viernes, 20 de mayo de 2016

Asesinatos: Valeria Mesalina


Aunque Valeria Mesalina, quinta mujer del inefable Clau-Clau-Claudio, ha pasado a la historia por ser un pendón desorejado, la realidad es que su perdición fue una mezcla deleznable de lujuria desmedida, ambición insana y maldad insidiosa. En definitiva, que además de ser una puta redomada era un mal bicho cuyas correrías por Roma en busca de placeres adúlteros eran vox populi menos para su pariente y marido, el cual estaba por lo general en Babia o haciendo gala de sus excentricidades. No obstante, seguramente algún feroz defensor de lo políticamente correcto, esa plaga nefasta que tanto se ha propalado en nuestros días, puede que declare con fervor que la pobre Mesalina no fue más que una víctima más de la sociedad patriarcal romana (o sea, machista), y que sus frívolos devaneos no fueron más que la consecuencia de la desatención que recibió por parte del tiránico, maniático, pitopáusico y endeble mental de su marido. Pero antes de entrar de lleno en cómo se consumó el puticidio convendría poner en antecedentes a vuecedes ya que es posible que algunos desconozcan por completo algunos detalles sobre la existencia de esta nefanda hembra.

Recreación de Claudio partiendo de uno de
sus bustos. En su momento ya se dedicó una
entrada a su asesinato a manos de su
archimalvada mujer, Agripina la Menor
De entrada, y a pesar de que en muchas partes aparece como la tercera o cuarta mujer de Clau-Clau-Claudio, en realidad era la quinta, como ya se ha comentado más arriba. Las cuatro anteriores fueron Emilia Lépida, repudiada antes de consumar siquiera el matrimonio, Livia Medulina, que palmó inesperadamente el mismo día en que se celebraría su boda si bien legalmente ya eran marido y mujer; Plaucia Urgulanila, una mujer feroz y desmedida que repudió por llegar a ser incluso sospechosa de asesinato y, finalmente, con Ælia Petina, hija adoptiva de Lucio Ælio Sejano que contrajo nupcias con el futuro césar por orden de Tiberio y peloteo del alevoso prefecto pretoriano ya que éste anhelaba emparentar con la familia imperial para afianzar su poder. Está de más decir que la caída en desgracia de Sejano provocó el inmediato repudio de Petina ya que todos los parientes, amigos y afectos de este deplorable sujeto se convirtieron en apestados de la noche a la mañana. Así pues, tras estas cuatro esposas acabó casado con Valeria Mesalina.

Mesalina sosteniendo en brazos a su hijo Británico.
Esta estatua está datada hacia el 45, por lo que tendría
unos 20 años aproximadamente
Esta mujer, como ya dije antes, tenía cierto grado de parentesco con Claudio ya que era hija de Marco Valerio Mesala Barbato, nieto por parte de madre de Octavia, hermana de Augusto. Al ser Claudio nieto de Livia, mujer de Augusto, estos dos eran primos en tercer grado aunque no de sangre, sino políticos (Druso, el padre de Claudio, era hijo de Livia antes de que esta se casara con Augusto), por lo que Mesalina era sobrina bisnieta de su marido. Qué lío de parentesco, ¿no? Además, era mucho más joven que él ya que nació en el año 25 d.C., por lo que cuando se celebró el matrimonio tenía solo trece o catorce añitos mientras que el feliz consorte ya tenía 48, una edad que hoy día se considera dentro de la madurez pero que en aquellos tiempos era la antesala de la ancianidad. Con todo, aún tuvo energías para engendrarle dos hijos: Octavia y un varón que primero recibió el nombre de Germánico en honor de su hermano homónimo para, posteriormente, ser rebautizado como Británico.

Mesalina en brazos del gladiador, obra de Joaquín Sorolla.
En la realidad, el ambiente sería mucho más sórdido, con
menos flores y con más vicio.
Desde muy jovencita, esta depravada mujer ya hacía gala de sus desórdenes y su insaciable lujuria. Según Juvenal, se vendía como meretriz en los más bajos LVPANARIS (putiferios) de la Suburra bajo el nombre de Licisca (mujer perra o mujer loba) totalmente depilada, con los pezones pintados de oro y los ojos maquillados con un afeite a base de antimonio y carbón para darle más profundidad a su mirada, lo que denota que era una experta en el arte de poner al personal como una moto. En su ejercicio del puterío se ofrecía totalmente desnuda a los gladiadores, legionarios y demás fauna hambrienta de sexo buscando sobre todo que le dieran caña, cosa que al parecer le agradaba en extremo según Suetonio. Por otro lado, es de sobra conocido su desafío al gremio de putas de Roma, que envió a tan singular duelo a la más viciosa de todas, la famosa Escila, y tras derrotarla de forma apabullante quedó, como decía Juvenal en sus SátirasLASSATA VIRIS NONDVM SATIATA RECESSIT, o sea, que se retiró cansada de hombres, pero no saciada. Es normal que se cansara porque se cepilló a mogollón de patricios entre el jaleo y el cachondeo de sus voceras. En definitiva, esta lúbrica inagotable llegó incluso a instigar al memo de su marido a ejecutar a aquellos que, siendo objeto de su deseo, se negaron a acceder a poner los cuernos al emperador, propalando falsas insidias contra ellos. Claudio, que tenía una irritante tendencia a la ira a la par que era un miedoso incurable, no era difícil de convencer por la taimada hembra cuando esta le susurraba que tal o cual noble tramaba algún complot contra su persona.

Mesalina trajinándose a un posible
cliente en la Suburra, uno de los barrios
más populosos de Roma
Pero mientras Mesalina no dejaba ni un solo día de entregarse a sus vicios, Clau-Clau-Claudio permanecía más ciego que un topo, ajeno a los descomunales cuernos que le ponía esta prójima con tal impunidad que era un escándalo en toda Roma, y hasta los historiadores de la época se maravillaban de como en una ciudad en la que los chismorreos corrían como el viento, nada menos que el mismísimo emperador fuera el único que no se enteraba de nada. Su ignorancia sobre las andanzas de su viciosa mujer llegaron al extremo de ordenar a Mnester, un famoso actor, a que accediera a todos sus deseos sin darse cuenta que la traidora adúltera le instigó a ello con el único fin de fornicar con él sin descanso ya que estaba totalmente prendada del cómico. Mnester, que no podía ni imaginar lo imbécil que era Claudio, pensó que era un simple cabrón consentido cuando la realidad es que la taimada Mesalina le había hecho creer que lo que quería de él era su mera compañía para oírle declamar y cosas así.


Mesalina y Silio en pleno
precalentamiento para perpetrar actos
extremadamente cochinos.
Pero no solo estaba enamorada de Mnester, sino también de un noble de familia consular y con una prometedora carrera política por delante. Se trataba de Gaio Silio, elegido cónsul en el 48 y siendo famoso por ser el hombre más apuesto de Roma. Estaba casado con Junia Lépida Silana, a la que Mesalina obligó a repudiar por negarse a compartir al objeto de sus anhelos con ninguna otra mujer. Mesalina perdió la chaveta por Silio, al que no paraba de obsequiar con valiosos regalos y hasta se presentaba en su casa sin más, acción esta inconcebible en una matrona romana. De hecho, no tenía el más mínimo reparo en pasearse por Roma con su amante a la vista de todo el mundo mientras que Claudio seguía en la inopia sin querer enterarse de nada. Silio, que sabía que se estaba jugando la cabeza, por un lado temía que un día el césar se la separase del cuerpo por ponerle los cuernos, pero más temía a Mesalina, que no soportaría que la rechazase e iría con sus insidias a Claudio para provocar su perdición. No sabía el tal Silio donde se había metido.


El impúber Británico, implicado a su pesar
en los líos de su madre.
Mesalina tramó acabar con su atontado cónyuge y, al mismo tiempo, hacer uso de su indudable influencia con los más afamados varones romanos para que la guirnalda imperial fuese a manos de su amante, al cual, para asegurarse de no perder su estatus de emperatriz, convenció de que lo mejor era casarse con ella a pesar de estarlo ya con Claudio y, a continuación, adoptar a su hijo Británico para asegurarle la sucesión. Obviamente, esta trama no tenía ni pies ni cabeza, pero en Roma eran posibles estas absurdas componendas. Sin embargo, no contaba con que algunos de los más encumbrados libertos al servicio del césar no estaban por la labor de permitir aquel desafuero, y no tanto por lealtad a Claudio como por temor a perder sus respectivos chollos si el viejo césar era derrocado. Pero estos tampoco lo tenían fácil ya que temían que el emperador, cegado por la pasión que aún despertaba en él la persona de Mesalina, fuera convencido por esta de que tramaban el complot de turno y los mandara descabezar, así que su situación eran también bastante delicada. Estos consejeros eran Calisto, Narciso y Palas, los cuales intentaron en primer lugar convencer a Mesalina de que mandara a su amante a hacer puñetas. Pero a la nefanda hembra le resbalaron las amenazas de los libertos, e incluso les hizo ver que para hundirlos bastaría con que se postrase ante su marido rogando clemencia para que la perdonara y, a continuación, provocar la perdición de los tres acusándolos de cualquier cosa.

Una bacanal en toda regla. El bastón que enarbolan varias de
las mujeres era denominado como TIRSO, y constaba de un
palo en cuyo extremo se colocaba una piña y un ramo de
hiedra. Era el atributo del dios Baco
Con todo, las amenazas de Narciso hicieron que Mesalina actuara con prontitud. Aprovechando un viaje del césar a Ostia, donde iba a celebrar unos sacrificios a los dioses, organizó su boda con Silio, para lo cual fueron llamados incluso sacerdotes y augures que realizasen las ceremonias, ritos y sacrificios preceptivos. Mesalina confiaba en que la popularidad de Silio y su influencia personal le dieran el apoyo necesario para llevar a cabo su golpe de estado con el apoyo tanto de los patricios como de los pretorianos, sin el cual sería imposible culminar con éxito su malvado proyecto. Esto acojonó bastante a Calisto y a Palas, que prefirieron mirar para otro lado, pero no a Narciso, que se valió de una astuta estratagema para hacer ver al tornadizo emperador que una gran conspiración se cernía sobre su persona. Así pues, aprovechando el viaje a Ostia sobornó a dos putas que solían acudir a ponerlo contentito durante sus estancias en dicha ciudad para que, como cosa de ellas, contaran a Claudio lo que se estaba cociendo. Las dos meretrices, muy afamadas por cierto entre su clientela, eran Calpurnia y Cleopatra las cuales, bien aleccionadas por Narciso, dieron pelos y señales de lo que ocurría durante su ausencia, y de la infame traición de Mesalina y Silio. Claudio, atónito, pidió a Narciso que le confirmara aquellas noticias, a lo que el liberto accedió pidiendo perdón por no haberle avisado antes, asegurándole que solo deseaba que las cosas volvieran a la normalidad. Pero le advirtió que el pueblo, el senado y los pretorianos ya sabían lo de la boda, y que Silio no tardaría en hacerse con el poder si no se intervenía con rapidez. Claudio, babeando del pasmo y muy, pero que muy acojonado, mandó llamar a sus principales consejeros incluyendo ante todo al prefecto pretoriano Lucio Geta, sin cuyo apoyo podía darse por perdido.

Virgen vestal. Estas mujeres tenían
un enorme poder en Roma, contándose
entre sus privilegios perdonar la vida
de un reo aún habiendo sido
condenado por el Senado o el césar
Y mientras Claudio se debatía muerto de miedo y preguntando constantemente si aún era emperador, Mesalina y Silio celebraban el bodorrio con una bacanal en toda regla. En pleno jolgorio, uno de los asistentes por nombre Vectio Valente se encaramó en un árbol del jardín donde se celebraba la orgía para hacer gala de su agilidad, y cuando le preguntaron qué se divisaba desde allí, respondió que unos negros nubarrones se aproximaban desde Ostia, lo que era una verdad como un templo ya que un piquete formado por pretorianos y miembros de la guardia urbana se dirigían hacia la quinta en la que se festejaba la boda. No tardaron mucho en llegar y comenzar una redada en la que se detuvo a todo bicho viviente, siendo arrestados entre los invitados muchos de los más afamados varones romanos y, naturalmente, a Gaio Silio. Mesalina, astuta como una raposa, se retiró a los jardines de Lúculo y ordenó a sus hijos que acudieran al lado de su padre para pedirle clemencia. También pidió a una vestal llamada Vibidia que hiciese lo mismo, sabedora de la gran influencia que tenían estas mujeres. Cuando la redada concluyó, en la casa solo quedaron Mesalina y otras dos personas más con las que decidió dirigirse a Ostia a suplicar el perdón de su marido.

Altorrelieve que representa una boda en Roma.
La novia, en vez de cubrirse con un velo blanco
como se hace actualmente, lo hacía con el
FLAMMEVM, un velo de color naranja o rojo
Mientras tanto, Narciso estaba de los nervios. Temía que Silio convenciera al prefecto pretoriano para que se pusiera de su parte, y por otro lado Claudio solo sabía divagar y soltar frases incoherentes, superado por el miedo y el desengaño. Finalmente, al ver que Claudio no era capaz de decidir nada, lo convenció para que le permitiera tomar el mando durante aquellas horas aciagas, a lo que el emperador accedió totalmente abrumado. Pero, mientras tanto, Mesalina ya se había presentado en Ostia, y encima en plan bravo, dando berridos exigiendo ver a su marido como si se hubiera cometido una injusticia con ella. Narciso le hizo frente como pudo, recordándole su infamante bigamia y agitando en sus narices un puñado de pliegos con informes sobre sus andanzas. Y para culminar el escándalo, la vestal Vidibia exigía también que no fuera condenada sin antes ser oída. Narciso, que sabía que su influencia podría torcer las cosas, despidió a la iracunda vestal dándole su palabra de que la adúltera sería escuchada por el césar y pidiéndole que se dedicara a sus labores religiosas antes de meterse en camisa de once varas. Además de eso, había ordenado que los hijos del matrimonio imperial fuesen encerrados en una dependencia para impedir que pudieran influir en su voluble progenitor. Claudio, mientras tanto, seguía totalmente alelado sin prestar atención a la monumental bronca entre Narciso y Mesalina. Qué dramático, ¿no?

Moneda que nos muestra el rostro de Mesalina
Finalmente, Claudio reaccionó cuando acudió con Narciso a casa de Silio, donde pudo comprobar la enorme cantidad de objetos con que Mesalina le había obsequiado. Los pretorianos de la escolta, airados por aquella vileza, empezaron a dar voces exigiendo un castigo a los culpables, así como los nombres de los cómplices. Solo entonces, cuando el césar vio que la balanza se inclinaba a su favor, pareció bajar del limbo y actuar como debía. Así, mientras Mesalina esperaba la oportunidad de ser recibida por Claudio para hacerle cuatro carantoñas y dando por sentado que eso bastaría para obtener su clemencia, los que habían intervenido en el bodorrio ya estaban siendo juzgados de forma sumaria. Gaio Silio fue el primero en caer y, reconociendo su culpa, fue inmediatamente ejecutado. Vectio Valente, el que se encaramó en el árbol, delató sin más a muchos de los presentes, los cuales fueron también finiquitados incluyendo a Mnester, que estuvo a punto de ser perdonado cuando recordó a Claudio que él se había limitado a obedecer sus órdenes. Sin embargo, Narciso insistió en que era tan culpable como los demás, así que también fue ejecutado.

Claudia Octavia, la
primogénita
Tras los debidos escarmientos y más calmado, Claudio se fue a su casa a darse una de sus habituales comilonas mientras que Mesalina seguía urdiendo la forma de convencer a su marido. Claudio, cuya afición por la bebida iba más allá de una simple cata, cuando se había tomado varias copas de vino empezó a ponerse tierno y a recordar los buenos ratos que había pasado con la hermosa Mesalina, por lo que Narciso empezó a temer que acabase perdonándola, lo que supondría su caída en desgracia porque estaba seguro de que la arpía aquella sabría convencer a Claudio para obtener venganza de los causantes de la muerte de su amado Silio que, además, la habían acusado de adúltera con razón o sin ella. Así pues, y viendo que el tiempo corría en su contra, Narciso ordenó a su liberto Evodo que fuese en busca de Mesalina junto a un tribuno pretoriano y un piquete de guardias y que, sin más demora, la matase. 

Momento en que el tribuno pretoriano se dispone a escabechar a la taimada
mujer ante un satisfecho Evodo. Mientras se consuma la ejecución, Lépida
se aparta ocultando el rostro para no ver la escena.
Evodo encontró a Mesalina en los jardines de Lúculo, donde esperaba sin darse cuenta de que estaba viviendo sus últimos momentos. La acompañaba su madre, Domicia Lépida, la cual le insistía en que, si quería tener un final digno, se diera muerte ella misma porque estaba segura de que no habría perdón. Pero Mesalina no tenía valor para hundirse el puñal en el cuello, y en aquellas terribles dudas andaba cuando Evodo, el tribuno y los guardias entraron en tromba en el jardín insultándola y echando sapos y culebras sobre su indigna persona. Mesalina, espantada, volvió a intentar acabar ella misma con su existencia, pero no fue capaz. El tribuno, al ver que carecía del valor necesario para ello y que solo se limitaba a pronunciar palabras inconexas debido al pánico que sentía, desenvainó su espada y se la hundió en el cuello sin más historias. Luego se marcharon a dar cuenta de la ejecución dejando el cadáver al cuidado de su madre. Cuando Narciso informó a Claudio de que su mujer había muerto este ni se inmutó, y ni siquiera se molestó en preguntar si había muerto por su mano o había sido ejecutada. Simplemente se limitó a proseguir con su pantagruélica cena.

Fotograma de la exitosa serie británica "Yo, Claudio" que
muestra el instante en que el tribuno descabeza a Mesalina,
la cual no parece muy conforme con su merecido destino.
En los días posteriores a la ejecución y ante la total indiferencia de Claudio, el senado dictó que se eliminara todo aquello que recordara la existencia de tan perversa hembra, empezando por las estatuas y las referencias a su persona en las vías públicas. Narciso obtuvo como premio a su labor en momentos tan críticos los atributos de los cuestores, y respiró tranquilo cuando vio que las cosas volvían a su cauce. Tras todo aquel follón, Claudio acabó tan escarmentado del matrimonio que ordenó a Lucio Geta, el prefecto pretoriano, que le dieran muerte si volvía a casarse, cosa que él mismo incumplió cuando apenas un año después de estos luctuosos sucesos se desposó con la malvadísima Julia Vipsania Agripina, más conocida como Agripina la Menor y de cuyo ominoso final también se habló largo y tendido en esta entrada. La verdad es que en la Roma imperial palmar de muerte natural era todo un mérito.

Otra versión romanticista del momento fatal en el que Evodo aparece
insultando a Mesalina ante su madre mientras que el pretoriano desenvaina
su espada. Mesalina aparece con la mirada perdida, incapaz de darse muerte.
Estos hechos acontecieron en el año 48, cuando Mesalina apenas contaba con 23 años de edad y tras diez años de matrimonio, pero es que no se puede pretender llegar a vieja siendo tan pendón y tan alevosa. Sus retoños no corrieron mejor suerte ya que Octavia, casada con el enloquecido Nerón, acabó desterrada en la isla de Pandataria, siendo finalmente asesinada por orden suya con apenas 22 años. Británico, con más derechos al trono ya que era hijo legítimo de Claudio, fue mandado envenenar a fin de acabar con un posible obstáculo para Nerón cuando apenas le faltaba un día para cumplir 14 años, edad con la que legalmente se convertiría en un hombre adulto de pleno derecho. 

En fin, así acabó la nefanda Valeria Mesalina. Una prenda de mujercita, ¿que no? Con todo, en los días posteriores a su muerte el memo de Clau-Clau-Claudio aún seguía preguntando por ella cuando llegaba la hora del almuerzo o la cena y veía que no se presentaba. En fin, un desastre de hombre.

Hale, he dicho

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