viernes, 18 de octubre de 2013

La repoblación del territorio en la Edad Media. Repartimientos y donadíos


Emisarios andalusíes pactan con un rey cristiano la entrega de su ciudad


Bien, dilectos lectores... prosigamos con el tema de las repoblaciones, que aún quedan algunas cosillas por mencionar. En la entrada anterior se habló de como los monarcas medievales fomentaban la repoblación de las tierras arrebatadas a los enemigos ya que, al fin y al cabo, un territorio baldío no daba fruto y, por otro lado, era más fácil de recuperar por sus antiguos propietarios.
Conviene además aclarar un punto antes de proseguir, ya que es habitual ver los sucesos de hace siglos bajo el prisma de nuestros días, lo que puede dar lugar a cometer ciertos errores y, especialmente, caer en juzgar de forma equivocada a los que nos precedieron.



Cuadro de Zurbarán que representa de forma figurada la
entrega de las llaves de Sevilla a Fernando III por parte
del valí de la misma, Abu Hassan al-Saqqaf
Así pues, debemos considerar que la reconquista del territorio no solo se veía en los reinos hispanos como una obligación de tipo moral, sino económico. Los monarcas de aquel tiempo no acometían la costosísima empresa que suponía levantar en armas una hueste para recuperar tal o cual ciudad si no era viable su posterior mantenimiento. Una ciudad y el territorio adyacente baldío no era rentable luego, si no daba beneficios, ¿para qué gastar dinero y vidas en apoderarse de los mismos? O sea, que la ocupación militar carecía de sentido si no se tenían garantías de que, a continuación, la tierra fuese repoblada y rindiese las rentas adecuadas. En definitiva: primero se tenía en cuenta el aspecto económico, y luego todas las consideraciones religiosas, morales, etc. Así pues y procurando no olvidar esta puntualización, entremos sin más en el tema. 



Ciudad tomada por asalto
En ocasiones, la conquista no consistía en la ocupación de una determinada comarca en la que se encontraban algunas aldeas, sino de ciudades de importancia y de grandes extensiones de territorio comprendido en el alfoz de dicha población. En casos así nos encontramos con algunas circunstancias a considerar:



1. Una operación de esa envergadura requería el concurso de grandes cantidades de tropas, y una hueste numerosa implicaba además tener que costear los bastimentos, armas y provisiones para tanta gente. El cerco a una población de tamaño medio para la época, o sea, de entre cinco y diez mil vecinos más o menos, requería un ejército de varios miles de hombres para poder abarcar todo el perímetro amurallado y contener las espolonadas procedentes del interior de la ciudad. Así mismo, solo disponiendo de efectivos en cantidad se podía intentar el asalto con un mínimo de probabilidades de éxito en caso de que el cerco se alargase más de la cuenta. A más duración del mismo, más caro resultaba y más tiempo estaban los hombres lejos de casa, por lo que no rendían en sus trabajos habituales.




El rey recibe a una mesnada 
2. Pero para juntar tanta gente había que ponerle los dientes largos a los únicos con medios para ello: la nobleza, el clero y las órdenes militares. Los reyes, siempre escasos de dineros, solo podían poner en armas a las milicias concejiles de las poblaciones de realengo. Pero estas no eran suficientes, así que llamaba a la guerra a sus nobles, al alto clero y a las todopoderosas órdenes militares a los que pagaría si la operación resultaba exitosa. Dicho en román paladino: Señor maestre, ajuntad grand número de omnes para fazer la guerra al infiel et deçir a vuestro cuñado el conde Nuño et a vuestro compadre el obispo Suero Salvadórez , que acudan a mi llamada si queredes ver oro como jamás viose. No solo había que disponer de una hueste numerosa, sino además contar con tropas de calidad. Los caballeros y hombres de armas eran imprescindibles en la guerra porque los peones hacían menos guerra que ellos.




3. En función de las condiciones de rendición pactadas, se permitiría o no a sus habitantes permanecer en la misma. En el primer caso se solía permitir a los judíos y musulmanes permanecer en sus casas, conservar sus bienes y regirse por sus leyes. Se les obligaba a pagar tributos para rentabilizar la guerra o bien se les expropiaban las tierras que, a su vez, eran entregadas como pago a los que habían cooperado en la operación. En otros casos, los habitantes eran simplemente expulsados y se les expropiaban sin más sus casas, tierras y bienes y se tenían que largar con lo puesto. En otros, caso por ejemplo de haber tomado la ciudad al asalto, los vecinos eran esclavizados o pasados a cuchillo como escarmiento.



Así pues, tenemos que la corona llama a la guerra a todo aquel que pueda arrimar el hombro, ya sea con tropas, bastimentos o ambas cosas para arrebatar tal ciudad al enemigo. ¿Y cómo garantizar que tras la guerra la ciudad y las tierras adyacentes no quedarán baldías? Por los repartimientos.




Tras la guerra, la paz. Hay que sacar fruto a la conquista
Los repartimientos se llevaban a cabo en función del rango de cada cual. Los cancilleres de la curia regia elaboraban minuciosas listas en las que figuraban desde los principales ricoshombres al último peón a fin de efectuar el reparto del botín de forma equitativa. Los lotes que recibía el personal consistían en donadíos, o sea, donaciones que, en ocasiones, comprometían al receptor de las mismas a permanecer sujeto a la tierra durante un determinado período de tiempo para asegurar la repoblación. Me explico: tal rey entrega a un caballero un donadío consistente en una casa y 20 yugadas de secano, las cuales podrá conservar siempre y cuando permanezca en la población un mínimo de tres años. ¿Qué se pretendía con ello? Pues que el caballero echase raíces en su nueva propiedad y con ello se fomentase la economía de la zona y un aumento demográfico que, al cabo, era lo único que aseguraba la continuidad de dicho territorio en manos de la corona. Si una vez recibidos los donadíos todos se largaban a casa, ¿de qué servía haber conquistado la ciudad? Una vez asegurada la propiedad del donadío ya podía considerarse como una heredad, o sea, un bien patrimonial que recibiría el heredero del caballero en cuestión. 




Las repoblaciones dieron lugar a una nueva burguesía
Como ya podemos imaginar, las mejores casas y tierras eran entregadas a los que más habían comprometido en la guerra: la alta nobleza, el alto clero y las órdenes militares, que jamás perdían tajada gracias a sus combativas tropas. Luego estaban los infanzones y caballeros de rango. A continuación los adalides, almocadenes y demás caudillos. Por último, las tropas en función de su cometido. Un ballestero tenía más categoría que un peón, y un caballero cuantioso tenía más que el ballestero. A menos categoría, casas peores en los barrios peores, menos tierras y de peor calidad. Pero, con todo, para muchos de estos hombres era un verdadero chollo recibir un donadío de una casa en propiedad ya que en su pueblo vivía en una palloza pagando un alquiler a su señor, y unas yugadas de tierra que solo a él pertenecían mientras que las que trabajaba en su casa eran también del señor y pasaba hambre constantemente por las malas cosechas. 



Mercado medieval
Con todo esto se buscaba que las ciudades tomadas al enemigo resurgieran de sus cenizas. Si había habitantes, la casas permanecían en buen estado y la vida comenzaba a bullir. El saber que una ciudad importante había caído en manos del rey empujaba a muchos otros a acudir a ella al husmillo de buenos beneficios ya que eran precisos los artesanos, los comerciantes de todo tipo, etc. De ese modo se lograba que el dinero circulase y todos contentos: el rey obtenía su quinto real, los nobles, clérigos y órdenes militares obtenían jugosas rentas, y los siervos tenían una oportunidad de oro para librarse del vasallaje y convertirse en propietarios o burgueses. Los artesanos y comerciantes ganaban buenos dineros con su oficio obteniendo además exenciones fiscales a cambio de repoblar, como vimos en la entrada anterior, y en los mercados y ferias autorizados por la corona corría el dinero en cantidad, con lo que el monarca se embolsaba un jugoso 20% extra y la Iglesia su diezmo correspondiente. Gracias a todo ello la economía birriosa de la alta Edad Media fue relegada al olvido. 

Así pues, ya vemos los medios de que se valían los monarcas para favorecer tanto la economía estatal como el afianzamiento de sus conquistas. Porque independientemente de la "sagrada labor de extender la fe" o la de "recuperar el sacrosanto solar de nuestros ancestros", lo primero y principal era, como siempre ha sido y será, el poderoso caballero que es Don Dinero.

Algunas curiosidades curiosas




Feria en una ciudad medieval
1. En los repartimientos entraban también los nobles o caballeros foráneos que, bien por cuestiones de principios morales, bien al simple pero deleitoso aroma del oro, acudían a la guerra. Obviamente, también recibían su parte que, si el donadío no les obligaba a una permanencia, podían vender para volver a casa con la faltriquera bien repleta de monedas. Otros, generalmente segundones, optaban por quedarse y echar raíces, que el casorio con una fermosa hembra hispana siempre era cosa deleitosa, y más si papá era hombre de posibles.


2. En muchos casos se repoblaban pueblos pequeños con milicias completas. De ese modo, al ser todos conocidos y del mismo talante, la convivencia era más llevadera. Muchos pueblos españoles fueron en su día repoblados por gente proveniente de los puntos más diversos del mapa, de forma que encontramos actualmente a sus descendientes por la coincidencia de determinados apellidos. Por ejemplo, en Olivares (Sevilla) se repiten bastante dos apellidos, Fraile y Gelo. En Villafranca (Sevilla) están los Begines y los Moguer. En Pilas (Sevilla) los Catalán. Y así podríamos seguir con solo mirar el listín telefónico. 

3. Las tierras más deseadas eran las de olivos, las de viñas y las huertas por ser las que rendían mejores beneficios. 

4. Las casas donadas en las ciudades solían ser para los nobles, el clero y las órdenes. En el caso de los freires aprovechaban para crear hospitales o casas de descanso para sus hermanos. En muchos casos, los inmuebles obtenidos disponían incluso de parcelas de terreno o huertas tras las mismas donde podían obtener el sustento sin necesidad de salir de la muralla.

5. En el repartimiento de Sevilla de 1253, el que aparece en primer lugar es don Remondo, primer obispo de la ciudad, el cual recibió de la corona "unas casas en la plaza de Santa María  con su bodega, cocina, establo y una hortezuela en las casas". Los curas siempre los primeros, que había que asegurarse la entrada en el Paraíso estando a buenas con los vicarios de Cristo, qué carajo...

6. Dicho repartimiento tuvo que ser rehecho dos veces, en 1255 y 1263, debido a que hubo gente que prefirió volver al terruño y abandonaron sus donadíos. Por ese motivo, llegó un momento en que sobraban bienes para repartir, lo que indica que, contrariamente a lo que se pueda pensar, repoblar no era precisamente fácil y solo a base de conceder propiedades y grandes privilegios se lograba, y no siempre con la prontitud deseada.

Bueno, no olvido nada, creo.

Hale, he dicho...

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