sábado, 4 de enero de 2014

Los blocaos, fortificaciones portátiles


Blocao en el Rif. Ante el mismo, la pequeña guarnición de tropas españolas

Hacia finales del siglo XIX, la evolución de la artillería relegó a la obsolescencia a los otrora poderosos fuertes y plazas de guerra cuya sola presencia era capaz de hacer dar media vuelta a un ejército entero sin que se molestaran siquiera en presentar batalla. Pero la aparición de piezas de artillería cada vez más precisas y potentes hicieron ver claramente a los estados mayores que invertir las fabulosas sumas que requería la construcción de un fuerte era poco menos que enterrar el dinero. Así pues, la infantería volvió a ganar protagonismo y las batallas volvieron a decidirse en campo abierto, quedando los fuertes relegados a ser meros cuarteles, acantonamientos de tropas o, a lo sumo y si sus defensas lo permitían, como refugio. 

Blocao español durante la guerra de Cuba. La caseta
superior es un campanario, usado para hacer señales
Así pues, en la época que nos ocupa nacieron una serie de fortificaciones menores, destinadas básicamente a controlar determinados puntos estratégicos tales como carreteras, zonas elevadas, puentes y barrancos por donde el enemigo podía infiltrarse. Su construcción, dependiendo de la importancia del lugar a defender, iba desde meros sacos terreros a pequeñas casamatas de piedra u hormigón capaces de resistir proyectiles de artillería media. En algunos casos se optaba por fortificaciones de más entidad destinadas a proteger fronteras a fin de prevenir posibles invasiones pero estas, en modo alguno, llegaron a alcanzar la magnificencia de los fuertes de antaño. Aunque el ejército español ya hizo uso de estas rudimentarias fortificaciones en Cuba y Filipinas, fue en la controvertida guerra de África donde ganaron bastante fama. Hablamos de los blocaos.


El término blocao procedía del alemán blockhaus, palabro que podemos traducir como casa de madera y, de hecho, en los diccionarios militares de la época aparecía en su forma germánica hasta que años más tarde fue castellanizada y se usó tal como la conocemos actualmente: blocao. Curiosamente, Bernardino de Mendoza ya menciona un tipo de fortificación desmontable similar allá por 1599 en su obra "Teoría y práctica de guerra"  y que describe de la forma que vemos a la derecha. Una aclaración importante: el término caballero se aplica en este caso a un tipo de fortificación elevada respecto al terraplén que tenía como objeto batir la campaña con tiros de alcance por estar en una cota superior al resto de la fortificación. Cuando esas baterías se situaban dentro de los baluartes se denominaban "plazas altas". Sobre este tipo de obras se puede consultar a fondo el tema picando aquí.

Kabileños del Rif
Pero claro, la guerra del siglo XVII no era la del siglo XX, así que lo que el prolífico don Bernardino consideraba como "ingenios provechosos" se mostró como harto insuficiente en Marruecos. Aclarado este punto, vamos a ver más detenidamente de qué iban estas fortificaciones de circunstancias. La guerra de África era algo totalmente distinto a lo que se conocía en los estados mayores europeos en aquella época. Las tropas españolas no se enfrentaban a ejércitos convencionales que siguieran las estrategias que más o menos todos conocían por tenerlas aprendidas en las academias militares. Por el contrario, las kábilas rifeñas estaban compuestas por aguerridos moros que se movían como culebras por un terreno que conocían como la palma de la mano y que además eran gente sufrida, habituada a las penalidades y que encima tenían adiestramiento militar por haber formado parte muchos de ellos de las tropas coloniales españolas o francesas. Por la misma razón, como es más que evidente, se conocían al dedillo las tácticas usadas por el ejército español, las rutas de abastecimiento de las tropas y, ya puestos, hasta los nombres de muchos mandamases, así como su forma de actuar, si eran prudentes o arrojados, etc. O sea, que iban casi siempre por delante.


Esto dio pie a una guerra despiadada en la que los ancestrales odios entre moros y cristianos del medioevo surgieron nuevamente y ambas partes se dieron estopa de forma inmisericorde hasta la conclusión del conflicto con la onerosísima victoria española sobre el alevoso Muhammad ibn Abd el-Krim, que para más inri había currado como traductor y escribiente de árabe en la administración colonial de Melilla. Lo cruento de esta guerra no solo quedó patente en la masacre realizada contra nuestras tropas en Annual, sino en imágenes como la que vemos a la derecha, en la que unos legionarios españoles muestran orgullosos varios "trofeos" de guerra en forma de testas moras. Si no recuerdo mal, en una inspección llevada a cabo por Primo de Rivera a una unidad de la Legión le presentaron armas con diez cabezas ensartadas en las bayonetas, cosa que al parecer no sentó nada bien al general.


Construcción de un blocao en Taulet en 1921
Y si las condiciones de lucha ya de por sí eran desagradables, más lo era la constante amenaza por parte de los rifeños que se sabían de memoria cada barranco, cada desfiladero y cada cañada por donde colarse sin que nuestras sufridas tropas se percataran de ello. Y para impedirlo en lo posible se usó el blocao.


El blocao era una construcción portátil prefabricada de madera que era transportada donde fuera preciso en carros o en los primitivos camiones de la época. Además de los gruesos tablones a prueba de proyectiles de armamento ligero disponían de techumbres de zinc ondulado y cientos de sacos que se llenaban de tierra in situ. Para mejorar las defensas del blocao se podía incluso tender una alambrada en su perímetro que dificultase el que fuera tomado por asalto por los belicosos rifeños. Así pues, cuando era preciso fortificar un determinado punto, una sección de ingenieros se desplazaba al lugar y, rápidamente, montaban el blocao, rellenaban los sacos y tendían la alambrada. En la foto superior vemos precisamente como un grupo de soldados de ingenieros se afanan en la construcción de uno de ellos a toda prisa. Bastaban unas pocas horas para tenerlo terminado o para desmontarlo y trasladarlo a otro sitio.


Un blocao en la cima de un cerro. Su guarnición no
llega a los 20 hombres
¿Y  donde se instalaban los blocaos? Pues en los sitios donde se dominaran amplias zonas de terreno o para controlar pasos por donde pudiera infiltrarse el enemigo como los que se mencionaron más arriba, así como avanzadillas de fortificaciones de más envergadura y con las que se comunicaban mediante caminos cubiertos o incluso pasadizos. Sin embargo, los blocaos no podían hacer gran cosa estando como estaban en territorio hostil, aislados por completo y con limitadas provisiones de agua, víveres y municiones. Sus guarniciones eran por lo general escasas, a nivel de pelotones, secciones y, rara vez, de compañías. El aprovisionamiento de las tropas se realizaba mediante mulos que eran interceptados en muchas ocasiones y, para colmo, cuando eran atacados se veían rodeados por kábilas de rifeños que los superaban largamente en número y, para colmo de males, provistos a veces incluso de artillería. El escenario no podía ser más desolador ya que la guarnición no podía pedir ayuda salvo con heliógrafos (si era de noche o estaba nublado se jodió el invento) y si enviaban un mensajero los moros solían echarle el guante y lo fileteaban ante sus camaradas. O sea, que solo el incuestionable heroísmo de nuestras tropas podía, y de hecho pudieron, contener en muchas ocasiones los avances de los rifeños a pesar de contar con unos medios patéticos. 


Ametralladora Hotchkiss 1914/22
El armamento habitual de las guarniciones se limitaba a nuestro incomparable Mauser 93 en calibre 7 x 57 y, a veces, alguna ametralladora Hotchkiss 1914/22 de origen francés y que era alimentada por peines de 24 cartuchos. Esta máquina con su afuste y la munición superaba los 50 kg. de peso, por lo que debía ser transportaba por un mulo. En la foto de la derecha podemos ver su aspecto, así como una caja para los peines de respeto. Conviene observar que la refrigeración de la misma era por aire, al contrario de la mayoría de las máquinas de su época que se refrigeraban por agua. Debido a ello, el polvo y el calor obstaculizaban muchas veces el buen funcionamiento de estas ametralladoras.


En definitiva, el blocao fue una fortificación de circunstancias que se aplicó erróneamente en un escenario tácticamente hablando más erróneo aún. Las penurias y horrores por los que tuvieron que pasar los hombres que los guarnecieron darían para llenar varios libros, y tanto las hazañas como las matanzas de las que fueron testigos estos pequeños fortines de madera marcaron a los que tuvieron que formar parte de sus guarniciones hasta el fin del conflicto del Rif. 
Como colofón, a la  derecha tenemos una descriptiva imagen en la que vemos la guarnición de un blocao en plena acción. En primer término se ven las cajas de munición en cuyos costados se lee la típica leyenda de "1.500 cartuchos de guerra".  También se ve en el ángulo izquierdo una rudimentaria mesa con restos de comida y, en el centro de la imagen, un herido que es atendido por dos camaradas. Cuando la munición se agotaba solo quedaba resistir a la bayoneta porque en aquella guerra nadie era aficionado a hacer prisioneros y cuando llegaba ayuda, si es que llegaba, si la guarnición había sido arrollada solo restaba contar las bajas, abrir un hoyo donde cupieran todos y llevarse sus efectos personales para la familia. Eso siempre y cuando los moros no se los hubieran trincado antes, ya que eran especialmente dados al expolio de cadáveres. En resumen, los blocaos no fueron la solución a una guerra extraña pero, al menos, permitió a nuestras tropas combatir resguardados de la fusilería de los rifeños y, en más de una ocasión, obligarlos a dar media vuelta ante la imposibilidad de desalojar a sus defensores.

En fin, ya está.


Hale, he dicho


Blocao de la Restinga