jueves, 21 de marzo de 2013

Acciones de guerra: Los cruentos abordajes, 2ª parte






Bueno, en la entrada de ayer vimos con detenimiento los preliminares al abordaje, así como las armas usadas para tal fin. En esta hablaremos del abordaje en sí, o sea, en el momento en que una de las tripulaciones asalta la cubierta del buque adversario y se enzarzan en un fiero combate a vida o muerte con los enemigos.



Así pues, mientras los tiradores instalados en las cofas de ambas naves siguen disparando a malsalva, el resto de los tripulantes inicia un brutal cuerpo a cuerpo armados con hachas, sables, chuzos y dagas. Los infantes de marina lo hacen con sus mosquetes con la bayoneta calada. El intercambio de granadas de mano lanzadas desde las cofas cesa para no herir a los propios compañeros, pero los infantes de marina que luchan en cubierta lanzan todas las que pueden por las escotillas o cualquier zona donde puedan hacer daño al enemigo sin que afecte a sus compañeros de armas. 

Una vorágine de gritos, humo, descargas de fusilería y el tronar de los cañones de pivote convierten la cubierta del barco abordado en un verdadero infierno del que es prácticamente imposible salir sin un rasguño porque la herida puede venir de cualquier sitio. No es un campo de batalla convencional, donde el enemigo suele estar frente a uno, sino un marasmo de combatientes que, en muchos casos, hasta son incapaces de identificar al amigo del enemigo. En fin, un panorama bastante desolador. La escabechina durará lo que los asaltantes tarden en reducir a la tripulación enemiga, o bien lo que estos tarden en rechazar a los agresores. El combate puede durar pocos minutos o más de una hora, y no hay posibilidad de escape. 




Torniquete que se aplicaba en el
miembro afectado antes de proceder
a amputarlo
Los heridos son trasladados a la enfermería (si es que alguien puede ayudarles), un lugar muy desagradable donde los cirujanos tardan un santiamén en decidir si amputar o no, optando casi siempre por lo primero. Las paredes están pintadas de rojo para disimular la sangre que salpica, y el suelo ha sido cubierto con arena para hacerlo menos resbaladizo ya que las hemorragias de los heridos forman verdaderos charcos. Los ayudantes del cirujano intentan inmovilizar al herido mientras dura la cura, tiempo éste que el desgraciado emplea en dar unos alaridos bestiales que hacen de contrapunto a los lamentos y gritos del resto de huéspedes de la enfermería. Imaginemos pues lo que sentiría un marinero al verse entrando en aquel pequeño reducto rojo con una mesa en el centro sobre la que berrea como un poseso un compañero al que le están amputando la pierna o un brazo. 




Instrumental médico de la época
El cirujano y sus ayudantes se cubren con sendos delantales de cuero totalmente empapados en sangre. No hay higiene de ningún tipo. El cirujano no se lava las manos entre herido y herido, y la sangre le llega a los codos. En un par de días o tres a lo sumo habrá una nueva sesión de sierra porque los que no han sido amputados en ese momento ya habrán contraído en su mayoría una gangrena galopante. Desolador, ¿no? Bueno, pues estos son los "instrumentos" con los que los tripulantes que combaten como fieras en cubierta se escabechan para pasaportar al personal a la enfermería o al infierno:



Las hachas de abordaje. mitad herramienta, mitad arma. Igual valía para una reparación de emergencia que para cortar un cabo o abrir la cabeza a un enemigo. Básicamente eran muy similares en todas las dotaciones de las diversas armadas de la época, si bien no fue hasta el siglo XIX cuando comenzaron a estandarizarse los modelos. En la foto inferior podemos ver algunos de ellos.


De izquierda a derecha tenemos: un hacha inglesa datada hacia finales del siglo XVIII. La siguiente es un modelo de la marina norteamericana de hacia mediados del siglo XIX. Los dientes que vemos en su parte inferior eran para atrapar cabos. A continuación aparece un hacha alemana, también de mediados del XIX. Finalmente, el hacha de abordaje española fabricada en Toledo hacia 1840. Como vemos, son muy similares. Prácticamente todas iban provistas de un afilado pico en su parte trasera, si bien algunos modelos llevaban una cabeza de martillo en lugar del pico. Son armas muy robustas, bien fabricadas y con el mango corto para facilitar su uso como herramienta y un mejor manejo en el combate cuerpo a cuerpo. 




Algunas, como éste ejemplar usado en Francia a inicios del siglo XIX, iban provistas de una lengüeta similar al de las hachas de arzón de la caballería para poder portarlas cómodamente en el cinturón. La fijación al mango, al igual que el modelo español, es mediante barretas de enmangue, y la cabeza de armas va además asegurada con dos cuñas de hierro para impedir que coja holgura. Como podemos suponer, la contundencia de estas armas debía ser bastante resolutiva. En manos de un forzudo marinero, su hoja podría cortar limpiamente una mano o un brazo, y su pico hundirse hasta el fondo en el cráneo de un enemigo. Aparte de eso, las heridas que causaban en cualquier parte del cuerpo serían de bastante gravedad, cuando no mortales.




Los cuchillos de abordaje. Al igual que las hachas, su reglamentación no se llevó a cabo hasta el siglo XIX. Anteriormente, cada cual usaba el de su propiedad. Valían dagas de mano izquierda, de vela, puñales de cualquier tipo o simples cuchillos todo uso que la marinería siempre portaba colgando del cinturón. Estos cuchillos eran armas muy adecuadas para el combate cerrado que se desarrollaba durante los abordajes, empuñándolos con la mano izquierda mientras en la derecha se manejaba un hacha, una pistola o un sable. En la imagen tenemos dos ejemplares. El superior es un modelo francés del año 1833. Es un arma concebida para apuñalar exclusivamente, ya que su hoja es de sección cruciforme. El inferior es el cuchillo mod. 1861 de la armada española, provisto de una sólida empuñadura de bronce estriado y forma anatómica para un mejor agarre. Lo más peculiar es su hoja de yatagán, una morfología originaria de oriente que se puso muy de moda en aquellos tiempos y que fue adoptada incluso para bayonetas y machetes reglamentarios en muchos ejércitos europeos.




Los chuzos de abordaje. Pequeñas picas que se distribuían entre la marinería y que bien manejadas eran bastante eficaces. En la foto de la derecha podemos ver una tripulación formando un pequeño cuadro de forma similar a los viejos cuadros de picas de tiempos anteriores. Como se puede suponer, venían de perlas para hacer frente a las bayonetas de la infantería de marina enemiga que, tras realizar una última descarga, tenían que recurrir a combatir a bayonetazos porque en semejante maremagno era imposible recargar el mosquete. Estos chuzos eran armas muy básicas y sólidas, provistos de una asta corta rematada por una pica prismática engarzada mediante un cubo de enmangue del que emergían dos largas barretas para proteger el asta de los tajos de las hachas y sables del enemigo. También se usaban espontones similares a los de la oficialidad del ejército.




Los sables de abordaje. ¿Quién no los ha visto en las pelis de piratas? Pero estos sables de hoja un poco rechoncha eran de uso común en las armadas de la época y, de hecho, estuvieron en servicio en épocas tan tardías como la Primera Guerra Mundial. Eran armas por lo general con un acabado bastante burdo, especialmente en lo tocante a sus guarniciones. Las hojas, anchas, pesadas y robustas, podían herir tanto de filo como de punta ya que no eran excesivamente curvas. Así mismo, su longitud era inferior a la de los sables de caballería convencionales por razones obvias: no iban a ser usados desde lo alto de un caballo, por lo que era más lógico que fuesen de un tamaño similar al de las armas usadas por la infantería. Por último, como nexo común entre los usados por las distintas armadas podríamos añadir que las cazoletas eran de un tamaño bastante generoso, cubriendo por completo la mano. Este detalle era de agradecer en un arma destinada a verse envuelta en combates muy cerrados y en los que un hachazo o un tajo de otro sable podía dejarle a uno la mano es un estado francamente lamentable o, simplemente, verla caer al suelo empuñando aún el sable de marras.




Finalmente quedarían por mencionar los mosquetes y pistolas reglamentarios de la época, si bien este tipo de armas serán estudiadas con más detalle en una entrada para ellas solas. Como dato curioso comentar que las pistolas, que obviamente podían realizar un solo disparo porque a ver quién era el guapo que se ponía a recargar en medio de semejante follón, eran a continuación usadas como maza empuñándolas por el cañón. Como vemos en la foto de la derecha, estas armas solían ir provistas de una cantonera de bronce en la empuñadura, la cual podía producir severos daños en los cráneos de la marinería enemiga. Por otro lado, para asegurar el disparo (las armas de chispa fallaban con cierta frecuencia, y más en un ambiente húmedo), solían dispararlas girando previamente el arma hacia el lado izquierdo, de forma que la llave quedaba mirando hacia arriba. Ello no tenía otro fin que facilitar que la deflagración de la pólvora de cebo depositada en la batería llegase a la carga a través del oído del cañón. Una vez descargada el arma en la jeta de un enemigo, se empuñaba como una maza y, con un hacha, sable o daga en la otra mano, se zambullía uno en el fregado para ser un héroe o diñarla como un héroe.

Como cierre, ahí dejo esas dos fotos que demuestran que aún a principios del siglo XX, cuando los buques de guerra eran ya mastodontes fabricados con acero y provistos de una artillería que dejaba en pañales a la usada apenas 50 años antes, se tenía en consideración la posibilidad de tener que realizar un abordaje, por lo que se sometía a la marinería al entrenamiento adecuado con el sable. Los ingleses los denominan cutlass, que traducido significa alfanje. La foto de la izquierda pertenece a la marina de su graciosa majestad (Dios maldiga a Nelson), y la de la derecha a la yankee. Por cierto, ¿sabían vuecedes que el término yankee proviene de las lenguas indias por ser así como denominaban a los ingleses?

Bueno, creo que no olvido nada.

Hale, he dicho...