lunes, 6 de febrero de 2012

Hombres de armas: Los rangos en la milicia medieval. El adalid




El origen del término adalid se suele dar por sentado que es de procedencia árabe: ad-dalid, que significa guía o mostrador. O sea, que inicialmente eran los encargados de "descubrir tierra", que era como denominaban al acto de explorar, de ir por delante del ejército para descubrir las rutas más adecuadas y, a la par, más discretas para su avance a fin de no delatar su presencia a los enemigos. En cualquier caso, el hecho de ser el guía o, según su denominación latina dux, de un ejército acabó por equiparar este rango con el de caudillo de la tropa. 

Y no era cosa baladí, ya que de su capacidad dependía el éxito de la algara, aceifa o batalla de turno. Al igual que en el caso de los alféreces, los adalides eran escogidos por sus cualidades militares, e incluso en la Primera Partida se especifica claramente que "cuatro cosas dixeron los antiguos que deben aver en si los adalides, sabiduria, esfuerço, buen seso y lealtad". Esto viene a querer decir que debían ser inteligentes y duchos en las artes marciales propias de su oficio: estrategia, táctica, poliorcética... debían ser esforzados, siendo ejemplo para los demás por su arrojo y destreza con las armas, tener sentido común y, naturalmente, ser fieles a su señor.



Buena prueba de la importancia del cargo era la compleja ceremonia que se llevaba a cabo para formalizar el nombramiento de un adalid, en la que el rey "le honraba con armas, espada y caballo, y un ricohombre le calzaba la espuela", tras lo cual era aupado de pie sobre un escudo por doce caballeros y, desenvainando la espada, daba tajos haciendo la señal de la cruz hacia los cuatro puntos cardinales (en primer lugar hacia el este, que es de donde provenían los moros), y pronunciaba el siguiente juramento: "Yo, Fulano de Tal, desafío en el nombre de Dios a todos los enemigos de la fe, et de mio señor et rey de la tierra", tras lo cual era bajado de nuevo al suelo y el ricohombre le entregaba el pendón mientras le decía: "Yo te otorgo en el nombre del rey que seas adalid" . Queda pues patente, a la vista de la parafernalia desplegada, que la ostentación de este rango no era otorgada al primer cantamañanas que se presentara haciendo la pelota en la curia regia, y que se ponía buen cuidado en elegir al más apto ya que de él dependería la suerte de toda una hueste.


Pero el adalid, además de ser un jefe militar, tenía jurisdicción legal sobre las tropas, siendo así juez en los casos de indisciplina, traición, etc. En el "Fuero sobre el fecho de las cavalgadas" incluso se especifica que los veredictos y sentencias del adalid están por encima de cualquier otra instancia, y que su persona era inviolable. Respecto a lo primero, nos dice que "...ninguno non se pueda alçar de las sentencias que ellos daran por adelante de rey, ni por adelante adelantado, nin ningun otro que senyoria tenga...", y en cuanto a lo segundo, que "...si alguno fuere contra el cabdiello (el adalid), él guiando la cavalgada, pierda la mano diestra". Para que nos entendamos, viene a decir que la persona del adalid era intocable estando en el desempeño de sus funciones, so pena de ver su mano derecha tomar un camino distinto al del resto del cuerpo mediante una enojosa amputación a lo vivo. Además, como se comentaba más arriba, era el único legalmente capacitado para ejercer justicia sobre la hueste.



Pero sus responsabilidades no acababan ahí, ya que además debía hacerse cargo de la intendencia del ejército, designar a los hombres más adecuados para descubrir tierra, para las avanzadillas, las emboscadas, y hasta señalas las raciones que debían distribuirse entre las tropas. O sea, era el corazón de la hueste, así que es pues evidente que pusieran el máximo celo a la hora de elegir al hombre más adecuado. El rango de adalid perduró hasta el siglo XIV, en el que fueron sustituidos por los condestables. Y no sucedía como a finales de la Edad Media e inicios del Renacimiento, en que estos cargos eran hereditarios. Antes al contrario, ni siquiera eran vitalicios, quedando a la potestad del rey o del noble que levantaba una hueste el mantenerlo o no, en función del rendimiento mostrado. O sea, que se lo tenía que currar a base de bien o eran cesados.

Bueno, ya seguiremos.

Hale, he dicho...