jueves, 12 de octubre de 2017

Tropas obsoletas en la Gran Guerra. Coraceros franceses


Escuadrón de coraceros durante el último cuarto del siglo XIX. Como se puede ver, su atuendo es básicamente
el mismo que lucieron sus abuelos cuando combatieron con el enano corso (Dios lo maldiga por siempre jamás, amén)


Postal amorosa muy de moda en aquellos años
en la que un bravo dragón suspira por su amada,
que es la señorita que flota sonriente mirando
al infinito en un paisaje idílico como los que
usaban Bouguereau o Waterhouse. Obviamente,
la realidad fue muy distinta
Hace ya algún tiempo, y a raíz de las entradas dedicadas al centenario de la Gran Guerra, surgió la posibilidad de elaborar una serie de artículos acerca de las unidades totalmente desfasadas con que los ejércitos en liza comenzaron la misma. Como ya sabemos, los estados mayores mantenían un absurdo conservadurismo que cerraba casi de forma sistemática las opciones a cualquier tipo de modernización que, a la vista de lo acontecido en la Guerra Ruso-Japonesa, era más que necesaria llevar a cabo. Sin embargo, y a pesar del ambiente pre-bélico que se vivía en Europa desde los albores del siglo XX, el personal seguía en la inopia, dando por sentado que cualquier conflicto inminente se desarrollaría de forma más o menos similar a los habidos durante la segunda mitad del siglo anterior, es decir, gallardas cargas de caballería, gloriosas cargas de bayonetas entre cuadros de infantería y algún que otro cañonazo para darle un poco de morbo a la cosa. Y todo ello, naturalmente, encuadrado en hermosos paisajes con prados llenos de flores y con los caídos muriendo con una sonrisa desfallecida mientras que le piden a su cuñado que no deje de informar a su amada Rosalie, Elfriede, Jane o Antonella que ha palmado con su nombre en los labios. Naturalmente, esa era la visión de una guerra idealizada que aún primaba entre la población civil, porque los que tuvieron que vivir las matanzas producidas por el enano corso y las que tuvieron lugar posteriormente sabían que las cosas eran totalmente distintas. En todo caso, a las pocas semanas de comenzar la guerra se dieron cuenta de que no había prados floridos, que el personal se moría de formas muy desagradables y dolorosas, y que los cielos soleados y los días cálidos serían sustituidos por cielos plomizos, frío, humedad, lluvia, fango y miles de cadáveres insepultos que desprendían un hedor insoportable a kilómetros a la redonda. En fin, que la guerra había dejado de ser una aventura heroica a la que las tropas partían llenas de brío  y alegría, con flores entregadas por gentiles señoritas adornando los correajes. A cambio, se trocó en un apocalipsis muy, pero que muy irritante.


Regimiento de coraceros partiendo hacia el frente en París, muy contentitos ellos por ser despedidos por hermosas
damiselas que los contemplan como si fueran el caballero Bayardo. En menos de dos meses se les borró la sonrisa
de sus mostachudas jetas cuando vieron el desolador panorama que se presentaba ante ellos

Fotografía coloreada que muestra a varios artilleros durante la Guerra
Franco-Prusiana vistiendo sus amados pantalones rojos
Obviamente, esta inesperada forma de guerra cogió a los estados mayores con el paso cambiado, y no tuvieron que pasar muchas semanas para darse cuenta de que algunos sus brillantes regimientos estaban más trasnochados que Drácula, costaban un pastizal mantenerlos y, lo que era peor, no servían prácticamente para otra cosa que explorar, llevar a cabo misiones de enlace, escolta de prisioneros, vigilancia y poco más. De todo el amplio surtido de tropas obsoletas he decidido comenzar por las de los gabachos (Dios maldiga al enano corso), pero no porque me caigan especialmente mal, que me caen, sino porque son indudablemente la más preclara muestra del más pertinaz inmovilismo. A título de curiosidad y para hacernos una idea, recordemos la historia de los famosos pantalones rojos que el ejército francés vestía desde 1829. El origen de esta prenda no tenía mucho que ver con dar más vistosidad a sus uniformes, que ya de por sí lo eran desde mucho antes, sino para potenciar la industria del tinte, concretamente el obtenido de la raíz de la rubia roja (rubia tinctorum) para hacer la competencia a los british, que eran los que cortaban el bacalao en esas cuestiones por aquella época. 

Degradación pública del capitán Alfred Dreyfus antes de ser
enviado a hacer puñetas a la isla del Diablo. Su espinoso
proceso supuso un gran revulsivo tanto en la sociedad como
el ejército francés
A principios del siglo XX estaba ya más que claro que el alcance de las armas que disparaban munición con pólvora nitrocelulósica hacían cada vez más peligroso vestir uniformes especialmente vistosos, por lo que todos los países europeos empezaron a eliminar los colores vivos por otros más adecuados para pasar lo más desapercibidos posible en el campo de batalla. Sin embargo, el ejército francés fue desechando todas las propuestas que se hicieron en base a que los colores ofrecidos siempre tenían parecido con el de tal o cual ejército, así que siguieron con sus puñeteros pantalones rojos. El tema de la uniformidad llegó incluso a convertirse en una cuestión política a raíz del caso Dreyfus, que fue acusado de traición y enviado a la isla del Diablo en 1899 tras un farragoso proceso que enfrentó a la opinión pública con las altas esferas del ejército por su evidente manipulación de los hechos y su anti-semitismo desaforado (Dreyfus era judío). Fruto de estas disputas entre los partidos de derechas, que apoyaban al ejército, y los de izquierdas, que eran anti-militaristas, surgieron las opiniones más disparatadas, como la propalada por el diario Echo de París, que insistía en que suprimir los pantalones rojos era un complot urdido por los masones, o la exaltada afirmación de Eugène Etienne, ministro de Guerra en 1913, que es una muestra palmaria del pensamiento de la época:

-¿Suprimir los pantalones rojos? ¡Nunca! ¡Los pantalones rojos son Francia!

Coracero vigilando carabina en mano. Un blanco perfecto
para un francotirador
Increíble, ¿no? O sea, que la esencia de la nación se resumía en el color de los pantalones, y eso que su predecesor, Adolphe Messymi, había asegurado apenas dos años antes que "aquella absurda obcecación por mantener colores vistosos tendría crueles consecuencias", lo cual no solo era bastante sensato, sino que además debió ser tenido en cuenta ya que Messymi, además de político, había sido militar, o sea, que sabía de lo que hablaba. En cualquier caso, la cuestión es que los pantalones rojos entraron en combate a pesar de que en agosto de 1914 ya decidieron cambiar el color de los uniformes por el azul horizonte que todos conocemos, si bien no fue hasta abril de 1915 cuando se ordenó distribuirlos de forma generalizada. 



Bien, creo que con este introito ya nos podemos hacer una clara idea de la mentalidad de los gabachos que, a aquellas alturas, aún seguían viviendo de las glorias napoleónicas a pesar de la contundente derrota que les infligieron los prusianos en 1870, y eso que partieron al frente con sus emblemáticos y patrióticos pantalones rojos para palmar como héroes. En la ilustración de la derecha podemos ver la indumentaria de las tropas de infantería del ejército francés a comienzos de la guerra. De izquierda a derecha tenemos un soldado de la infantería regular, uno de infantería de montaña, un zuavo- unas tropas de origen colonial que databan del siglo anterior-, y un legionario cuyo uniforme solo se diferencia del de la infantería regular en el típico fajín propio de estas unidades. 

Sin embargo, donde era más evidente la obsolescencia de este ejército no estaba en los dichosos pantalones, sino en la gran cantidad de unidades de caballería que debían echar mucho de menos al enano corso y que, además, conservaban una indumentaria prácticamente igual a la de un siglo antes. Es más que evidente que en los desfiles molarían una bestialidad, pero a la hora de sumergirse en la vorágine de la guerra moderna no tenían mucha razón de ser. Veamos sus efectivos y demás detalles...


Coraceros



Coracero francés en 1914. Obsérvese que lleva la espada en el lado
derecho de la silla, dejando el izquierdo para la funda de la carabina.
Debido a la coraza no les resultaba cómodo portarla en bandolera a
la espalda, como era habitual en las tropas a caballo. No obstante,
se ven fotos en que llevaban las armas invertidas, o sea, la espada
en su posición tradicional, a la izquierda, y la carabina a la derecha.
Igual es que eran zurdos, digo yo...
La joya de la corona de la caballería gabacha que tantos triunfos dio al enano seguía en la brecha, y hasta conservaban sus corazas y sus elegantes cascos en combate. Los coraceros franceses eran en aquella época los únicos que mantenían la coraza para el servicio activo, mientras que habían sido desechadas por las unidades similares de otras naciones porque, a aquellas alturas, estaba muy claro que no servían de nada ante una bala de fusil moderno. A comienzos del conflicto permanecían en activo 12 regimientos que a su vez estaban encuadrados en brigadas de dos regimientos cada una, y estas distribuidas a su vez en seis divisiones de caballería, la 1ª, la 3ª, la 4ª, la 6º, la 7ª y la 9ª. En noviembre de 1914 y a la vista de como estaba el patio, se formaron los denominados Grupos Ligeros con efectivos de estos regimientos y el añadido de compañías de ciclistas que, en la práctica, no eran más que infantería monda y lironda. De hecho, acabaron denominándolos como coraceros a pie, siendo despojados de sus elegantes uniformes para vestirlos como infantes corrientes y molientes. En 1916, los últimos seis regimientos que aún conservaban sus briosos pencos fueron descabalgados, y mientras que a los jinetes los reciclaban en infantería a sus monturas los enviaron a tirar de cañones, que era un oficio indigno para tan gallardos corceles. 


Destacamento de coraceros escoltando camino de la retaguardia a un contingente de prisioneros alemanes. Este era
uno de los escasos cometidos que podían llevar a cabo sin que los tedescos los barrieran del mapa  con sus Maxims

Como vemos en la ilustración anterior, poco se diferencian de sus abuelos napoleónicos salvo en el arma larga, en este caso una carabina Berthier modelo 1890 como la que vemos en la foto de la derecha, un arma de calibre 8x50R con capacidad para peines de tres cartuchos. Esta carabina, por la escasa longitud del cañón que sobresalía de la caja, no podía montar la bayoneta que, además, era irrelevante para tropas que combatían a caballo y de forma muy circunstancial echando pie a tierra. Para facilitar su manejo con el casco puesto se le había eliminado el montecarlo (la carrillera de la culata donde se apoya la cara) ya que el barbuquejo formado por una correa de cuero forrada de escamas de bronce no permitía apoyar la mejilla según vemos en la foto superior, y se le añadió una cantonera de cuero en lugar de las habituales de acero para impedir que resbalase por la pulida superficie de la coraza. Por lo demás, era un arma robusta, bien concebida y, por buscarle un defecto, mencionaremos su escasa capacidad de carga que fue aumentada en versiones posteriores hasta los 5 cartuchos, si bien en este caso fueron destinadas a artilleros, gendarmes, etc. Los oficiales, suboficiales, cornetas y servidores de ametralladoras estaban armados con el revólver Lebel modelo 1892.


En cuanto a la espada, era una versión del antiguo modelo Año XI puesta en servicio en 1854. Como todas las espadas de la caballería gabacha, era un arma soberbia, de aspecto impresionante, provista de dos generosas acanaladuras en su hoja de 92 cm. de largo. Básicamente era la misma arma que la del Año XI solo que con la hoja 5 cm. más corta.


Abanderado de un regimiento rodeado por su escolta. Como vemos, el penacho lateral de los cascos ya no se usaba

En cuanto al uniforme, estaba basado en cánones similares al usado en tiempos del enano. Lo más significativo fue la sustitución de los calzones de piel blanca por otros de tela roja, así como la eliminación de las botas altas por unas polainas que permitían no tener que cambiar de calzado para llevar a cabo las labores cuarteleras, bastando con despojarse de las mismas para quedarse con unos botines de media caña más cómodos y adecuados para esos menesteres. Por otro lado, el forro de la coraza, que como vimos en la entrada dedicada a los coraceros formaba parte de la misma, se cambió por una especie de jubón de piel con las bocamangas, el cuello y la cinturilla rojos. Y como ir provistos de aditamentos bruñidos que eran visibles a mucha distancia no era nada recomendable, pues se proveyó al personal de unas fundas de tela caqui para los cascos que permitían mantener fuera el penacho de crin típico de estas unidades. En cuanto a las corazas, a la vista del peligro que representaba su meticuloso bruñido, las mismas tropas optaron por dejar de pulirlas y, en algunos casos, incluso llegaron a cubrirlas con una arpillera o con unos chalecos acolchados. Por último, se les añadió una cartuchera para 30 cartuchos que iba sujeta al cinturón de la coraza. En la ilustración superior podemos ver el aspecto de las prendas mencionadas.


Regimiento de coraceros durante un descanso. Podemos ver como los hombres que se han despojado de sus corazas
llevan el jubón sobre la guerrera, así como los gorros cuarteleros en sustitución de los cascos de acero que descansan
sobre las corazas que vemos en el suelo. El suboficial que aparece en el centro nos permite ver el aspecto general del uniforme con todos sus aditamentos incluyendo las tradicionales charreteras rojas. Demasiado elegantes para
una guerra moderna, ¿no?

Las corazas también experimentaron algunos cambios si bien con el mero fin de simplificar su producción y abaratarlas. El modelo resultante fue el 1891 que vemos a la derecha que, básicamente, había perdido los remaches que adornaban todo el contorno, quedando estos reducidos a la mínima expresión. El cinturón, que falta en el ejemplar de la foto, era de cuero negro en vez del blanco usado en tiempos del enano, y el perfil del peto era más anguloso para desviar con más facilidad las bayonetas y los proyectiles enemigos, si bien en aquellos tiempos eso era ya irrelevante como no fuera una bala perdida que venía dando tumbos desde dos o tres kilómetros. Del mismo modo, las bolas de los metralleros o los cascos de metralla de la artillería la atravesaban como mantequilla, así que no tardaron mucho en mandar a paseo tan ancestral aditamento porque, simplemente, tenían la misma utilidad que un político en el congreso. No obstante, a pesar de que las tropas dejaron de usarlas por ser más un engorro que otra cosa, no fueron oficialmente dadas de baja hasta octubre de 1915.


Grupo de coraceros. Obsérvense las pequeñas cartucheras para la mínima dotación de cartuchos de que disponían.
Se daba por hecho que el empleo de las armas de fuego sería circunstancial. Se pueden apreciar también con bastante
claridad las polainas que sustituyeron a las tradicionales botas altas

Dos coraceros ayudando a un camarada herido a comienzos
de la guerra. La coraza no debió detener la bala ya que se la
están quitando para curarle la herida
En fin, así es como desaparecieron estas famosas unidades que fueron el terror de los campos de batalla durante décadas. Como es evidente, debieron ser suprimidos muchos años antes y dedicar sus efectivos y sus costosos equipos a fines más prácticos, pero ya hemos visto sobradamente que la mentalidad de los milites de aquellos tiempos no estaba por la innovación. Pero los gabachos no solo entraron en guerra con este tipo de tropas obsoletas, sino con bastantes más que veremos en otra entrada, así que hasta aquí llegamos por hoy.





Hale, he dicho

Entradas relacionadas:

Coraceros
Coraceros 2ª parte. Las corazas
Coraceros 3ª parte. Espadas


Aunque la imagen parece corresponder a otra época, es de 1914

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