sábado, 28 de junio de 2014

Acciones de guerra: las minas explosivas


Castel dell'Ovo
Fue, como no, un español el primero que mandó a hacer gárgaras una muralla a base de acumular pólvora en sus cimientos y metiéndole a continuación un cerillo. El 12 de junio de 1503, la mina cavada en las murallas de Nápoles bajo la dirección de Pedro Navarro se llevó por delante un gran tramo de muralla, abriendo una enorme brecha que permitió el asalto contra las tropas gabachas que ocupaban la ciudad. En el mismo contexto bélico, un mes después, el 11 de julio, otra mina acabó con el último reducto gabacho en la población, el castillo del Huevo (o dell'Ovo), emplazado en una isla comunicada con tierra solo por un angosto istmo donde se cavó la mina.

Pedro Navarro, conde de Alvito
Y es que el minado de las fortificaciones que desde antes de los tiempos de Cristo se ventilaba a base de incendiar el entibado de la misma para provocar el derrumbe, con la aparición de la pólvora permitió no solo abreviar el trabajo sino también hacer mucho más daño. Al fin y al cabo, minar fortificaciones era una cosa muy seria y mandar al puñetero infierno al enemigo en medio de una gloriosa explosión contenía una gran carga de espiritualidad ya que partían al Más Allá a toda velocidad y hasta volando elegantemente por los aires. Está de más decir que tiempo les faltó a todos los ingenieros militares de Europa para incluir en sus tratados y manuales como llevar a cabo una mina explosiva como Dios manda, que los asedios salían carísimos y eso de poder abreviarlos siempre era aconsejable por la cosa económica.


Ante todo, hay que tener clara una cosa y es que, contrariamente a lo que muchos piensan, preparar una mina no se limitaba a cavar un túnel y amontonar al final del mismo varios toneles de pólvora. Antes al contrario, la consecución del minado de una fortificación no era cosa baladí, y era preciso tener amplios conocimientos tanto de ingeniería como del tipo de pólvora ideal para lograr el máximo efecto. Y, por otro lado, había que tener muy claro cuando y donde se debía emprender la zapa. Veamos pues...

Como vimos en la entrada dedicada a los fosos en las fortificaciones pirobalísticas, salvo que su guarnición se rindiera solo se podía intentar el asalto si se lograba abrir una brecha en sus defensas. Para ello, tras la cava de trincheras de aproche se procedía a emplazar baterías de cañones a fin de concentrar su fuego en el punto considerado como más idóneo. Pero si la obra resistía y tras varios centenares de disparos no lograban más que sacudir el polvo a la muralla, no quedaba más opción de que intentar el minado de la misma. Para ello había que tener en cuenta diversos factores, a saber:

1. Elegir donde empezar a cavar la mina. Lógicamente, cuanto más cerca de la muralla se realizase la zapa, antes podría tener lugar el asalto final. Pero ello dependía de las defensas del fuerte ya que si no era posible neutralizar las obras exteriores del mismo había que empezar en el glacis. Esto conllevaba tener que labrar un túnel mucho más largo y profundo ya que había que salvar el foso pasando por debajo del mismo y, debido a ello, la zapa debía disponer de un sistema de renovación de aire para evitar que los zapadores apareciesen con las jetas azuladas por la falta de oxígeno. Un ejemplo lo podemos ver en el gráfico inferior:


Ahí tenemos una mina similar a lo explicado. En A se encuentra el hornillo, que es donde se detonará la pólvora. B es e túnel, el cual irá ascendiendo a medida que avance para que la distancia entre el hornillo y la superficie sea la mínima posible. C es un pozo para la renovación del aire. Funciona de la misma forma que el tiro de una chimenea: el calor del fuego aspira el aire del fondo de la mina mediante el tubo que aparece en rojo. De ese modo se establece un tiro, entrando aire fresco por la boca de la mina el cual avanzará hasta la cámara de hornillo para, desde allí, ser aspirado por el tubo y salir al exterior alimentando de paso la fogata. Por lo demás, D es el foso y E el glacis. Otro sistema para renovar aire era mediante molinos de viento pero en ambos casos tenían un gran inconveniente, y es que delataban enseguida la presencia de zapadores preparando la mina, lo que llevaba a los defensores a empezar la cava de una contramina. La guerra subterránea era algo muy asqueroso, claustrofóbico y angustiante, que conste.

Pero si los atacantes lograban hacerse con el control de, al menos, una parte del foso anulando las posibles defensas ubicadas en el mismo, la cosa era menos difícil. Digo menos difícil y no más fácil porque no había nada de facilidades en este tipo de acciones. Recordemos que los fosos solían contar con plazas bajas, caponeras y, especialmente, con tenazas para su defensa. Esta última obra exterior era la preferida para tal fin por los tratadistas de la época ya que, desde ella, los fusileros podían batir todo el tramo de foso donde se encontraba la tenaza a base de fuego cruzado y, si las cosas se ponían chungas, tomar las de Villadiego a través de una poterna. Pero como nada o casi nada era imposible, pues había ocasiones en que los atacantes se apoderaban del camino cubierto y, con ello, del foso de marras.


Así pues, en ese caso se emplazaba junto a la contraescarpa del foso una batería formada por tres o cuatro bocas de fuego con la finalidad de concentrar sus disparos en un mismo punto de la muralla a fin de destruir el revestimiento de piedra rápidamente y permitir de ese modo a los zapadores introducirse en las entrañas del fuerte. ¿Que cómo iban a hacer eso en las mismas narices del enemigo? Pues fácil. Veamos el gráfico de la derecha. En A tenemos el terraplén del fuerte y en B el parapeto. Como podemos ver, las bocas de fuego emplazadas en la muralla y los baluartes no tienen ángulo de tiro para poder batir el foso (de ahí precisamente la construcción de las obras exteriores mencionadas), por lo que la batería enemiga puede actuar con más tranquilidad ya que solo podrán hostigarlos con granadas de mano y fuego de fusilería. Para ello, los defensores deberán apostarse en el mismo borde del parapeto ya que, de lo contrario, tampoco tendrían ángulo de tiro. Pero los fusileros atacantes ya se encargaban de tenerlos a raya bien parapetados detrás de gaviones o de un simple talud de tierra. Con todo, la batería del foso siempre podía del mismo modo contar con su propio parapeto en forma de barrera de gaviones. Por último, D es el foso, E la contraescarpa y F el glacis.

Bueno, para no alargarnos mucho vamos a dar ya por cavada la mina, y ya solo resta preparar el hornillo, para lo cual el ingeniero debe tener en cuenta una serie de factores muy importantes so pena de que la mina no sirva para nada. 


Ante todo, debía calcular lo que se denominaba la "línea de menor resistencia", que era la distancia entre el centro del hornillo a la superficie. Dicha línea debía ser imperiosamente por donde la mina reventase ya que, de lo contrario, la explosión no surtiría los efectos deseados. En todo caso, había ingenieros con tal habilidad que eran capaces de hacer volar la mina de forma que los escombros formasen una rampa para facilitar el ataque posterior. Del mismo modo, era el ingeniero el que debía considerar la necesidad de fabricar más de un hornillo en caso de que se fuera necesaria una brecha de mayores dimensiones. Para ello, y según vemos en el gráfico superior, se podían preparar minas de uno, dos o tres hornillos. Obsérvese como el de tres hornillos tiene uno más profundo para que los cráteres de las tres explosiones se unan, formando uno solo hacia el interior de la fortificación.


Explosión de una mina
Una vez resuelto el número de hornillos, ya solo restaba calcular la cantidad de pólvora necesaria para enviar al paraíso de los guerreros valerosos a toda la guarnición del baluarte o la muralla destinados a convertirse en polvo y escombros. Según los tratados de la época, la mejor pólvora para estos fines debía tener seis partes de salitre, una de azufre y dos de carbón. La pólvora se envasaba en barriles de 100 libras, o sea, 46 kilos. Así pues, los cálculos para saber cuánta pólvora sería precisa y, por ende, qué tamaño debía tener el hornillo se basaban en las siguientes premisas: para hacer saltar unos 8 m³ de tierra se requerían entre 7 y 8 kilos de pólvora, y entre 9,5 y 12 si lo que había que remover era piedra. Finalmente, según las medidas de la época, en un pie cúbico cabían 44 libras de pólvora, así que con esos datos ya se sabía todo lo que había que saber para mandar al puñetero infierno a la muralla. Bien, ya tenemos la mina cavada, el hornillo con las dimensiones adecuadas y mogollón de pólvora preparada. Ha llegado la hora de cargar la mina. Veamos los preparativos paso a paso...



A: En primer lugar, se instalaba en el hornillo un entarimado que cubría todo el suelo disponible. Los maderos debían ser gruesos y resistentes.
B: Sobre el entarimado se formaba a continuación una capa de paja de dos o tres centímetros de espesor, la cual no debía llegar a tocar las paredes del hornillo para impedir a toda costa que se humedeciese. Recordemos que estamos varios metros bajo tierra y la humedad es abundante.
C: Para lograr un aislamiento lo más perfecto posible, sobre la paja se añadía una tela encerada o bien sacos terreros vacíos. Al igual que en el caso anterior, se evitaba que tocasen las paredes.
D: Por último, sobre la capa textil se vertía un buen montón de pólvora y se colocaban los barriles necesarios para provocar una voladura satisfactoria. Este montón de pólvora se iniciaba con una salchicha colocada justo en el centro del hornillo. 

En este punto conviene abrir un paréntesis para explicar qué eran esas salchichas que nada tienen que ver con las vienesas. Contrariamente a la común opinión, no se usaban las típicas mechas convencionales de cordón nitrado que salen siempre en las pelis y que suele arder más deprisa de lo normal para darle suspense a la cosa. Por lo tanto, olviden vuecedes la chorrada de la mecha y sepan que, al igual que actualmente hacen falta potentes detonadores para hacer explotar una gran cantidad de explosivos, antaño tenían el mismo problema. O sea, una mecha birriosa no proporcionaba la suficiente cantidad de fuego para hacer detonar varios quintales de pólvora con la presteza y potencia necesaria. Para este fin se creó la salchicha.


La salchicha era, por describirla de una forma clara, un embutido de pólvora de unos dos o tres centímetros de grosor. Se tomaba un lienzo resistente y se cosía formando un tubo que a su vez se rellenaba de pólvora, la cual debía atacarse de forma que quedase muy bien compactada para no aminorar sus efectos. Dicho tubo, que debía ser tan largo como fuera necesario para llegar desde el o los hornillos hasta una distancia tal que el encargado de prender la mina no se fuese a hacer gárgaras por una explosión antes de tiempo, se colocaba en un canalón de madera a fin de que no sufriese desperfectos y el fuego llegase al hornillo sin problemas. En definitiva, lo que vemos en la ilustración superior. Creo que está más o menos claro, ¿no?


El momento clave
Bien, pues ya tenemos la mina cargada. Solo resta rellenar todos los huecos dentro del hornillo para que la presión obtenida por la deflagración de la pólvora sea la máxima posible, para lo cual se tapan los barriles de pólvora con tablones, los cuales se afianzan contra el techo de la cámara con puntales. Los espacios libres se llenan con sacos terreros. Tras esto se cierra la puerta del hornillo con gruesos tablones que se apuntalan también en todas direcciones para lograr un cierre lo más hermético y resistente posible. Por último, se ciega el túnel a base de piedras, ladrillos, tierra, sacos terreros y, en definitiva, todo lo disponible para conseguir que la resistencia que ofrezca el relleno a la hora de la explosión sea mayor que la de la línea de menor resistencia ya que, de lo contrario, la mina fracasará. Para entendernos: si la distancia entre el hornillo y el nivel del suelo es, por ejemplo, de cinco metros, el túnel deberá ser rellenado y compactado de forma que esos cinco metros hacia arriba sean la parte más débil del terreno que rodea la mina. 


Cargando una mina
Ya está todo a punto. El enemigo no se imagina, o igual sí y están cavando a toda prisa una contramina, lo que se les viene encima o, mejor dicho, lo que se les viene por debajo. Sigilosamente, para no dar mucho cante, las tropas asaltantes se retiran hasta una distancia prudencial, quedando solo algunos hombres destinados a proteger al encargado de prender la salchicha. Con un misto le mete fuego y, junto a su escolta, salen literalmente cagando leches porque la explosión será fastuosa. Y, ya bien resguardados en una trinchera, esperan impacientes el momento en que el o los hornillos revienten, provocando un verdadero cataclismo. Si la mina estaba bien fabricada, una enorme brecha se hará visible una vez disipado el humo y el polvo. Y, a partir de ese momento, será la hora de iniciar los preparativos para el asalto, de la misma forma que los defensores deberán remediar en lo posible los efectos de la mina reforzando la brecha con caballos de frisia y demás obstáculos. Pero eso ya es otra historia, así que la mina hizo ¡PUM! de forma satisfactoria, los enemigos se vieron envueltos en una vorágine de escombros, tripas y fragmentos de cuñados y aquí se acaba la historia, que hoy me he enrollado más que una persiana.

Hale, he dicho

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