viernes, 9 de enero de 2015

La curiosa lata de conservas explosiva





El inicio de la Gran Guerra sorprendió a los países aliados con una patética escasez de granadas de mano, un tipo de arma que cobraría una enorme importancia en la asquerosa guerra de trincheras que se generalizó al poco de iniciarse los violentos cambios de impresiones que condujeron a la que se convertiría en la mayor matanza de la historia conocida hasta el momento. Mientras que los tedescos, siempre tan previsores y cuadriculados, tomaron buena nota de la importancia que tendrían en las guerras modernas las granadas de mano a raíz de lo visto por sus observadores durante la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905) los gabachos y los ingleses (Dios maldiga a Nelson) se durmieron en los laureles y se vieron metidos de cabeza en el conflicto sin tener nada decente que lanzarle al enemigo salvo maldiciones, recuerdos a sus nada honorables madres, pedradas y algún gargajo si sus gaznates, resecos por el canguelo, se lo permitían. 


Así pues, antes de que empezara el conflicto, los alemanes tenían preparada una granada de mano bastante aceptable, fiable y mortífera. A la izquierda podemos verla. Se trataba de la kugelhandgranate 1913 o granada de mano de bola mod. 1913, un chisme que, como vemos en el gráfico, se fragmentaba en unos 80 trozos mediante la detonación de una carga de 45 gramos a base de una mezcla de pólvora negra, nitrato de bario y perclorato de potasio. El multiplicador, que se enroscaba de forma previa a su uso, lo vemos a la derecha del gráfico. Bastaba tirar de la anilla de alambre para que un frictor iniciara una mecha de 7 o de 5 segundos. Para distinguirlas y no llevarse un gran y postrero susto, los de 5 segundos iban pintados de rojo para evitar confusiones desagradables. 

Granada de percusión nº 1 Mk III, provista de un mango
de 40 cm. de largo para obtener distancia en el lanzamiento
y un peso de 800 gramos. La cinta que aparece enrollada

en el mango de forma similar a una venda era un
estabilizador de 90 cm. de largo cuya finalidad era que
cayera en vertical para asegurar la detonación
Así pues, mientras las huestes del kaiser iban al frente preparados para la guerra moderna, los súbditos del gracioso de Su Majestad se metieron en el conflicto provistos de un chisme diseñado en 1908 y denominado como "granada de percusión nº 1 Mk III" (o sea, que explotaba al golpear contra el suelo), la cual podemos ver a la derecha y que fue diseñada para un tipo de guerra totalmente diferente a la de trincheras. Su diseño, aparte de rarito, tenía la particularidad de que, como en muchos artefactos similares de la época, la espoleta se montaba antes de ser usada procediendo de la siguiente forma: se desenroscaba el tapón superior y se introducía el multiplicador, el cual estaba formado por un percutor bloqueado mediante un pasador de seguridad y una carga detonante. Una vez introducido el multiplicador, se volvía a colocar el tapón en su sitio y la granada estaba lista para su uso. Cuando se retiraba el pasador de seguridad quedaba armada, y en ese instante pasaba a convertirse en una trampa mortal para sus usuarios, que palmaban como consecuencia de un mal uso más que a causa de las armas tedescas. De hecho, una vez armada se volvía tan inestable que un solo roce con lo que fuera era suficiente para hacerla estallar. Buena muestra de ello es una curiosa anécdota que narra como un sargento adiestraba acerca de su manejo a un grupo de fusileros. Tenía ante sí una mesa sobre la que reposaba, latente y malvada, una de esas granadas. El sargento la cogió, la armó, la enarboló mostrándola a la tropa y tatareó con voz de suboficial competente:

- ¡Ahora, muchachos, es cuando debéis tener cuidado! ¡Recordad que si tocáis esta cosa con lo que sea mientras la volteáis, explotará!- anunció mientras que, para aseverar lo dicho, el solemne memo del sargento no tuvo otra ocurrencia para dejar claro el tema que golpear la mesa con la granada.

El resultado fue fastuoso: el sargento, un guripa que estaba junto a él y la mesa se fueron al carajo, mientras que doce de los pasmados fusileros que asistían a la clase quedaron heridos. El resto tomó buena nota de la clase práctica, quedándoles clarísimo que, en efecto, la granada no debía golpear nada una vez armada. Y cabe suponer que si los germanos se enteraron del tema se estarían descojonando de risa hasta el final de la guerra.


Granadero alemán bien provisto de
granadas mod. 1915. Estas armas,
provistas de espoletas de tiempo de
5,5 y 7 segundos, eran fiables, eficaces
y, lo más importante, muy válidas para
la guerra de trincheras
Estas cosa preocupaban sobremanera a la War Office de los británicos (Dios maldiga a Nelson), que veían que sus propias armas eran casi tan eficaces matando a sus tropas como las alemanas y, lo que era aún peor, no tenían nada verdaderamente fiable para hacer frente al amplio surtido de granadas con que sus enemigos los rociaban constantemente. Así pues, los mandamases de la War Office echaron mano del coronel Louis Jakcson, un talentoso y capacitado militar que, aunque se había retirado en 1913, debía aburrirse como un galápago en su casa cuidando rosales y merendando té con pastas, por lo que se reincorporó a filas como los buenos. Inicialmente fue destinado como director asistente en la War Office para, un año más tarde, ser nombrado director general del Ministerio de Municiones y, otro año después, acabar como Director de Investigación de la Guerra de Trincheras, un peculiar organismo creado exclusivamente para el desarrollo de armas y tácticas adecuadas para ese tipo de guerra tan infernal y nada saludable. Está de más decir que dieron con el hombre adecuado ya que Jackson, un sujeto al que eso de improvisar como fuera se le daba estupendamente, empezó a agitar los magines del personal para poder fabricar unas granadas que no mataran simplemente por rozar la pared de las angostas trincheras mientras la lanzaban, o que requirieran personal experto en su manejo ya que el momento y el lugar donde era preciso arrojar una granada no podía ser intuido ni por los más célebres adivinos que pusieran sobre aviso al experto para que estuviera allí en el instante preciso.


Así pues, para salir del paso se llevaron a cabo dos tipo de granadas a cual más peculiar pero que, al menos, funcionaban adecuadamente y en vez de matar al usuario mataba a los enemigos, que es lo que mandan los cánones. Uno de ellos es el que estudiaremos hoy y del que se dice se presentó en octubre de 1914, si bien no hay certeza de ello. El invento lo tenemos a la derecha. Era un artefacto fabricado con hojalata y relleno con explosivo y bolas de acero más un simple multiplicador, o sea, la receta perfecta para fabricar en masa un arma increíblemente barata, fácil de producir y que no requería de diseños industriales complejos para su inmediato envío al frente. Era la denominada oficialmente como granada de doble cilindro Nº 8, conocida entre la tropa como jam tin o bote de conservas por su incuestionable semejanza con las latas de uso habitual. Lo de doble cilindro era por su morfología interna, la cual podemos ver en el gráfico superior. Dentro del bote o cilindro principal se colocaba otro de menor diámetro donde iban el explosivo, algodón pólvora inicialmente y luego amonal por sugerencia de los gabachos, y el multiplicador. Entre ambos cilindros iban bolas de acero de media pulgada de calibre, o sea, 12,70 mm. Era un artefacto pesado, de casi 700 gramos de peso. Para detonarla se dejaron  de lado las espoletas de percusión que tantos disgustos habían dado y se retornó al sistema tradicional de mecha. Para la ignición de las mismas se recurrieron a varios tipos de iniciadores, si bien solían dar problemas si había un exceso de humedad lo cual, como sabemos, era el clima más habitual en las trincheras. Su funcionamiento era más básico que el mecanismo de un chupete: bastaba retirar el pasador de seguridad B y tirar de la cápsula A, la cual contenía un frictor que encendía una cabeza de fósforo la cual, a su vez, encendía la mecha C. La mecha, de unos 7 segundos, hacía detonar el multiplicador D el cual provocaba la explosión de la carga E. 


La granada de percusión fue diseñada para
lanzarla como se ve en la imagen, a campo
abierto. La estrechez de las trincheras fue causa
de incontables desgracias por carecer de espacio
suficiente para un manejo adecuado
El tema de los iniciadores se solucionaba por la tropa que, siempre más avispados que los jerifaltes por mera cuestión de supervivencia, optaban por no montarlos en las granadas, encendiendo directamente la mecha con la brasa de un cigarrillo o una pipa. Lo malo es que de noche, el ínfimo resplandor de dicha brasa delataba al personal y los tedescos, que vigilaban constantemente las líneas enemigas en prevención de golpes de mano, pues le metían un tiro en plena jeta a los descuidados granaderos simplemente tomando como referencia el cigarrillo encendido. Esta práctica, narrada por el capitán Hitchcock del regimiento de Leinster, causó más de una baja absurda, como le ocurrió a un oficial que fue sorprendido junto a seis de sus hombres por los alemanes en Hooge, en 1915. El resplandor de las brasas los delató y se inició un enojoso cambio de impresiones que no cesó hasta que todos cayeron malheridos por el fuego germano.


La granada de doble cilindro tuvo una gran aceptación entre la tropa tanto por su efectividad como por su elevado índice de seguridad, que permitía lanzarlas sin tener que rezar constantemente, así que se diseñó una variante de la misma con más metralla denominada como Nº 9, que pasaba dos libras (poco más de 900 gramos) y que se destinó a ser usada con los lanzadores de granadas mecánicos que tanto proliferaron durante el conflicto y que ya se vieron en una entrada anterior. Uno de ellos podemos verlo en la imagen de la izquierda y cuya apariencia y funcionamiento es idéntico al de un tirachinas, pero un pelín más grande. Eso permitía alcanzar las posiciones enemigas de forma cómoda ya que, obviamente, su alcance era muy superior al logrado por un brazo humano. Pero la faceta más peculiar de las jam tin no residía en su aspecto de lata de conservas, sino en que dio pie a la elaboración de trampas explosivas de una alevosía diabólica. Veamos como...


Cocina de campaña alemana. Hacer llegar el rancho a los
combatientes de primera línea cuando estaban siendo
bombardeados era a veces imposible, y en todo caso
extremadamente peligroso para los encargados de trans-
portar las marmitas hasta las trincheras. Muchos murieron
cumpliendo ese cometido.
Uno de los problemas que los generalmente eficientes tedescos adolecieron durante todo el conflicto radicó en la alimentación de las tropas. Como decía el inolvidable Stanislaw Katczinsky de "Sin novedad en el frente", "con buena comida y paga, la guerra pronto se acaba", por lo que era evidente que los cuatro interminables años que duró el conflicto se habría acortado si las tropas hubieran dispuesto de una alimentación más adecuada. De ahí que los alemanes aprovecharan la más mínima ocasión para apoderarse de las conservas que encontraban en las posiciones que arrebataban a sus enemigos a fin de resarcirse de tanta penuria gástrica. En todo caso, conste que las tropas de todos los bandos pasaban hambre y que todos rapiñaban lo que podían al enemigo además de la comida, como el tabaco, las fotos de señoritas en pelota picada para amenizar la falta de hembra, los relojes, anillos, dientes de oro o cualquier cosa de valor si bien, como digo, ese problema lo padecieron los alemanes en mayor grado por lo general. 


Anzacs australianos apaciblemente apalancados ante miles
de latas vacías dispuestas a ser recicladas en indigestas
conservas destinadas a los turcos en Gallipoli
Así pues, nada mejor que aprovechar las latas propias y reconvertirlas en trampas explosivas bajo la inocente de etiqueta de la siempre codiciada corned beef (latas de carne en conserva), por la que muchos degollarían a su candorosa abuela en la puerta de una iglesia en hora punta, de leche condensada o de frutas en conserva. Bastaba un fino hilo que quedara oculto a la vista del hambriento incauto para que, a los pocos segundos de cogerla y empezar a salivar de forma masiva a la vista del inminente e inesperado banquete, se le quitara el hambre de golpe. Bastaba llenar la lata con la cordita extraída de los cartuchos reglamentarios de fusil, añadirle cualquier porquería como cristales, gravilla, clavos o simples trozos de metal y plantar al conjunto una mecha. Esa birriosa y primitiva granada podía acribillar a cuantos desgraciados pillara en varios metros a la redonda y, encima, gratis.


Poilu gabacho aprendiendo a lanzar granadas al estilo inglés, una
técnica similar a la usada por los jugadores de cricket. Lo que no hagan
los ingleses para que todo el mundo tenga que adoptar sus métodos
es increíble. Dan agujetas en el costado solo con mirar la foto, carajo
En cualquier caso, la granada de doble cilindro no pudo cubrir ni de lejos la cada vez más devoradora demanda de granadas de mano para el frente occidental, que se había convertido en un agujero negro que se tragaba de forma insaciable todo lo que caía en su radio de acción. Sir John French, mandamás de la War Office, se tenía que pelear a diario con los fabricantes de iniciadores y espoletas, que no daban abasto. Por otro lado, no paraba de insistirle a los gabachos que la mejor forma de poder atender la demanda era unificando criterios y fabricando una granada estandarizada para ambos ejércitos. Pero, como suele pasar cuando la burocracia militar se pone de por medio, no había forma de acercar posturas por un motivo u otro. Y si alguien piensa que como era posible que países tan industrializados como Inglaterra o Francia no pudieran atender una demanda tan básica, basta dar un par de cifras.


  1. En el mes de octubre de 1915, la producción de granadas de percusión en las factorías estatales era de 8.000 unidades a la semana. Sin embargo, en el mes de agosto de ese mismo año la War Office ya demandaba 63.000 unidades semanales. Solo cuando se encargó la fabricación de espoletas a empresas privadas se puso paliar parte del problema.
  2. Durante la batalla de Arrás (9 de abril al 16 de mayo de 1917), una de las muchas matanzas que engulleron a miles de hombres - en este caso unos 320.000 entre ambos bandos - para quedarse como estaban, el ejército francés llegó a hacer uso de nada menos que 30.000 granadas de mano en solo 24 horas. 

Bueno, como es viernes y tengo el síndrome post-vacacional ese, pues ya vale por hoy. Ya seguiremos con esto de las granadas raras, que es bastante interesante.

Hale, he dicho...


Operaria ante cientos de carcasas de granadas Mills. Estas fueron la respuesta divina a los interminables
ruegos del War Office para disponer de una granada de mano decente. Pero de eso ya hablaremos otro día





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