más contundencia a la hora de golpear. Su asta, también de hierro y similar en longitud a la de una alabarda, permitía su uso como pica en una formación cerrada, o para hostigar hombres a caballo. De hecho, hubo armas de este tipo a las que se las dotó de una hoz pequeña, o una cuchilla curvada a fin de usarla para descabalgar jinetes que, una vez derribados, eran literalmente machacados a golpes, o veían como le metían la aguzada y estrecha pica por alguna rendija de su armadura, la ocularia del yelmo o, sin más historias, directamente por la entrepierna, clavándola en la ingle o los testículos y provocando una severa hemorragia que acabaría con su vida en pocos minutos.

Otros diseños, más básicos, se limitaban a un simple palo engrosado por su extremo y con forma cilíndrica en los que se embutían las púas y la pica, o bien, para darles más resistencia, dichas púas iban previamente remachadas en una pletina como hemos visto en el ejemplo anterior. En definitiva, la cantidad de variaciones que aún se conservan serían imposibles de enumerar una por una, ya que había tantas como daba de sí la imaginación del personal a la hora de idear armas lo más dañinas y contundentes posibles para finiquitar al enemigo sin más dilación. De hecho, incluso se fabricaron armas de este tipo con una elaboración mucho más sofisticada destinada a hombres de armas y caballeros que, sin importarles mucho su origen plebeyo, preferían su versatilidad y eficacia si bien, como es lógico, se podían permitir unos materiales y acabados acordes con su rango. En la ilustración inferior se pueden ver diversos tipos, de forma que cada cual podrá hacerse una idea de la cantidad de variantes que de pudieron fabricar. Estas armas estuvieron operativas hasta el siglo XVI.





Finalmente, conviene mencionar una tipología derivada del morgenstern, creada en Inglaterra y bautizada con el nombre de "hisopo", por su similitud con los aspersores de agua bendita usada por los curas. En la foto de la derecha podemos ver su aspecto. Como se ve, se trata de un arma mucho más elaborada, con una cabeza cilíndrica enteramente de hierro y sujeta al asta mediante barretas de enmangue. Esta tipología, más longeva, estuvo en uso en Inglaterra hasta bien avanzado el siglo XVII, lo que denota su eficacia en unos campos de batalla en los que, por esa época, las picas y las armas de fuego eran las reinas indiscutibles. Su peculiar cabeza de armas está formada por tres hiladas de tres púas cada una. En algunos casos, entre hilada e hilada iban provistas de barras similares a las de las mazas barradas, pero completamente rectas. Rematando el conjunto, una pequeña moharra para usarla como lanzas. Sus astas, similares en longitud a las de una media pica, daban al arma una longitud que oscilaba por los 2 metros.

Como complemento a estas armas, también se elaboraron rudimentarias copias de los manguales al uso, si bien, siendo inicialmente armas de circunstancias, de forma muy burda aunque eficaz. De ellos hablaremos en una próxima entrada así que, de momento, he dicho...






Armas de circunstancias: La horca de guerra


Bueno, retornamos al medioevo con un arma de circunstancias que tuvo cierta difusión entre los peones de las milicias que, faltos de medios económicos para optar por una panoplia de armas más sofisticada, no tenían más opción que valerse de sus útiles agrícolas. Hablamos de la horca, una herramienta antiquísima y que algunos conocen también como bieldo.

Hay bastantes testimonios gráficos, especialmente en Centroeuropa, sobre el uso militar de la horca, como el que aparece a la izquierda, un anónimo alemán del siglo XVI. En el mismo vemos un grupo de milicianos armados algunos de ellos, precisamente, con armas de circunstancias como la horca en cuestión, un mayal y un "hisopo", del que ya hablaremos en una próxima entrada.

Antes de proseguir, comentar un dato curioso. La horca, término procedente del latín furca, además de ser en aquella época un instrumento de labranza lo era también de suplicio. Consistía en una horca clavada en posición vertical en el suelo, tras lo cual se suspendía al reo del cuello por la horquilla. Ello conllevaba a una lenta muerte por estrangulamiento, aplicada a esclavos y criminales convictos de los peores delitos. O sea, era ahorcados. De ahí es de donde proviene la denominación de ese tipo de ejecución por estrangulamiento, aunque sea colgando al reo de una soga.


En lo referente a su uso militar, en los testimonios gráficos en la que aparecen, siempre están en manos de peones. La horquilla, como es de suponer, no era de madera sino de hierro, aunque en algunos grabados de la época se ve que incluso algunos acudían a la guerra con horcas fabricadas enteramente de madera, con las que poco daño podían hacer al enemigo salvo que fuese un peón que, como él, apenas llevase armamento defensivo.

En ese grabado de Martin Schongauer (1448-1491) sobre la pasión de Cristo, vemos como entre la turba asoma una horca enteramente de madera, lo que indica que fueron usadas con un material bastante endeble para el combate. Al fondo, bajo el rastrillo, aparece otra similar. Cabe suponer que sus usuarios las destinaban para intentar acertar en la cara del enemigo, caso de ir descubierta, y se abstendrían muy mucho de enfrentarse a hombres de armas con un simple palo afilado. Solo con un certero puntazo en un ojo o en la garganta podrían poner fuera de combate a un enemigo provisto de un armamento defensivo mediocre.



En las iluminaciones de la Biblia Maciejowski también aparece en algunas ocasiones. A la izquierda tenemos una de ellas, en la que aparecen tres peones. Uno va armado con una lanza, el que mira a la derecha no se sabe qué tipo de arma enastada lleva porque no aparece en el dibujo, y el del centro porta una horca con cabeza metálica. Como se ve, es prácticamente idéntica a la que se muestra en el grabado inicial: una horquilla de hierro con las puntas muy aguzadas y provista de un cubo de enmangue que, según se intuye en la ilustración, iba sujeto por una anilla al asta.

Un arma de estas características podía hacer el mismo trabajo que una lanza, si bien la horquilla limitaba la penetración en el cuerpo del enemigo más allá de la longitud de la misma. Con todo, dos perforaciones de 20 ó 30 cm. en el tórax, el cuello o el abdomen bastaban y sobraban para dejar en el sitio a cualquiera. No tengo constancia gráfica del uso de la horca en la Península, pero cabe suponer que sería utilizada, si bien con menos profusión que en Centroeuropa debido, quizás, a que el constante estado de guerra que conoció la Península durante toda la Edad Media hizo que las milicias estuviesen mejor armadas que en Francia o Alemania. En cualquier caso, su uso como arma habitual en manos de peones debió concluir a lo largo del siglo XVI, cuando los ejércitos se profesionalizaron y, además, las armas de fuego empezaron a extenderse a gran velocidad. Bien poco podría hacer un hombre armado con una horca teniendo delante a un piquero provisto de un arma de 4 ó 5 metros de longitud, y mejor no hablar cuando el que se le enfrentaba era un hombre de armas o un caballero completamente cubierto de hierro. Sin embargo, el hecho de que aparezca en bastantes ilustraciones de la época nos da a entender que fue un arma que gozó de cierta popularidad.

Hale, he dicho...