martes, 28 de julio de 2015

Asesinatos: Rasputín 1ª parte




Caricatura que muestra a Rasputín enarbolando
una botella de vodka mientras es adorado por el
matrimonio imperial. La zarina, en actitud orante,
está desnuda bajo el manto de armiño.
Un tipo siniestro, ¿eh? Esos ojillos penetrantes y fanáticos hundidos en una jeta curtida y cubierta de una gran barba enmarañada, digna de profeta perdido en el desierto... Ese pelo grasiento con la raya en medio... Esa napia grande y levemente desviada... Bebedor hasta límites inhumanos, lujurioso como un macaco hasta las cejas de Viagra y dotado de una personalidad hipnótica capaz de someter a cualquiera, especialmente si era del sexo femenino. No creo pues que haya mucha gente que no haya escuchado hablar alguna vez de este peculiar místico ruso que, con su verborrea y sus supuestos dones curativos, se metió en el bolsillo a la familia imperial rusa encabezada por la zarina Alexandra Fiódorovna la cual, seducida por la personalidad de este sujeto, arrastró tras de sí a toda la familia imperial y a gran parte de la corte hasta convertirlo en una especie de mesías cuya nefasta influencia fue uno de los factores determinantes para que estallase la revolución bolchevique que sometió al pueblo ruso a la más abyecta tiranía comunista durante la friolera de 70 años.

A tanto llegó el poder ejercido por Grigori Yefímovich Rasputín entre la familia imperial y los principales cortesanos que miembros de la nobleza, el ejército, la política y hombres influyentes empezaron a creer que la única forma de acabar con la nociva presencia del "Loco" no era otra que escabechándolo de forma expeditiva y definitiva. Además, la cada vez más impopular zarina era constantemente objeto de las burlas y las maledicencias que, propaladas por la propaganda bolchevique en forma de crueles caricaturas- algunas incluso pornográficas- impresas en pasquines y libelos, la ponían poco menos que como amante de nuestro hombre, haciendo que la opinión pública fuese abominando cada vez más de una monarquía que, desde tiempos inmemoriales, era para ellos algo sagrado y revestido de un poder otorgado directamente por Dios.

El gran duque Nikolai Mijáilovich, cuyos buenos
oficios solo sirvieron para cabrear a la obstinada
zarina. Fue asesinado por los comunistas en el
fuerte de San Pedro y San Pablo en San
Petersburgo en enero de 1919.
A lo largo del año 1916, la tensión provocada por la cuestión de Rasputín alcanzaba niveles extremadamente preocupantes. De hecho, miembros de la misma familia imperial que incluían a la madre y las hermanas de Nicolás II se reunieron en cónclave para adoptar una opinión común contra el advenedizo visionario y advertir seriamente al zar de que la calle era un hervidero, y que los miembros de la Duma estaban ya bastante hartos del vil servilismo de los monarcas hacia aquel extraño personaje. El encargado de entrevistarse con el zar fue el gran duque Nicolai Mijáilovich, pariente cercano del padrecito y considerado por todo el mundo como un hombre ponderado, de preclaro entendimiento y con un verbo bastante fácil. La audiencia se celebró el día 2 de noviembre y, como cabía esperar, no surtió efecto. Y no tanto porque Nicolás II estuviera obcecado con Rasputín sino porque, en realidad, con quien sí lo estaba era con su mujer. Es de todos sabido que el encoñamiento que este hombre sentía por su venerada Alix- que era como la llamaba en la intimidad- le hacía incapaz de hacer o decir nada que contraviniera sus deseos. Y la zarina se negaba simplemente a escuchar o creer nada de lo que le contaran que fuesen negativo sobre "nuestro amigo" Grigori. De hecho, cuando leyó la carta que, en nombre de toda la familia, había entregado el gran duque al zar se agarró tal rebote que hasta pidió a su marido que lo enviase a hacer puñetas a Siberia.

El gran duque Dimitri Pavlóvich, que
jamás perdonó a Rasputín haberle
fastidiado el braguetazo.
Aunque por norma se ha dado por sentado que el que organizó la conspiración para acabar con el depravado Grigori fue el príncipe Félix Felíxovich Yusúpov, apodado "El Pequeño" para diferenciarlo de su padre de igual nombre, actualmente han surgido otras teorías acerca del verdadero cerebro de la conspiración el cual, aunque tomó parte en el asesinato, siempre ha sido considerado como un miembro más del complot. Hablamos del gran duque Dimitri Pavlóvich Románov, un apuesto y atlético joven que incluso había participado como jinete en las Olimpiadas y que, estando prometido con Olga Nikoláyevna, la primogénita del zar, se vio con un palmo de narices porque al Rasputín se le metió en la cabeza que la gran duquesa no debía casarse con él. Esto debió sentarle como una patada en el páncreas a este hombre ya que, aparte de verse privado de emparentar con el zar, lo cierto es que Olga era, al igual que sus hermanas, una muchacha francamente hermosa. En cualquier caso, ya fuese el príncipe Yusúpov o el gran duque Dimitri el que tuviera la ocurrencia en primer lugar, lo cierto es que el núcleo de la conspiración lo formaron ambos hombres, los cuales se pusieron rápidamente manos a la obra para buscar los cómplices adecuados para llevar a cabo el asesinato ya que, si la cosa llegaba a oídos del matrimonio imperial, podían darse por remitidos AD SECVLA SECVLORVM hacia Siberia sin billete de vuelta o incluso algo peor.

Vladímir Mitrofánovich
Purishkévich
El primero en unirse al complot fue un vehemente político de la Duma, Vladímir Mitrofánovich Purishkévich, diputado por Kursk y fundador de varias organizaciones de derechas bastante ruidosas. Purishkévich era un furibundo monárquico que veía claramente el peligro que suponía para la institución la presencia de Rasputín en la corte, así como el riesgo que entrañaban para la monarquía las paranoias de la atribulada zarina, por lo que el 19 de noviembre de aquel año de 1916 largó desde la tribuna un desaforado discurso poniendo a caldo tanto al advenedizo visionario como a la misma Alexandra, acusándolos de la caída en desgracia de políticos de renombre e incluso de las negras perspectiva en el frente. Recordemos que Rusia andaba metida hasta las cejas en la Gran Guerra y les iba fatal contra los alemanes. El colmo del rencor hacia la zarina y su protegido llegó con las siguientes palabras: 

"...pongo a los pies del trono los pensamientos de las masas rusas y el amargo sabor del resentimiento del frente ruso producido por los ministros del zar que se han convertido en marionetas cuyos hilos están movidos por las firmes manos de Rasputín y la emperatriz Alexandra Fiódorovna (...) que sigue siendo una alemana en el trono de Rusia y ajena al país y a su gente".

Félix Félixovich Yusúpov en la época del
asesinato, cuando servía en el Cuerpo
de Pajes si bien se libró de ir al frente
por ser hijo único.
Es pues más que evidente que Purishkévich no estaba más que diciendo la verdad del credo, que no era otra que el personal estaba hasta el gorro del visionario y la zarina la cual, por su condición de tedesca, no había gozado nunca de las simpatías del pueblo. Así pues y a la vista de las escasa simpatías que mostraba el diputado hacia el "El Loco", al día siguiente Yusúpov se puso en contacto con él para atraerlo a su causa. Naturalmente, aceptó.

Un segundo hombre se unió al complot, posiblemente por mediación del gran duque Dimitri. Se trataba de un joven teniente llamado Sergei Mijáilovich Sukhotin el cual servía en el Regimiento Preobrazhenski. Esta unidad, una de las más antiguas del ejército ruso, estaba considerada como un cuerpo de élite reservado a los aristócratas cuya lealtad al zar estaba por encima de todo comentario. Por último, Yusúpov añadió a la lista de conspiradores a su propia mujer, Irina Alexándrovna Románova, sobrina del zar. Cuando Irina tuvo constancia de lo que tramaba su marido se cabreó bastante. Bien por escrúpulos de conciencia, bien porque le daba miedo meterse en semejante follón, la cosa es que le recriminó severamente haberle hecho formar parte del complot sin más, dando por hecho que podrían contar con ella. Pero lo que Yusúpov no le dijo es que, en realidad, su interés por tenerla como aliada no se debía más que a una cosa: usarla como cebo ya que el depravado Grigori sentía por ella una inclinación que iba mucho más allá de la mera admiración cortés y ansiaba profundamente conocerla en persona.

Irina Alexándrovna Románova
Ya solo restaba dar forma al plan para acabar con el aborrecido Rasputín. Tras sopesar todo lo sopesable, los conjurados decidieron que el mejor sitio sería el palacio de Yusúpov. Era el sitio ideal: razonablemente aislado, grande y propiedad de un pariente del zar, lo que alejaba posibles indiscreciones por parte de las autoridades. Solo había un inconveniente, y era que justo frente al palacio había una comisaría de policía, lo que impedía formar mucho escándalo, por lo que decidieron que la mejor forma de acabar con el místico aquel era envenenándolo. Para ello, Purishkévich requirió un quinto conjurado, su médico personal el doctor Lazavert el cual, por ser además un personaje poco conocido, serviría para ayudar a deshacerse del fiambre. El veneno, cianuro de potasio en cristales, lo proporcionó el que en aquel momento era Ministro del Interior, Vasily Alexándrovich Maklakov el cual, como tantos otros políticos, odiaba a muerte a Rasputín. Se tomó tanto interés en el asunto que incluso proporcionó a los conjurados una barra de hierro forrada de goma procedente de unas pesas para, en caso de que el veneno no fuese fulminante, poder triturarle bonitamente el cráneo.

Vasily Alexándrovich Maklakov. Tras el
asesinato se negó a reconocer su partici-
pación en el mismo.
A finales de noviembre tuvo lugar la última reunión para ultimar todos los detalles. Se celebró en el vagón personal del tren hospital que Purishkévich, como otros rusos pudientes, costeaba de su propio peculio como ayuda a las tropas del frente. El día D sería la noche del 16 al 17 de diciembre ya que el gran duque Dimitri Pavlóvich andaba ocupado hasta ese día y, por otro lado, el tren de Purishkévich partía hacia el frente el mismo día 17, lo que le venía de perlas para quitarse de en medio tras el asesinato que, sin lugar a dudas, pondría patas arriba a San Petersburgo.

El plan era bastante simple. Bajo la excusa de que Irina, la mujer de Yusúpov, deseaba entrevistarse con Rasputín, el príncipe y Lazavert irían a recogerlo a su casa pasada la medianoche ya que hasta las 23:00 horas estaba vigilado por una escolta policial. Lazavert, para no despertar sospechas, se encargaría de conducir el automóvil de Yusúpov disfrazado de chófer. Antes de partir, Lazavert se encargaría de rociar con cianuro unos pastelitos de crema rosa que habían preparado como ágape y que por su color eran fácilmente identificables, así como pastas de té. Así mismo, pondría veneno en el vino de Madeira al que tan aficionado era "El Loco". Según palabras del mismo médico, puso cianuro suficiente como para matar a varios hombres de forma instantánea. Recordemos que el cianuro es uno de los tósigos más letales y de acción más rápida que existen.

El fastuoso palacio de Yusúpov, junto al río Moika, en San
Petersburgo. La familia Yusúpov era la más acaudalada de
Rusia tras la familia imperial.
Para no ser vistos, entrarían en el palacio por una puerta de servicio situada en un patio lateral, evitando de ese modo que ojos indiscretos o incluso los mismos policías que hacían guardia en la comisaría de enfrente identificaran la inconfundible silueta alta y desgarbada del nocivo Grigori. Tras llegar a palacio, el aspirante a víctima sería conducido a una dependencia situada en el sótano la cual había sido reformada para la ocasión como una especie de salita privada. De ese modo el crimen sería llevado a cabo con la máxima discreción. Solo restaba un detallito, y era la posibilidad de que Rasputín hubiese informado a alguien de su cita con Yusúpov. Así pues, para despistar urdieron una estratagema un poco chorra pero que se les antojó válida: sabiendo que el místico solía acudir a cenar a un restaurante llamado Villa Rhode, el teniente Sukhotin llamaría por teléfono al local una vez finiquitado el asesinato preguntando si había llegado ya Rasputín. Como obviamente le dirían que no, respondería que seguramente se presentaría en seguida. De ese modo, si aparecía el cadáver siempre podían alegar que, en realidad, ellos habían quedado en el restaurante, y que si había aparecido muerto sería cosa de algún malvado terrorista.

El gabinete donde se perpetró el crimen, recreada con dos
muñecos de cera a imagen de Rasputín y Yusúpov.
Sin embargo, el día 3 de diciembre la gran duquesa Irina envió una carta a su marido diciendo que estaba muy depre, que aquello de verlo convertido en un asesino la estaba matando del berrinche y que, naturalmente, ya se podía ir olvidando de que se presentara en San Petersburgo para facilitar el crimen. No obstante y aunque era un serio revés, el plan permaneció básicamente igual. La única diferencia con el original consistía en que, ausente Irina de palacio, al llegar Rasputín lo llevarían a la salita del sótano mientras que en un salón de la planta baja pondrían un gramófono y gente parloteando para, de ese modo, decirle que se trataba de una visita que se iría en seguida, y que podía amenizar la espera en la salita a base de canapés de cianuro. El día 13 de diciembre, Yusúpov llamó a Purishkévich para darle la contraseña "Ha llegado Vanya", lo que indicaba que todo estaba listo para el día 16.

Cianuro de potasio en una presentación similar a la
usada por Lazavert, el cual desmenuzó el veneno en
el interior de los pastelitos con las manos protegidas
por guantes quirúrgicos por si las moscas.
Esa noche, hacia las 00:30, Yusúpov llegó a palacio acompañado de su víctima con el doctor Lazavert haciendo las veces de chófer. Nada más oír el ruido del motor en el patio donde se encontraba la puerta de servicio, Purishkévich puso en marcha el gramófono, sonando la conocida marcha Yankee Doodle mientras se ponía de palique con Sukhotin para aparentar que había visitas. Y es en este momento cuando comienzan las contradicciones que, como está mandado, son la salsa de todas las historias de crímenes. La versión más conocida y generalmente dada por cierta es que Rasputín, tras ser acomodado en el gabinete del sótano, empezó a trasegar pastelitos, pastas y vino de Madeira a pesar de que inicialmente se había negado a comer ni beber nada, inquieto por la perspectiva de conocer a Irina. Sin embargo, y a pesar de su vehemente y desconfiado carácter, no chistó durante las más de dos horas que tuvo que esperar mientras que Yusúpov, para amenizarle la demora, hasta se dedicó incluso a cantarle canciones populares acompañado de su guitarra a la espera de que el puñetero veneno surtiera efecto. Otra versión sugiere que, en realidad, la espera no supuso ningún quebranto a Rasputín ya que dedicó el tiempo a tontear o, posiblemente, a algo más... intenso con su anfitrión ya que, según parece, Yusúpov era bisexual y se sentía extrañamente atraído por su víctima. Del mismo modo, al lascivo y lúbrico místico tampoco le importaba catar tanto la carne como el pescado, y más en este caso ya que el príncipe era un hombre joven, apuesto y refinado.

Pistola Savage 1907. Esta arma, provista de un cargador de 10
cartuchos, gozó de cierta popularidad en el mercado civil, así
como entre la oficialidad francesa durante la Gran Guerra.
Sea como fuere, la cosa es que Rasputín no se moría ni a la de tres, lo que puso de los nervios a su anfitrión y sus cómplices, los cuales esperaban en la planta baja y eran informados de vez en cuando por el mismo príncipe que subía con la excusa de "ver si se habían marchado las visitas". Sin embargo, y según testimonio de la hija de Rasputín, Matryona Grigórievna, su padre seguía una dieta digamos, de tipo espiritual, según la cual jamás comía dulces ni carne sino solo pescado ya que, según afirmaba, le favorecía para sus cualidades de sanador. De ahí que, posiblemente, lo único que probó sería el vino. Pero lo que desconocían los asesinos es que, al parecer, el alcohol actúa como antídoto contra el cianuro, por lo que si además la dosis era escasa por haber usado casi todo el tósigo con los dichosos pastelitos y las pastas teteras, era lógico pues que no surtiera los fulminantes efectos que se le suponía. Totalmente desesperado, Yusúpov subió a la planta baja sin saber qué hacer. Tras un breve conciliábulo con sus compinches y viendo que Lazavert estaba a punto de sufrir una apoplejía debido a la tensión del momento, decidieron acabarlo de un tiro. Para ello, Purishkévich le entregó su pistola, una Savage modelo 1907 de calibre 7,65 mm.

Patio donde fue rematado Rasputín. La puerta de la izquierda es por
donde salió intentando escapar de sus asesinos.
Sin más dilación, Yusúpov volvió al gabinete y le endilgó un balazo a su víctima sin darle tiempo a decir esta boca es mía. Al escuchar el disparo, los demás conjurados bajaron a toda velocidad para encontrarse al príncipe muy tieso en mitad del gabinete empuñando la pistola y a Rasputín tirado sobre una piel de oso, sangrando y emitiendo gruñidos y estertores. Aunque el disparo no había sido definitivo dieron por finiquitado el enloquecido místico. A continuación, todos salieron del gabinete dejando la puerta cerrada con llave y subieron al salón donde habían esperado el desenlace del atentado para serenarse un poco. Mientras tanto, Yusúpov bajó de nuevo al sótano para cerciorarse de que Rasputín había partido al Más Allá pero, para sorpresa suya, no solo no había palmado, sino que incluso se abalanzó sobre él intentando estrangularlo. Absolutamente acojonado, Yusúpov dio la alarma mientras el pseudo-muerto gateaba por la escalera en busca de una salida.

Continuación de la foto anterior. Por la cancela de la derecha es por
donde entró el automóvil de Yusúpov con Lazavert al volante y
Rasputín de pasajero la madrugada del 16 al 17 de diciembre de 1916
Purishkévich, al escuchar las voces de su compinche, echó mano a la pistola y salió en busca del incombustible Grigori, el cual berreaba como un poseso gritando que se lo contaría todo a la zarina. El acojonamiento era mayúsculo, y las perspectivas si lograba escapar de lo más negras. Rasputín logró llegar al patio mientras Purishkévich le perseguía empuñando su Savage. Le disparó dos veces, pero en ambas ocasiones falló. Lo intentó nuevamente y, por fin, le acertó en la espalda, cayendo su víctima como un fardo sobre la nieve. Otra versión afirma que, en realidad, Purishkévich no llegó a acertarle en ninguna ocasión por ser poco diestro en el manejo de las armas, y que fue el gran duque Dimitri el que lo apioló de dos disparos propinados con una FN 1900: uno en la espalda y otro de remate en la cabeza casi a bocajarro, lo cual suena más creíble tanto en cuanto era militar y, por ende, más habituado a las armas. 

Pistola FN modelo 1900 en calibre 7,65 mm. similar a la
usada por el gran duque Dimitri. 
Sea como fuere, la cosa es que los disparos llamaron la atención en la comisaría situada frente al palacio y, en este caso, también nos encontramos con varias versiones. Según el propio guardia que acudió a ver qué pasaba, un tal Vlasyuk, vio al príncipe en el patio y le preguntó si había oído disparos, a lo que Yusúpov respondió que no había oído nada. Sin embargo, el mismo Yusúpov narra en sus memorias que informó al guardia de que estaban de fiesta y que un amigo, poseído por una cogorza monumental, se había liado a tiros. Finalmente, el príncipe dijo por otro lado que había tenido que matar a uno de sus perros que se había puesto un poco borde.

Aspecto del rostro de Rasputín cuando fue recuperado. En
el mismo se aprecian los hematomas y deformaciones
producidos por los golpes propinados por Yusúpov, así
como el pequeño orificio de un disparo en la frente.
Pero excusas e invenciones aparte, la cuestión es que los conjurados echaron mano al maltrecho Rasputín, que a pesar de todo seguía vivo, y lo metieron de nuevo en palacio. Yusúpov, poseído de una mezcla de pánico y odio, echó mano a la barra de hierro que le había proporcionado Maklakov y empezó a aporrear sin piedad a su víctima, el cual no dejaba de farfullar su nombre y, para mayor desesperación, seguía aún vivo. Finalmente, cuando en apariencia ya había estirado la pata, optaron por atar y envolver el cuerpo y, tras meterlo en el coche, salieron en busca de un lugar adecuado donde deshacerse del fiambre.

Puente Bolshoy Petrovsky. Construido en 1838, en 1916
fue adaptado para soportar el tráfico rodado moderno.
Mientras Yusúpov se quedaba en palacio para borrar las huellas del delito, Purishkévich, el gran duque Dimitri y Lazavert se dedicaron a localizar un paraje discreto para rematar la faena. Tras una breve búsqueda, vieron un sitio que se prestaba de maravilla para mandar a paseo al muerto. Desviaron el coche hacia el puente Bolshoy Petrovsky, sobre el río Neva, en el cual había un agujero en la capa de hielo que cubría la superficie que les permitiría no solo despedirse del occiso, sino también hacerlo desaparecer. Tras detener el coche, dejaron caer el cadáver en el agua gélida, le hicieron dos higas y se largaron bonitamente la mar de contentitos por haber librado a la Madre Rusia de semejante bicho. Tras el exitoso término del atentado, dejaron el coche por haberse averiado y tomaron un coche de caballos para irse a la estación de Varsovia, donde esperaba el tren hospital de Purishkévich. Él y Lazavert se quedaron allí mientras el gran duque se largó a su palacio. Eran las 05:00 horas aproximadamente.

El inmenso palacio de Tsárkoye Seló, residencia de los zares situada
a apenas 25 km. de San Petersburgo, en aquella época capital de Rusia
Pero la paz y el sosiego les duró bien poco porque aquel mismo día, a eso de las 17:00 horas, se presentó Sukhotin nervioso perdido en la estación en busca de Purishkévich. Las noticias que traía lo dejaron laminado: la zarina ya había sido informada del deceso de su adorado místico y, para colmo, alguien se había ido de la lengua y había dado sus nombres a la policía zarista. Ambos salieron echando leches hacia el palacio del gran duque Dimitri, donde ya estaba Yusúpov, ambos más blancos que un calamar paliducho y extremadamente acojonados. Al parecer, lo único que se les ocurrió fue redactar una carta en la que se declaraban inocentes de los hechos, y se limitaron a esperar acontecimientos. Mientras tanto, Purishkévich y Lazavert salieron hacia el frente la noche del 18 en su tren hospital, poniendo tierra de por medio. Yusúpov y Dimitri Pavlóvich se quedaron en San Petersburgo a la espera de que el zar llegara a la ciudad procedente de Tsárkoye Seló.

El día 19 por la mañana apareció el cadáver flotando cerca del mismo puente donde lo arrojaron al agua. Al no haberse preocupado de añadirle algún peso para que se hundiera para siempre, poco tardó en retornar a la superficie. Pero lo que dejó al personal epatado no fue la aparición en sí, sino el hecho de que, a pesar de haber sido maniatado, había sido capaz de forcejear y desatarse, habiendo muerto finalmente ahogado. La foto muestra el cadáver nada más ser extraído del agua, congelado y con los brazos levantados en una postura que sugiere que estaba vivito y coleando cuando fue tirado desde el puente. Sin embargo, la autopsia reveló que no tenía agua en los pulmones, por lo que ya estaba muerto antes de caer al agua. ¿Cuál de ambas afirmaciones es la cierta? Ah... quién sabe... La cosa es que hay contradicciones a mansalva en este asunto.

Dimitri Kosorotov, del Departamento de Medicina
Forense de la Academia de Medicina Militar
De allí fue trasladado a la Academia de Medicina Militar, donde fue visitado por la misma zarina y sus hijas. Al día siguiente, por la noche, el doctor Dimitri Kosorotov le practicó la autopsia, la cual tenía diversas contradicciones respecto a las declaraciones que hicieron sus asesinos. Ante todo, los múltiples golpes que mostraba eran, según Kosorotov, post mortem, lo cual invalidaba el relato de Yusúpov acerca de que cuando lo apaleó con la barra de hierro aún estaba vivo. Por otro lado, aparecieron tres heridas de bala: una en la espalda, seguramente procedente de uno de los disparos realizados por el gran duque Dimitri, la cual le destrozó un riñón. Otra en la frente, también producida por el gran duque, que era mortal de necesidad y que sería tal vez la que lo remató. Una tercera, que sería la primera que recibió por parte de Yusúpov en el gabinete, con un orificio de entrada en el costado izquierdo y que interesó el hígado, el cual partió por la mitad, y el estómago, produciéndole una intensa hemorragia.

La herida producida por Yusúpov
Solo una de las balas pudo ser recuperada, concretamente la disparada por Yusúpov con la Savage de Purishkévich. Las otras dos habrían atravesado el cuerpo, por lo que no fue posible dictaminar si procedían de la misma arma o de dos distintas. Tras despachar al apiolado místico, vistieron su cadáver y lo metieron en un ataúd metálico; se celebró allí mismo una misa de réquiem por solicitud del obispo Isidor y, a continuación, se procedió a su traslado a la catedral de Fiódorov, en Tsárkoye Seló, donde fue sepultado con la mayor discreción en la mañana del día 21, estando presentes la familia imperial, el confesor de los zares, padre Alexander Vasiliev, y algunos personajes más. A las 9 de la mañana todo se había consumado, la fosa tapada y aquí paz y después gloria. El furibundo, lascivo, putañero, borrachuzo y místico Grigori Yefímovich Rasputín era ya historia.

Antes de concluir, una meditación respecto a las contradicciones reflejadas en los distintos relatos del asesinato: ¿por qué Yusúpov montó aquella película sobre la supuesta invulnerabilidad de Rasputín, al que ni un potente veneno ni los disparos ni los golpes podían matarlo? Seguramente, aparte de para adornar su hazaña, para aumentar su gloria personal, retratándose a sí mismo como el hombre que fue capaz de acabar con un demonio al que nada parecía surtir efecto en bien de la Madre Rusia. Obviamente, de cara a la opinión pública supo vender la moto y quedar como un héroe.

Y como ya me he enrollado bastante, pues mañana proseguiremos dando cumplida cuenta del destino de los asesinos, así como una serie de curiosidades curiosas sobre este controvertido personaje protagonista de la entrada de hoy.

Hale, he dicho


Continuación de la entrada pinchando aquí

La familia imperial cuando aún no se oían tambores de guerra. Jamás pudo imaginar la zarina Alejandra
(en el centro, con diadema) las nefastas consecuencias que tuvo para su país, la monarquía, su familia y para ella
misma su absurda entrega a alguien como Rasputín. A la izquierda aparece Olga, la causante del odio acérrimo
que el gran duque Dimitri Pavlóvich profesaba al "Loco".


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