martes, 18 de febrero de 2014

Asesinatos 12. Pizarro, 2ª parte. Las heridas


Fotograma de la película de Herzog "Aguirre, la Cólera de Dios" en la que vemos en el centro de la imagen
a un señor clavadito a Pizarro: enjuto, reseco y bastante bragado, como buen castellano

Sí, ya, ya.. Ayer hice rabona. Pero traigo un justificante del dentista que me sacó con la ayuda de un cincel y un martillo una muela del juicio del tamaño de un Twingo familiar. Si no fuera por el boquete de la caries valdría para tallar un cenicero, carajo. En fin, a lo que vamos...

Mausoleo de Pizarro conteniendo aún la momia
indocumentada que lo ocupó casi un siglo
Tal como quedamos en la entrada anterior, en esta se explicarían los detalles concernientes a las heridas que se supone recibió Pizarro a manos de sus matadores. Pero antes conviene hacer unas cuantas aclaraciones, que conviene conocer antes de nada.

Como ya indicaba, la tumba del conquistador se encuentra en la catedral de Lima si bien cuando murió no fue a parar directamente al suntuoso mausoleo que podemos ver hoy día, sino que fue enterrado en un pijama de madera en el patio de dicha catedral la cual, a lo largo del tiempo, ha sufrido diversas vicisitudes tales como terremotos e incendios, lo que da pie a pensar que sus restos pudieron ser movidos de sitio ya que, en 1892,, los que se creían eran los verdaderos restos fueron exhumados y colocados tras un cristal en el mausoleo de marras ya que el cadáver estaba momificado. Así pararon casi 80 años sin que nadie tuviera la seguridad absoluta de que, en efecto, los despojos del mausoleo eran los del ilustre trujillano. 

Pero en 1977, durante unas obras de restauración del templo apareció en una cripta una capa de madera que contenía a su vez otra de plomo en cuyo interior había una calavera, así como osamentas de otros individuos incluyendo críos. En la caja de la calavera había una leyenda que rezaba así:

Aquí está la cabeza del señor
marqués don Francisco Pizarro
 que descubrió y gano estos reinos del Perú
y puso en la Real Corona de Castilla


Hallazgo de la momia que se pensó pertenecía a Pizarro
El hallazgo, que dejaba de manifiesto que la momia del mausoleo no era siquiera primo lejano de nuestro hombre, fue puesto en 1984 en manos de un equipo de forenses norteamericanos bajo la dirección de William Maples, antropólogo forense, y Robert Benfer, antropólogo, que llegaron a la conclusión tras el estudio de la calavera y algunos huesos que el inquilino de la caja de plomo era Pizarro.  Los motivos de tales conclusiones serán los que veremos a continuación porque, además, la momia no tenía muestras de las heridas que obviamente recibió, por lo que fue devuelta a su lugar original, en la cripta bajo el altar mayor, y no la multaron por impostora porque era insolvente, que ya sabemos que los políticos de todo el mundo siempre ven la forma de trincar como sea. Como conclusión a este introito añadir que, como es habitual, hay alguna voz que afirma que esta teoría de que los restos hallados en 1977 son los de Pizarro es falsa e infundada. Esto no debe causarnos sorpresa ya que siempre aparecen voces discordantes, generalmente con ganas de ganar notoriedad. Tal es así que hasta se sigue cuestionando si los restos de Colón son los de Sevilla o los de Santo Domingo a pesar de que las pruebas de ADN han sido claras: está en Sevilla. Pero los de Santo Domingo dicen que nones, que si lo admiten les baja el número de visitas a la catedral.  Y dicho esto, vamos al grano...

Caja donde aparecieron tanto la calavera como
las demás osamentas
Como ya vimos en la entrada anterior, Pizarro se defendió como un verdadero león haciendo frente a sus matadores con destreza a pesar de su avanzada edad ya que las pruebas realizadas sobre la calavera y los huesos que se comprobaron eran de la misma persona tenían una edad biológica de entre 55 y 65 años, lo que para la época podríamos considerar como un hombre bastante anciano tanto en cuanto la esperanza de vida rondaba los 45 ó 50 años, y menos aún en las condiciones en que se movían los conquistadores. Como ya podemos suponer, es imposible dictaminar cuantas heridas recibió durante la encarnizada riña, y más estando como estaba rodeado de enemigos que harían blanco más de una vez en partes blandas o producirían cortes superficiales en los miembros que, aunque no serían mortales, la hemorragia producida entre todos contribuiría a debilitar al gobernador en poco tiempo a pesar de que, independientemente de su avanzada edad, se mantenía fuerte y ágil. Además era un hombre alto, de alrededor de 1,74 de estatura, lo que era una talla notable en una época en que la media era bastante inferior. Pizarro, según las descripciones que se hicieron de él, coinciden en que era alto, enjuto y reseco. Es decir, el típico castellano fibroso y correoso de la época. 

Sin embargo, se pudieron contabilizar hasta 16 heridas que dejaron su huella en los huesos de nuestro hombre, y a ellas nos ceñiremos en esta entrada ya que son las únicas constatables. En todo caso, y aunque solo hubieran sido esas 16 heridas, queda patente la fortaleza física de Pizarro por aguantar semejante castigo antes de caer como consecuencia de una postrera cuchillada fatal en el cuello. Empecemos por la cabeza ya que es de esta parte del cuerpo de cuya autenticidad no podemos dudar ya que estaba en la caja de plomo donde ponía bien claro que era la que se había paseado sobre los hombros del gobernador cuando aún vivía. Como vemos, está bastante averiada debido no solo a las heridas, sino a que le debieron sacar las muelas del juicio y, ya puestos, la dentadura completa. Bueno, coñas aparte nuestro hombre debió tener una dentadura en pésimo estado, quizás como consecuencia de su ajetreada vida y eso que, según los análisis que se realizaron, su dieta fue principalmente vegetariana.

En la ilustración inferior podremos ver mejor en qué consistieron las heridas de la cabeza sobre un cráneo en buen estado y con la dirección de cada estocada.


A la izquierda tenemos la primera, la cual debió realizarse con Pizarro ya tendido en el suelo y herido de muerte. La hoja de la espada ropera de uno de sus enemigos penetró en la cuenca del ojo por el arco superciliar, lo que le provocaría la salida de su órbita del globo ocular. La punta de la hoja, como se ve, atravesó el esfenoides y salió por el otro lado de la cabeza. En el centro vemos otra estocada más que le partió el arco cigomático. Se la pudieron hacer mientras aún estaba en pie, luchando. A la derecha, sombreadas en marrón, tenemos las zonas donde, según se ve en el cráneo original, hubo pérdida de masa ósea: el arco superciliar del ojo izquierdo, la parte inferior de la órbita del derecho más el arco cigomático, y la perforación de la apófisis cigomática.

Pero la herida fatal fue la que vemos a la derecha: la estocada en el cuello propinada por Martín de Bilbao. La hoja penetró por la zona inferior del cuello hacia arriba, incidiendo en la segunda y tercera cervicales. La hoja no llegó a atravesarlas y seccionar la médula, ya que de ese modo la estocada habría sido literalmente un descabello, pero con seguridad la hoja tuvo que interesar la yugular o la carótida, o incluso puede que las dos, lo que fue más que suficiente para aliñar al gobernador con el tiempo justo de decir "Jesús" y palmarla. Recordemos que las hojas de las espadas roperas no solo pinchaban que era una cosa mala, sino que se afilaban de forma que podían propinar tajos enormemente peligrosos tal como podemos ver en la ilustración siguiente.

En ella vemos como tuvo lugar un corte en el extremo inferior del húmero, concretamente en el epicóndilo, que cercenó limpiamente esa parte del hueso. Casi con seguridad, el corte se produjo ante un movimiento defensivo de Pizarro, un tajo que iría dirigido a la cabeza y que pudo detener a duras penas con su brazo y que se lo dejó inutilizado para la lucha. En A podemos ver la cara interna de un húmero con una flecha que señala la zona afectada. En B tenemos el mismo hueso pero intacto. A continuación vemos un brazo completo para que los que no andan puestos en anatomía puedan localizar donde se produjo el corte, estando la zona en cuestión sombreada en rojo. Finalmente podemos ver la radiografía del hueso afectado, la cual coincide exactamente con el hueso que aparece en A. Es evidente pues que un tajo con una buena ropera toledana era capaz de llevarse por delante incluso un tocho de hueso bastante denso, como son las terminaciones de los mismos.

Pizarro en sus días gloriosos
En cuanto al resto de las heridas, conviene señalar la que aparece en la quinta cervical, un corte o fisura que indica que hubo un tajo dirigido a la parte posterior del cuello, quizás con el fin de decapitarlo. Con todo, no anduvo diestro el que lanzó la cuchillada porque la cosa se quedó en un corte sin más consecuencias. Por último, señalar que las demás heridas aparecen en la mano izquierda y la columna vertebral (la entrada de todas ellas fueron por el abdomen y el tórax, o sea, hechas de frente) si bien estas últimas, aunque no debían ser fulminantes, demuestran a las claras que sus enemigos habían logrado acorralar a Pizarro y que se ensañaron como fieras para acabar con él como fuera. Y ciertamente lo lograron. 

En fin, así acabo el conquistador de los incas, literalmente acribillado por las cuchilladas que le endiñaron sus matadores.  Los asesinos del marqués no tardaron en largarse al Más Allá a hacerle compañía, como suele pasar a veces en que la mano del muerto parece arrastrar al otro mundo a los que lo empujaron al abismo:

Juan Rada, el cerebro del complot, fue nombrado capitán general tras la muerte del gobernador. Sin embargo, poco le duró el cargo porque el mismo año murió en Jauja cuando iba camino de Cuzco. No se sabe de qué falleció. 

Diego de Almagro el Mozo, tras muchas batallas y vicisitudes fue apresado cuando intentaba unirse a unos incas rebeldes. Fue procesado por Vaca de Castro y condenado a muerte por traición. La sentencia se ejecutó en la plaza mayor de Cuzco el 27 de noviembre de 1542, cuando apenas contaba con 20 años de edad. Fue decapitado en el mismo lugar donde el cadáver de su padre, previamente ejecutado mediante garrote, fue descabezado.


Martín de Bilbao, el autor de la cuchillada fatal, murió en la batalla de Chupas, librada el 16 de septiembre de 1542. Su cadáver arrastrado, cuarteado y expuesto como el de un traidor.


La ambición desmedida es mala consejera cuando induce a medrar más de lo razonable y a querer tener más poder que el rey.


Bueno, ya está


Hale, he dicho