martes, 12 de marzo de 2013

Acciones de guerra. El asedio y el asalto







En el imaginario popular, quizás sean los asedios las acciones de guerra más conocidas. Diría incluso que cada vez que alguien atisba en la lejanía un castillo, lo primero que se le viene a la mente es un cerco. Ciertamente, hubo muchos a lo largo de la Edad Media, pero ni todos eran tan cruentos como el personal imagina, ni se tomaron por asalto tantos como se cree. Veamos de qué iba la cosa...



Defensores hostigando a los asaltantes desde una torre
albarrana. Mientras uno dispara a través de una aspillera, otro
se dispone a lanzar algo desde una buhera.
Los motivos que impelían a un ejército a poner cerco a un castillo eran básicamente dos. El primero, expulsar a su guarnición para apoderarse del mismo y usarlo para afianzar su avance en territorio enemigo, disponiendo además de un lugar donde refugiarse en caso de necesidad. En segundo lugar, impedir que la guarnición hostigase la zaga del ejército con salidas en espolonada y/o atacar las caravanas de aprovisionamiento que, desde el propio territorio, avanzaban tras el ejército con vituallas o bastimentos. Así pues, tenemos una fortificación cuyos constructores recurrieron a todo lo que pudieron para hacerla lo más inexpugnable posible: altas y gruesas murallas, el mayor número posible de torres de flanqueo, fosos y, si era viable, una ubicación que dificultase al máximo la aproximación de maquinaria de sitio que permitiese el acceso a las murallas o el batido de las mismas, así como una consistencia del suelo que dificultase o impidiese el minado de torres o murallas. Pero por otro lado, tenemos a los atacantes, los cuales intentaban apoderarse de dicha fortificación con todos los medios a su alcance y, caso de no ser posible, se limitaban a esperar a que la guarnición se quedase sin agua y víveres y se rindieran sin más. 

Todo esto podrá parecer de una obviedad pasmosa, pero la realidad es que desde que el ejército agresor avistaba el objetivo a batir hasta que caía en sus manos tenían lugar una serie de hechos que suelen ser más desconocidos y que precisamente serán el objeto de esta entrada. Veamos...



Fundíbulo en acción
1. Caso de darse las circunstancias adecuadas, se llevaba a cabo un asalto repentino y por sorpresa. Este tipo de acción se denominaba "a furto", y para llevarla a cabo se recurría a pequeños grupos de hombres muy bragados y diestros, los cuales se infiltraban en la fortaleza mediante escalas aprovechando la noche. La operación debía ser rápida, precisa y decisiva, de forma que los defensores no tuvieran tiempo de reaccionar. Para ello, tras eliminar a los centinelas y recurriendo a engaños como hablar en la lengua de los asediados o vestir sus mismas ropas, intentaban apoderarse cuanto antes de los principales puntos del perímetro defensivo, tras lo cual abrían las puertas para permitir la entrada en masa del resto de la hueste que esperaba oculta en el exterior. Uno de los más diestros en tomar fortalezas "a furto" fue Giraldo Sempavor, el equivalente portugués a nuestro Rodrigo Díaz el cual, encabezando siempre su pequeña tropa de aguerridos combatientes, se apoderó de los castillos de Trujillo, Évora, Cáceres, Juromenha y Serpa entre otros, e incluso lo intentó con otras de mucha más envergadura, como el de Badajoz si bien en este caso no salió airoso porque ocupar una fortaleza "a furto" requería que ésta no fuese excesivamente grande ya que la tropa atacante no solía ser suficiente para ocupar todos los puntos importantes. Y no solo los cristianos empleaban ésta táctica, sino también los andalusíes. Un buen ejemplo de ello sería el del caudillo murciano Ibn Hüd, el cual se apoderó del castillo de Sanfiro "a furto" si bien los restos de la guarnición se refugiaron en la torre mayor, por lo que Ibn Hüd optó por meter fuego a la puerta de la misma para hacerlos salir. 




Salida en espolonada por parte de los defensores
2. Pero si las circunstancias no aconsejaban la toma "a furto", bien por la magnificencia de la fortificación, bien por no contar con la gente adecuada para ello, o bien por no existir el factor sorpresa por haber sido avistado el ejército atacante con tiempo de sobra para ponerse en guardia, se optaba por ofrecer a los defensores una capitulación honrosa. Pero para que el alcaide de un castillo se aviniese a rendir sin más la fortaleza debían reunirse una serie de circunstancias, a saber:

2.1 Que debido a su escasa guarnición o medios defensivos se diera cuenta de que resistir no tenía sentido.

2.2 Que la fuerza atacante fuera de tal magnitud que diera por sentado que podían ser tomados por la fuerza sin mucho esfuerzo.

2.3 Que no recibiría ayuda de un ejército amigo. Caso de tener la certeza de que esto ocurriría, el alcaide solía ofrecer un tiempo de espera de "X" semanas. Si transcurrido ese plazo no había llegado la ayuda esperada, rendiría la fortaleza sin más dilación.

2.4 Que sus reservas de vituallas y agua fuesen mínimas y tuviera constancia de que no podría resistir mucho tiempo.



Mangana
Hay que tener en cuenta que, en aquella época, rendir una fortaleza en estas circunstancias no se consideraba como algo deshonroso ni una traición. Si no se podía, no se podía, y gastar vidas en obstinarse en mantener lo imposible se consideraba más una estupidez que un acto heroico por lo general. En realidad, la defensa a ultranza hasta el último hombre es un invento moderno, por lo que queda claro que no hemos aprendido mucho en ese sentido, y que más bien nos hemos vuelto más cabezotas.

3. Caso de que el alcaide no se aviniese a una rendición, solo restaba bloquearla y esperar a que la guarnición se quedara sin vituallas y/o agua. Pero esa espera no era tan fácil. Veamos por qué:

3.1 Al igual que el nivel de víveres descendía en el castillo cercado lo hacía en el campamento de los sitiadores. Aunque estos tenían más fácil reponer la despensa, no siempre era posible si no había nada en kilómetros a la redonda. Y lo mismo pasaba con el agua: si no había en las cercanías una fuente o un río, la sed podría hacerlos claudicar y levantar el cerco antes de que los aljibes de los asediados se secaran.

3.2 Si la guarnición era lo suficientemente numerosa, podían intentar una salida en espolonada aprovechando la noche y meter fuego al campamento, acabando con sus provisiones y pertrechos y matando de paso al mayor número posible de sitiadores. Una espolonada exitosa podía hacer desistir a un ejército y obligarlos a largarse por donde habían venido.

3.3 Pero si el caudillo del ejército atacante era prevenido, siempre podía levantar fosos y empalizadas para defender el campamento, lo que anularía la posibilidad de una espolonada exitosa.

3.4 El tiempo jugaba en contra de ambas partes. Y no solo por cuestiones alimentarias, sino sanitarias y climáticas. Más de una vez y más de dos, epidemias de fiebres o peste obligaron a los sitiadores a levantar el cerco. Y también más de una y de dos, las lluvias o la llegada de un invierno crudo hacían desistir a los atacantes.



Lanzando el cadáver de un enemigo
al interior de la fortaleza mediante
una bifa
La duración de un cerco por bloqueo podía ser desde días a semanas, meses o incluso años. Todo dependía de los factores que hemos visto más arriba. Por lo general, cuando las vituallas se terminaban y se tenía la certeza de que no recibirían ayuda, los sitiados optaban por ofrecer una rendición lo más ventajosa posible para ellos. Sin embargo, hubo casos de pertinaz obstinación en que, aún no habiendo literalmente nada que llevarse a la boca y recurriendo incluso al canibalismo, los defensores seguían sin rendirse, como ocurrió en Valencia cuando fue asediada por Rodrigo Díaz. Ibn Alqama dejó un crudo testimonio de esto al dar cuenta que "... sobre un cristiano que cayó en el foso del recinto se precipitaron y, sacándolo de la mano, se repartieron su carne". Que se lo merendaron, vaya. Con todo, casos como el de Valencia son escasísimos como se puede suponer, si bien son una muestra de  donde se puede llegar.

4. Finalmente, quedaba la opción de tomarlo "a fuerça", o sea, recurriendo a maquinaria de asedio y todo tipo de artificios y tácticas para disminuir al máximo posible la resistencia de la guarnición y convencerlos de que lo mejor era rendir la fortaleza. Veamos como...

4.1 Primeramente se emplazaba toda la maquinaria disponible para ir aniquilando sus defensas: fundíbulos, manganas, balistas, etc. Así mismo, si el terreno lo permitía, se podía intentar el minado de una torre o muralla. Y si la ubicación de la fortaleza era la adecuada y no disponía de foso, podía incluso intentarse adosar a la muralla un ariete o construir una bastida para tomarla por asalto.

4.2 Para ir desmoronando la moral de la guarnición se sometía al castillo a un incansable bombardeo a base de bolaños, pellas ardientes o vasijas con brea. Aparte de provocar incendios que requerían una constante vigilancia para apagarlos lo antes posible, no dejaba descansar a los defensores.

4.3 Así mismo, si se podía atrapar a miembros de la guarnición se les devolvían a trozos mediante manganas. Ver caer en el patio de armas las cabezas, brazos y cuerpos desmembrados de sus compañeros no debía ser especialmente agradable para los defensores, los cuales se darían de baja en masa por depresión y habría que rendir la fortaleza sin más. (Para estos detalle, véase la entrada sobre guerra psicológica pinchando aquí)

4.4 La construcción de líneas de circunvalación y contravalación impedían a los sitiados hacer salidas en espolonada, así como recibir ayuda exterior. Esa circunstancia era bastante desalentadora.

4.5 Si las máquinas lograban abrir una brecha, una tromba de atacantes entraría por la misma y la fortaleza sería tomada "a fuerça", con lo que la opción de una rendición ventajosa se evaporaba con todas sus consecuencias. 

5. ¿Y qué diferencia había entre rendir una fortaleza o una ciudad mediante capitulación y que fuera tomada "a fuerça"? Pues muchísima.



Manganas lanzando pellas de estopa impregnadas en brea
5.1 La rendición suponía para el atacante aceptar una serie de condiciones por parte de los defensores. Si el atacante tenía prisa por acabar con aquello por los motivos que fuesen, le convenía aceptar porque un asalto costaba tiempo, dinero y vidas. Dichas condiciones solían ser el permitir a la guarnición abandonar la fortaleza armados y sin daño alguno, así como preservar vidas y bienes de los habitantes en caso de tratarse de una ciudad. Aunque pueda parecer lo contrario, estas capitulaciones se respetaban a rajatabla. Un ejemplo lo tenemos en la toma de Carmona en 1247, cuando el alcaide de la misma ofreció la rendición a Rodrigo González Girón si al cabo de seis meses no recibían ayuda, lo cual se cumplió porque nadie se presentó a expulsar a los castellanos. Al cabo del plazo fijado, la ciudad fue entregada sin más, permitiendo a los vecinos permanecer en sus casas sin que hubiera violencia ni robos contra ellos. La hueste castellana se limitó a hacerse con el control militar de la plaza, tomando posesión de los dos castillos que defendían la ciudad y del perímetro amurallado.



Entrada a saco en una ciudad
5.2 Sin embargo, caso de que la fuerza atacante tuviera éxito en el asalto, las cosas se ponían francamente mal para los defensores porque, en ese caso, no tenían por qué respetar a nada ni a nadie. O sea, podían disponer de las vidas de la guarnición, que como escarmiento solía acabar colgada de la muralla y con sus cabezas adornando las lanzas de los victoriosos atacantes, y las vidas de los personajes de cierta calidad serían vendidas a cambio de un rescate. En cuanto a la población, caso de tratarse de una ciudad, se vería sometida a todo tipo de violencias, violaciones y robos. Los ricos podrían comprar su libertad mediante un rescate, mientras que el resto acabarían muertos o esclavizados. Cuando una hueste entraba a saco no había piedad. Como ejemplo podemos poner Cantillana, que tras resistir empecinadamente el embate de las tropas castellanas fue tomada "a fuerça". Como escarmiento por su obstinación, Fernando III ordenó que los supervivientes de la guarnición y la población, unas 700 personas, fueran pasadas a cuchillo.

Como colofón, añadir que en algunas ocasiones se recurría al ingenio mediante tretas y engaños como, por ejemplo, simular que se levantaba el cerco para que los defensores salieran en su persecución dejando la fortaleza o la ciudad desguarnecida. Mientras el grueso de la hueste aparentaba huir, un pequeño grupo se había ocultado y, tras ver como los defensores salían en tromba en la persecución, tomaban su objetivo "a furto" sin problemas. Pero bueno, estos métodos eran lo más escasos y menos convencionales, aunque conviene tenerlos en cuenta.



Rendición de una fortificación
En definitiva, dilectos lectores, como hemos visto un asedio era algo más que sentarse a esperar o estar todo el día lanzando bolaños con una fundíbulo. Tanto atacantes como defensores debían poner en juego todo su ingenio, capacidad y medios para lograr salir airosos de la empresa, y hubo caudillos que lograron especializarse en estas lides igual que hoy día hay expertos en operaciones especiales. Solo la aparición de la artillería cambió los métodos, porque los asedios siguieron existiendo a lo largo del tiempo. Pero de ese tipo de asedios ya se habló en su momento. Los interesados, sírvanse pinchar aquí, así como en las entradas dedicadas a la expugnación castral, las cuales recomiendo leer porque, aparte de interesantes, nos permitirán tener una visión más amplia sobre esta apasionante temática.

Y como creo que no me dejo nada atrás, 

hale, he dicho...