sábado, 27 de agosto de 2016

Fortificaciones pirobalísticas. Las obras exteriores


Vista aérea de las impresionantes obras exteriores del fuerte de Bourtange, en Holanda. Por cierto que, para un amante
de este tipo de edificios, lograr adquirir una casita de esas que se ven dentro del fuerte debe suponer un orgasmo mortífero

Plaza fuerte de Theresienstadt (Chequia) rodeada por sus obras exteriores.
Situada a orillas del río Ohre y a apenas 2,5 km. de la confluencia de este con
el Elba, disponía para su defensa de la Kleine Festung (la pequeña fortaleza)
y dos pequeños bastiones, quedando patente la complejidad del conjunto.
Y sí, en el Kleine Festung es donde estuvo el tristemente célebre campo
de exterminio, y es donde fue encerrado Gavrilo Princip.
Bien, tras el receso producido por el pequeño examen fortificado, prosigamos con las fortificaciones pirobalísticas. No obstante, creo oportuno antes de seguir estudiando los diversos tipos de obras exteriores que defendían estas fortalezas explicar qué sentido tenían las mismas. O sea, para qué se invertían sumas ingentes en fortificar decenas o incluso centenares de metros alrededor de una plaza fuerte que, de por sí, tenía la suficiente potencia de fuego y las tropas necesarias para hacer frente a cualquier ataque. Seguramente, muchos se habrán hecho esa pregunta, y más cuando hayan observado los planos y vistas cenitales que se han ido presentando en las diversas entradas que se han publicado sobre ese tema. En ellas se pueden ver, como ya comentaba en la entrada anterior, intrincados laberintos geométricos cuya misión no era que el enemigo se perdiese en semejante dédalo, sino intentar controlar al máximo posible el terreno circundante para prevenir la aproximación de la artillería y las tropas de los sitiadores. Porque, ante todo, debemos considerar un aspecto que, aunque es de una evidencia palmaria, no siempre lo solemos tener en cuenta. No es otro que la orografía del terreno, imposible de adaptar en la mayoría de los casos al ideal de la defensa ya que no siempre el lugar donde había que edificar el fuerte de turno era llano como el electroencefalograma de un político o bien no disfrutaba de una posición dominante en kilómetros a la redonda.

Coracha del castillo de Buitrago sobre el río Lozoya. Este
tipo de obra exterior no solo permitía abastecerse de agua,
sino también controlar el paso de los ríos
Si nos remontamos a la entrada dedicada a los padrastros, vemos que ya en la Edad Media había que tener en cuenta el entorno de un castillo a la hora de construirlo. Pequeñas elevaciones o incluso cerros en toda regla a unas distancias peligrosamente cercanas- en aquellos tiempos no más de 200 o 300 metros-, podían poner en serio peligro la integridad del recinto ya que bastaría emplazar en esa altura un fundíbulo para ir demoliendo poco a poco las murallas a golpe de bolaño. Ese problema no desapareció con la aparición de las fortalezas de traza italiana, sino que incluso se vio aumentado ya que un cañón tenía más alcance que un fundíbulo, así que había que poner especial cuidado en la elección del lugar ya que la distancia de seguridad, por denominarlo de alguna forma, se ampliaba bastante. Del mismo modo, muchas veces se hacía necesario controlar el paso a los distintos accesos de una fortaleza, o bien los cursos de agua cercanos como se explicó en la entrada dedicada a las corachas. Y, por otro lado, también existían depresiones en el terreno que, al quedar fuera del ángulo de tiro de la artillería del fuerte, permitirían al enemigo emplazar sus morteros para bombardear la plaza a su sabor, o bien acuartelar en ellas tropas de cara a un asalto sin que los defensores se enterasen de ello por quedar fuera de su vista. Por poner un ejemplo que nos permita verlo con más claridad, veamos a foto inferior, la cual nos muestra una panorámica del impresionante complejo fortificado de Alarcón, en Cuenca.



La flecha blanca señala la Torre del Campo, distante apenas 300 metros de la ciudad. La roja marca la Torre de Alarconcillo, que corona el cerro de la pequeña península formada por un meandro del río Júcar. Al fondo, en amarillo, tenemos la Torre de Cañavate. Como se puede ver, son obras exteriores destinadas a diversos cometidos que veremos mejor en la foto cenital inferior.


Los círculos tienen el mismo color que las flechas de la imagen anterior, de modo que podemos situarnos perfectamente en esta foto en la que además se aprecia que Alarcón es prácticamente una isla con un único acceso controlado por la Torre del Campo, la cual no solo cerraba el paso a posibles agresores sino que, además, impedía la aproximación o el emplazamiento de máquinas o artillería en la meseta que se extiende en dirección NE. Por otro lado tenemos la Torre de Cañavate, que cerraba el paso a la pequeña península situada al norte de la población y, por si esta caía en manos enemigas, aún quedaba la Torre de Alarconcillo para impedir que dicha península fuese empleada como padrastro por los enemigos.

Como vemos, esto de las obras exteriores data de bastante tiempo atrás, pero fue con la aparición de las fortalezas de traza italiana cuando ganaron en complejidad ya que evolucionaron en una época en que el enemigo no empleaba fundíbulos, manganas o bombardas, sino una eficaz artillería de sitio en forma de cañones, morteros y, posteriormente, obuses, con un alcance efectivo de varios kilómetros y una precisión acorde al mismo. Era pues necesario disponer de fortificaciones capaces de repeler o, al menos, alejar al máximo posible las bocas de fuego de los sitiadores para impedir sus demoledores efectos sobre la población. Un ejemplo de la necesidad de fortificar todo aquel terreno susceptible de ser empleado de forma ventajosa por el enemigo lo tenemos en Elvas, en el famoso fuerte de Graça (foto superior) del que tanto hemos hablado ya. Dicho fuerte se construyó simplemente porque el cerro donde se yergue, situado al norte de la ciudad, fue empleado por las tropas de don Luis de Haro en 1658 para bombardearlos bonitamente, así que aprendieron la lección y fortificaron tan peligroso padrastro para que nunca más se pudiera aprovechar. Como vemos, desde la cima del monte da Graça al centro de Elvas hay poco más de 1.600 metros, distancia que un cañón o un mortero de aquella época cubría de sobra.

Pero tan peligroso era un accidente geográfico situado a una cota igual o superior a la de la fortaleza como si era inferior. En una tipología en la que precisamente para ofrecer el menor blanco posible se eliminaron las altivas murallas de antaño, el ángulo visual sobre la campaña se veía también muy mermado. De ahí que fuese necesario fortificar esos sectores para impedir que fuesen aprovechados por el enemigo de la forma que se comentó más arriba. Veamos un ejemplo para comprenderlo mejor. A la derecha tenemos una foto cenital del fuerte de Santa Luzia, en Elvas. Está situado a un altura de 315 metros sobre el nivel del mar. A su espalda, a una cota más elevada, está la plaza fuerte de Elvas, y ante él, el fortín de São Mamede a una cota 15 metros por debajo. Si observamos la imagen vemos que el terreno va descendiendo en dirección SE de forma que a solo medio kilómetro ya pierde otros 30 metros más.

Vista del fortín de São Mamede en dirección sureste
La cuestión es que precisamente en esa dirección se encuentra a poco más de 7 kilómetros el río Guadiana, 150 metros por debajo del fuerte de Santa Luzia, y formando en ese sector una depresión notable que vemos en la foto de la izquierda sombreada de rojo. Esa amplia vega queda totalmente fuera del ángulo visual del fuerte, lo que hizo necesario construir el fortín que se anticipase a la llegada de una fuerza invasora. Dicho fortín estaba unido al fuerte principal mediante un camino cubierto para que la guarnición pudiera replegarse en caso de necesidad, pudiendo sumarse a la de Santa Luzia. Así mismo, si era ocupado podía ser bombardeado por la zaga desde su posición dominante.

Porque, eso sí, todas las obras exteriores estaban totalmente indefensas por la espalda para permitir que, en caso de caer en manos del enemigo, esos carecieran de defensa posible salvo que andasen listos y se preocupasen de acarrear a toda velocidad fajinas y demás pertrechos para fabricar un parapeto de circunstancias. Veámoslo en el gráfico inferior:


En A tenemos el recinto principal situado en la cota más elevada. Separado por un foso tenemos B, una primera línea de obras exteriores que, como mostramos, está bajo el ángulo de tiro de las bocas de fuego emplazadas en A. Al tener la gola totalmente desprovista de defensas, los enemigos que ocupen esa obra están muertos si no se largan de allí a toda velocidad. Y lo mismo ocurre en C, que queda bajo el fuego de los cañones y la fusilería de la guarnición de B. De ese modo, las obras exteriores permitían una muy efectiva defensa en profundidad que solo podía expugnarse con santa paciencia, abriendo trincheras de aproximación y dedicando días y días a bombardearlas hasta que, finalmente, se intentaba un asalto si la guarnición había sido barrida del terreno, sus cañones desmontados a tiros o bien se lograba abrir una brecha.

En fin, básicamente este era el motivo de las obras exteriores. Como vemos, no era una cuestión baladí ya que de su buen diseño podía depender el mantener o perder una plaza fuerte, así que ahora puede que muchos se expliquen el motivo de estas extensas, complejas y onerosas obras. 

En fin, ya tá.

Hale, he dicho

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