sábado, 22 de junio de 2013

Guerra de trincheras 3ª parte



Tropas alemanas en pleno ataque. El soldado de la izquierda porta un lanzallamas a su espalda.


Ya hemos visto lo asquerosamente que se vivía en una trinchera. Hambre, mugre, hedor, enfermedades, sed, parásitos, etc. Nada apetecible el ser enviado por cuenta del ejército al norte de Francia con un uniforme de paño basto y una paga birriosa, ¿verdad? 

Pero estas penosas condiciones de vida podían empeorarse un mal día y verse sumergido en algo tan apocalíptico que ni el mismo Dante lo habría imaginado. Su infierno era un jardín de infancia comparado con lo que se podía desencadenar en un instante. Veamoslo...

Las ofensivas


Una verdadera montaña de vainas de artillería servidas
Las ofensivas eran precedidas por norma por una violenta preparación artillera cuya duración iba en consonancia con el número de efectivos implicados en la misma y la magnitud de la operación. Por poner un ejemplo, la preparación artillera de la batalla de Verdún duró diez horas en las que se dispararon más de un millón de proyectiles de todo tipo, pero especialmente de artillería media y pesada. El rugir de las explosiones se pudo escuchar a más de cien kilómetros de distancia. ¿Qué se pretendía con semejante bombardeo, capaz de arrasarlo absolutamente todo en apariencia? Simple: desalojar al enemigo de sus trincheras o aniquilarlo caso de que no lo hiciera. Arrasar sus posiciones y sus alambradas, de forma que las oleadas de infantería no encontrasen oposición al avanzar y poder así abrir una brecha por donde colar al resto del ejército y rodear al enemigo. Básico en apariencia, ¿no?



Artillería pesada británica en acción
Pero lograr sacar al enemigo de sus posiciones o aplastarlas hasta el extremo de que no quedara bicho viviente en las mismas era prácticamente imposible, como quedó demostrado a lo largo del conflicto. Aunque parezca increíble, tras pasar un infierno en vida de varias horas metido en un refugio sin poder ni escuchar sus propios gritos o aplastado en el fondo de la trinchera mientras uno piensa que se va a volver loco, en cuanto la artillería enemiga cesaba el cañoneo resulta que había muchos más colegas vivos de los que uno podía imaginar. Así pues, tras terminar la preparación de forma abrupta y repentina, se disponían a la defensa porque el ataque de la infantería era inminente. 



Y los atacantes no estaban más contentos, no... antes al contrario se morían de miedo y ansiedad porque sabían el recibimiento que les harían los enemigos, deseosos de tomarse la revancha por el bombardeo que los ha tenido horas y horas en mitad del caos. Con las bayonetas caladas esperan hasta que, de repente, la artillería propia se detiene en seco. Los oficiales miran el reloj para comprobar que, en efecto, es la hora de la verdad y se llevan a la boca un silbato similar al de la foto de la derecha, cuyo sonido produce entre la tropa el mismo pánico que el silbido de las bombas. Porque cuando el silbato suena es el momento de trepar por el parapeto y salir de la trinchera a pecho descubierto camino a una muerte casi segura. Provistos de escaleras y pasarelas, salen al galope esquivando los cráteres de los obuses, y apenas han recorrido unos metros cuando un violento fuego de ametralladora proveniente de las posiciones enemigas, donde en teoría no debería quedar nadie con vida, empieza a causar bajas a una velocidad inquietante. 



MG-08 alemana en acción
Pero no se puede dejar de avanzar so pena de verse sometido a un consejo de guerra por cobardía ante el enemigo, así que solo resta mirar al frente y rogar que si se es alcanzado sea en la cabeza o el corazón con tal de no verse abandonado en tierra de nadie con un agujero en las tripas o las piernas medio amputadas por una ráfaga. El fuego de las ametralladoras alemanas es especialmente efectivo. Emplazadas en los vértices de las posiciones, disparan formando un cono de fuego de 45º que se cruzará con el de las máquinas emplazadas a su derecha e izquierda. Hacen fuego a la altura del vientre, por lo que disponen de un amplio margen de error y siegan compañías y batallones enteros antes siquiera de que logren acercarse a las alambradas.



Tropas alemanas fortificando una posición
Pero si la infantería atacante consigue acercarse tanto y la artillería propia no ha afinado la puntería se encuentra con algo similar a la foto de la derecha: una sirga tridimensional de varios metros de anchura formada por un espeso alambre de púas que, si te atrapa, ya no te suelta y serás acribillado por el fuego enemigo mientras te retuerces intentando escapar. Muchos empiezan a retroceder porque se ven casi solos en su avance. Miran a su alrededor y comprueban llenos de pánico que ni uno solo de sus camaradas les acompañan, el oficial ha caído unos metros atrás, y seguir avanzando es, más que suicida, absurdo. Así pues, algunos optan por poner tierra de por medio mientras otros, más sensatos, no se dejan dominar por el pánico y se meten en un cráter a la espera de que se haga de noche y poder de ese modo volver a las posiciones del partida de forma más segura.



Soldados rusos muertos en las alambradas
Sin embargo, algunas secciones logran pasar de las alambradas en las que han dejado a varios camaradas atrapados en las mismas y son ametrallados sin piedad por el enemigo. Algunos incluso han servido como pasarela para que sus compañeros puedan cruzar la maraña de alambre espinoso. Pero cruzar las alambradas no es ni mucho menos llegar a la meta, porque aún queda lo peor: hacer frente al enemigo cuerpo a cuerpo e intentar expulsarlo de sus posiciones. Y, como se puede suponer, el enemigo no está ni mucho menos por la labor de permitirlo así que, ya que la distancia con los atacantes se ha reducido notablemente, empiezan a lanzarles granadas de mano cuya metralla ayuda de forma contundente a las ametralladoras en la escabechina.



Pero si por fin llegan al contacto, un nuevo y terrorífico caos se desencadena en el angosto pasillo de las trincheras. El fusil es demasiado engorroso para manejarlo con soltura, así que todo el personal echa mano a armas más manejables: pistolas, palas de trinchera, cuchillos, mazas, etc. y se masacran bonitamente porque ni los defensores están por la labor de ceder el terreno al enemigo, ni los atacantes parecen dispuestos a batirse en retirada tras tantos esfuerzos como han hecho por llegar. En cualquier caso, el balance final suele ser desolador ya que si los atacantes logran la victoria, esta se traduce en un avance de unas decenas de metros a cambio de cientos o miles de bajas. Si los defensores logran rechazarlos, peor aún.  Un dato: la batalla del Somme costó casi un millón de bajas entre ambos bandos en una ofensiva que duró cuatro meses y dieciocho días. A cambio, los aliados lo más que lograron fue una penetración de apenas 8 km. en algunos sectores. Acojona, ¿eh?



Los que lograban volver vivos y razonablemente intactos a sus posiciones de partida lo hacían medio idiotizados, agotados y quizás sin saber siquiera lo que había ocurrido. Los que lograban permanecer en sus posiciones tras rechazar a los atacantes no estaban en mejor estado. Solo les restaba palparse unos a otros para comprobar que no les faltaba nada y que la sangre que les manchaba el uniforme no era la suya, y suspirar agradeciendo a la providencia no haber acabado como el francés de la foto de la izquierda o formando parte de la masa doliente y apedazada que es llevada en camilla a duras penas a los hospitales de sangre con heridas tan horripilantes que si no se ven no se creen. 



Así pues, los vivos e ilesos serán enviados a retaguardia a que se recuperen del mal rato, les darán algún regalito en forma de brandy o tabaco extra, les dirán que son unos héroes y tal y al cabo de unos días volverán a la picadora de carne. Los defensores en estado similar serán relevados por tropas de refresco y también les darán tabaco y les echarán discursos, e incluso alguno se llevará una medalla. El resto pasará a abonar la tierra mientras sus familias reciben una sentida carta en la que dicen que el fulano la palmó como palman los tíos con cojones y que el alto mando les agradece el sacrificio. Muchos de ellos ni siquiera llegaron a ver un solo enemigo en su estancia en el frente. Fueron reclutados, enviados a primera línea y triturados antes siquiera de saber qué aspecto tenía el enemigo. Patético, ¿no?

En fin, criaturas, así de terrorífico era vivir un ataque en una guerra de trincheras. Pero de las demás penurias que tenían que sufrir los que tuvieron que vivir ese conflicto ya seguiremos hablando, porque con esto no se acaba el tema ni mucho menos.

Hale, he dicho...



Paisaje lunar tras una intensa preparación artillera. Como se puede ver, no ha quedado absolutamente nada.