viernes, 25 de enero de 2013

Curiosidades funerarias del mundo romano I



Mausoleo familiar en la necrópolis de Carmona
Los romanos, como está mandado, también estiraban la pata una vez pasado un tiempo prudencial en éste mundo y aunque eso de morirse es de lo más desagradable, es una costumbre de la que, mal que nos pese a todos, no podemos desprendernos. Pero la muerte, algo tan inherente en el ser humano como la vida, ha sido, es y será toda una forma de cultura en los diferentes pueblos y civilizaciones que han pasado y pasan por el mundo, y los usos y costumbres de cada uno de ellos es motivo de estudio tanto en cuanto reflejan la espiritualidad del personal.

Estela funeraria del legionario
Gaio Valerio Crispo, perteneciente a

la VIII LEGIO AVGVSTA 



El mundo funerario romano fue bastante complejo. Dependiendo de la época estuvieron en uso diversas formas de enterramiento o de incineración, así como de ritos, pompas, etc. Así pues, iré dedicando algunas entradas para dar a conocer ésta interesante temática que, además, nos permitirán fardar ante el cuñado listillo o asombrar a la parienta cuando visitemos un museo arqueológico o una necrópolis. Nada mejor para callar al cuñado plasta que demostrarle nuestros conocimientos sobre la materia, lo que hará que, humillado, posiblemente no se enganche a nuestras excursiones culturales y se quede en su casa viendo partidos de la liga andorrana, que deben ser apasionantes. Bien, vamos al grano...




Tumbas al pie de una vía romana
Por norma, en el mundo romano no se llevaban a cabo enterramientos en el interior de las ciudades por meras cuestiones de tipo higiénico, norma ésta que, si nos fijamos, ha perdurado hasta nuestros días. Lo habitual era enterrar o depositar las cenizas del difunto a lo largo de las vías que conducían a la ciudad, decorándolas con cipos, lápidas o estelas en función del poder adquisitivo de la familia y de la categoría del personaje. Así mismo, podían ir a parar a tumbas familiares para no aburrirse durante la eternidad, permaneciendo junto a la esposa amada, los hijos puñeteros o el padre añorado. Ésta costumbre obedecía ante todo a la creencia de que el alma del difunto perviviría mientras se le recordase. Así pues, estando al borde de los caminos, los viandantes podían leer sus epitafios o los saludos grabados en la lápida en las que, por lo general, se rogaba una oración o un recuerdo para el muerto. Pero para acabar en un sitio semejante, primero era necesario morirse y llevar a cabo una serie de rituales.  Veamos cuáles eran...

Una vez que el ciudadano tenía a bien morirse, se iniciaba todo un ritual que comenzaba por cerrarle los ojos y aspirarle en la boca, ya que se creía que el alma salía del cuerpo por la misma. De esa forma se le ayudaba a abandonar el cuerpo. A continuación, como se sigue haciendo con los pontífices hoy día, se pronunciaba tres veces el nombre del difunto (CONCLAMATIO) a modo de corroboración de que, en efecto, ya estaba muerto. Se le ponía una moneda debajo de la lengua para pagar al barquero Caronte, que era el que cruzaba el alma del difunto al Averno a través de la laguna Estigia, se contrataban plañideras y se lavaba y ungía el cuerpo, tras lo cual era vestido con su toga y expuesto sobre una litera en el ATRIVM de la vivienda para que familiares, amigos y clientes pudieran ir a presentarle sus respetos. Se quemaban en pebeteros maderas aromáticas y resinas a fin de ir atenuando el mal olor que desprendería al cabo de un día o dos, ya que era costumbre tener al difunto expuesto entre tres y siete días. Era costumbre también sacar una mascarilla funeraria en cera para portarla durante el cortejo fúnebre, así como para conservarla como modelo para posteriores esculturas en su honor, o para colocarla en un lugar preferente en la casa dentro de una hornacina. El funeral se llevaba a cabo durante la noche ya que se consideraba todo lo referente a la muerte como algo impuro que debía tratarse sin ver la luz del día.

Comitiva fúnebre
Tras el funeral se colocaba al muerto en unas parihuelas y, acompañado de todo el séquito formado por la familia, amigos y las lloronas, se llevaba el cuerpo al lugar de cremación o enterramiento, poniendo buen cuidado en que el cadáver saliera de la casa con los pies por delante (de donde por cierto viene la famosa frase). En el camino, la comitiva se detenía en el foro para escuchar el elogio fúnebre pronunciado por el hijo mayor o, en su defecto, un pariente cercano y en el que se proclamaban las virtudes del muerto. Curiosamente, basta con palmarla para pasar de ser un hideputa a un hombre maravilloso, norma ésta que perdura en nuestros días. Una vez concluido el elogio, que podía durar un largo rato, la comitiva se ponía nuevamente en marcha acompañada de las exclamaciones y llantos de las plañideras hasta el lugar de reposo definitivo. Curiosamente, los elogios fúnebres no se realizaban con las mujeres jóvenes, siendo César el primero que quebró dicha costumbre al dedicar una sentida elegía  a su primera mujer, Cornelia Cina.

Estela funeraria
Una vez concluida la cremación o inhumación del cuerpo se purificaba a los asistentes a la ceremonia con agua y se colocaba una lápida, un pequeño altar o un cipo funerario, dependiendo de la moda de la época y del poder adquisitivo de la familia, o bien era depositado en el mausoleo familiar. Durante los nueve días posteriores al deceso se llevaban a cabo una serie de rituales y sacrificios en su memoria que concluían con un ágape funerario y se purificaba la casa ya que los romanos consideraban los cadáveres como algo impuro y capaz de contaminar tanto a la vivienda como a los que ella habitaban. O sea, que a partir de ahí el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Generalmente, en los aniversarios de la defunción se llevaban a cabo banquetes en memoria del difunto a fin de que su recuerdo perdurara en todos y de esa forma su alma se mantuviera viva en el Averno. Otras fechas en que se honraba la memoria del difunto eran las PARENTALIAS, que tenían lugar entre los días 13 y 21 de febrero. Los críos pequeños, los suicidas, los pobres y los esclavos se veían privados de exequias. Es pues curioso el segundo caso ya que, al igual que sucede en el cristianismo, el suicidio se consideraba como un pecado contra los dioses, y sus almas se veían condenadas a vagar eternamente sin reposo. En cuanto al luto, duraba diez meses en los cuales la familia no podía hacer ostentación de adornos en su persona ni participar en ningún tipo de festejos, como hemos hecho aquí hasta hace muy pocos años.

Bien, ésto era, grosso modo, todo lo que ocurría desde la defunción al término de los funerales y demás ritos. Toca pues entrar en detalles interesantes sobre lo hablado.

EL AJUAR FUNERARIO

Desde los tiempos más remotos, en todas las civilizaciones se ha tenido la costumbre de depositar junto al cadáver objetos de todo tipo para que le acompañaran al Más Allá. Incluso hoy día solemos enterrar a nuestros seres queridos con algo como recuerdo, o algún objeto que le era muy querido o de tipo religioso, como un rosario o una cruz en sus manos.  En el mundo romano, como ya podemos suponer, ésta costumbre también estaba muy presente en sus enterramientos, ya fuesen del cuerpo o de sus cenizas. Así pues, tras depositar los restos en la tumba, se colocaban junto al mismo objetos como los siguientes:





Los VNGVENTARIA. Vasijas de vidrio o cerámica e incluso de alabastro o plata de pequeño tamaño para contener ungüentos, resinas aromáticas o incienso. Eran de formas diversas: fusiformes, piriformes o de base cónica. Existe la creencia de que también eran usados como lacrimario, donde se habían recogido las lágrimas de la familia y las plañideras, si bien no hay certeza absoluta sobre ésta costumbre. Éstas pequeñas vasijas, de unos 8 o 10 cm. de alto, eran un artículo de uso común en todas las familias ya que eran usadas para contener aceites y substancias destinadas a la elaboración de cosméticos




Las lucernas. En las tumbas eran depositadas una o varias lucernas a fin de que el difunto pudiera disponer de luz para alumbrarse durante su viaje a la ultratumba. La lucerna, para los que no lo sepan, eran un recipiente como el que aparece en la imagen derecha que contenía aceite de oliva o grasa animal en caso de tener pocos medios económicos. Por la abertura delantera salía una mecha que, impregnada en el aceite, ardía como la de una vela. Hubo infinidad de diseños, a cual más simple o más sofisticado. Dependiendo de la tipología, las lucernas son una espléndida fuente para datar tumbas, ya que según la época tenían un diseño determinado.

Objetos cerámicos. Era habitual el depositar con el muerto algún plato, vasijas, copas y vasos para su uso en el reino de los muertos. Dependiendo del poder adquisitivo de la familia eran de cerámica basta o de SIGILLATA, una cerámica fina de color rojo y generalmente decorada. Al igual que con las lucernas, la cerámica de los ajuares funerarios tienen especial valor a la hora de datar la tumba.

Objetos personales. Anillos, pendientes, fíbulas, alfileres para el pelo, etc. Gran parte de este tipo de objetos que podemos ver en los museos proceden precisamente de ajuares funerarios. Solían ser depositados en alguna de las vasijas de cerámica que vemos en la foto anterior. También se depositaban amuletos y objetos de tipo religioso.

Todo el ajuar se disponía cerca de la cabeza del difunto y a lo largo del cuerpo. Caso de haber sido incinerado el cadáver, se colocaban junto a la urna cineraria, bien en el columbario donde era depositaba, bien en la tumba donde quedaba enterrada.

Bueno, con ésto vale por hoy. Para la próxima entrada detallaremos todo lo concerniente a los diferentes tipos de enterramiento, epigrafía funeraria y demás cosas curiosas.

Hale, he dicho

Para continuar a la segunda parte, un pinchazo sin piedad AQUÍ

Los pretorianos




Hay términos que, a lo largo de la historia, hacen fortuna y acaban aplicándose por sistema a cosas con las que se pretende asemejarlos. Uno de ellos es precisamente éste, pretorianos, que casi siempre por desconocimiento  se asocia a regímenes tiránicos ya que en el imaginario popular están unidos a los emperadores más degenerados y como fríos ejecutores de sus matanzas. Hasta hay libros dedicados a las SS alemanas en los que se asocia al siniestro cuerpo negro con estos guardias palaciegos. Y el cine, como siempre, también ha puesto su granito de arena para causar esta confusión. ¿Quién no recuerda al malvado Tigelino de QVO VADIS, con su anacrónica perilla y haciéndole la pelota a todas horas a Nerón? Pero, en realidad, los guardias pretorianos lograron convertirse por sí mismos en una fuerza determinante en cuestiones políticas y, más que ser cómplices del capricho y las arbitrariedades de determinados emperadores, fueron en muchos casos los causantes y protagonistas de multitud de vicisitudes que influyeron en el curso de la historia, incluyendo el asesinato de no pocos césares.

Octavio Augusto
Sin embargo, el origen de esta unidad no fue la de guardia personal de los emperadores. Al parecer, fue a lo largo del siglo I a.C. cuando se crearon grupos de guardias seleccionados entre los componentes del ejército para proteger a los PRÆTORES, de donde tomaron el nombre. En los difíciles años en que Roma se vio sumida en guerras civiles, no era precisamente una insensatez rodearse de una guardia de hombres fieles. Con todo, fue Augusto el que decidió que ese tipo de unidad era bastante aconsejable de potenciar y mantener para vigilar su palacio y disponer en la ciudad de una fuerza militar selecta para casos de necesidad. Recordemos que, ya desde tiempos de la República, la presencia de tropas armadas dentro del núcleo urbano estaba terminantemente prohibida. 


Constantino


Así pues, los pretorianos formaron parte de la historia de Roma variando el número de cohortes en servicio dependiendo del emperador de turno hasta que Constantino los disolvió en el año 312 tras la batalla junto al puente del río Milvio, en la que derrotó a Majencio y sus pretorianos tras tener una visión celestial que le dijo aquello de IN HOC SIGNO VINCES (Con éste signo vencerás, lo que hizo convertirse al cristianismo al emperador, como todos ya sabrán). Tras su victoria acabó con la controvertida y selecta unidad y mandó derribar la muralla oeste del CASTRA PRÆTORIA, un descomunal campamento amurallado ubicado al nordeste de la población, junto al Campo de Marte.





RECLUTAMIENTO


CASTRA PRÆTORIA
Servir en una cohorte pretoriana era especialmente atractivo ya que, aparte de tener mejor paga que un legionario, no se veían obligados a tener que largarse de Roma durante años o, posiblemente, de por vida. Por otro lado, lógicamente, era mucho más apetecible hacer guardias en palacio a verle la jeta pintada de azul a un britano cabreado que estaba deseoso de rebanar pescuezos romanos. Para acceder a la guardia pretoriana era preciso cumplir los mismos requisitos físicos que para ingresar en el ejército (véase la entrada sobre el reclutamiento), firmando un compromiso de 16 años y con un STIPENDIVM de 720 denarios anuales, o sea, más del triple de lo que ganaba un legionario. Aparte de su paga estaban, como ya se comentó, las gratificaciones o DONATIVVM que les hacían algunos emperadores al llegar al poder para ganarse su fidelidad, o bien cuando las cosas se ponían un poco complicadas y había que aplacar los belicosos ánimos del personal. Por otro lado, la gratificación que recibían al cumplir sus años de servicio también era superior a la del ejército regular, alcanzando los 5.000 denarios contra los 3.000 de un legionario. 

Como ya se puede suponer, había bofetadas para ingresar en el cuerpo, y no sólo por hombres naturales de Roma, sino también de la Hispania, de Etruria, la Umbría, el Lacio, Macedonia, etc. Por lo tanto, era necesario ir muy bien recomendado o pertenecer a un estrato social alto. Una vez admitido pasaba a ser un PROBATVS y debía pasar por el mismo periodo de instrucción que en el ejército, tras lo cual era destinado a una cohorte y empezaba a desempeñar su oficio. 

EL EQUIPO MILITAR


SIGNIFER y CORNICEM pretorianos
Aunque se les suele representar con el yelmo ático y coraza musculada, como se ve en la foto de cabecera, parece ser que esto es más bien producto de una cuestión estética al estilo helenístico, dando así una imagen idealizada de estas tropas cuando se les representaba en monumentos y demás. En realidad, su equipamiento era el mismo que el del ejército, usando el mismo tipo de yelmos, lorigas, etc. que los legionarios. En lo único que se diferenciaban de éstos era en que los SIFNIFERI (abanderados) y los CORNICINES (cornetas) llevaban sobre el yelmo una cabeza de león en vez de las de oso o de lobo habituales en las legiones. Por otro lado, cuando escoltaban al emperador en el interior de la urbe iban vestidos de paisano con la habitual TOGA ALBA, portando una espada discretamente oculta bajo la toga. 



EL SERVICIO

OPTIO y pretoriano
Las perspectivas de ascenso iban en función de los méritos y las influencias de cada cual. A lo primero que podía llegar era a INMVNE, cargo que se lograba tras unos pocos años de servicio. Ser INMVNE implicaba ejercer trabajos de tipo administrativo, olvidándose así de las pesadas guardias y las escoltas. A continuación estaban los grados que podríamos comparar con el de los actuales suboficiales, y cuyo STIPENDIVM era el doble: OPTIO, el ayudante del centurión, TESSERARIVS, el encargado de recibir la contraseña, la cual era dada personalmente por el mismo emperador, SIGNIFER, o PRINCIPALIS. Éstos últimos recibían al término de su compromiso el rango de EVOCATI AVGVSTI, lo que les permitía dos opciones: una, pasar a formar parte del funcionariado civil, desempeñando cargos administrativos en la ciudad. Y la otra, ascender a centurión y ser trasladado a una legión del ejército regular. Como podemos ver, las salidas laborales de los pretorianos eran siempre mucho más jugosas que los miembros de las legiones, por lo que se comprenderá el interés del personal en formar parte de esta elitista unidad.

Insignia de la guardia pretoriana.
El escorpión lo tomaron como
emblema por ser el signo del
zodiaco de Tiberio
Otros, obviamente con muchísima más influencia que el resto, lograban ascender a centurión dentro del mismo cuerpo. Pero el sueño dorado de cualquiera era lograr la prefectura, cargo éste que, además de estar reservado para los hombres más influyentes y con más apoyos de tipo político, era optativo sólo para los EQVITES. Como es lógico, ser el prefecto del pretorio era algo que quedaba reservado para los estamentos superiores, que no era plan de poner a un bárbaro a desempeñar semejante cargo. Sirva como ejemplo Lucio Ælio Sejano que, nombrado por Tiberio, se convirtió prácticamente en el mandamás de Roma cuando el emperador se largó a Capri a bañarse en su piscina con críos a su alrededor. Eso sí, Sejano se pasó siete pueblos y acabó fatal. 



DIPLOMA
Como colofón a éste breve resumen, ya que para ahondar en el tema habría que hablar de las distribución de la guardia pretoriana a lo largo de los mandatos de cada emperador, comentar que a la lista de privilegios que tenían habría que añadir el que, cuando se retiraban, se les entregaba un DIPLOMA, documento comparable a la cartilla militar que te daban al licenciarte, y que consistía en dos láminas de bronce. En dicho DIPLOMA, aparte de la consideración de licenciado, se concedía al poseedor la legalización del matrimonio con su pareja, así como el reconocimiento de los hijos habidos con ella. Recordemos que a los legionarios les estaba vedado casarse, pero los pretorianos, aunque vivían en su campamento, tenían permitido de forma tácita tener familia ya que, además, habitaban en la misma Roma. 

Bueno, ya está.

Hale, he dicho